Capítulo 1: prueba superada

Reinaldo Rueda
Foto: Agencia Uno.


Un buen técnico se define por cuánto y cómo entrena. Más allá de la táctica o el estilo -que puede ser diferente- lo que hace que algunos sean grandes profesionales y otros no es el tiempo destinado al análisis y al trabajo pre competitivo. Porque usted ya sabe: se juega como se entrena. Punto. O como se piensa, que no es poco si se piensa bien y mucho y ojalá siempre y a cada rato.

En esos marcos, el debut de Reinaldo Rueda a cargo de la selección chilena de fútbol (la única de las 18 primeras del ranking FIFA que desperdició los pasajes al Mundial 2018) resultó a todas luces satisfactorio. O al menos auspicioso. No lo digo yo, lo dicen los jugadores: con Rueda, en la primera semana, entrenaron más horas, se sentaron frente a la pizarra más horas y trabajaron de mejor manera que lo que acostumbraban en el tibio y permisivo proceso anterior. Incluso Beausejour reveló casi al pasar un dato sorprendente respecto de las prácticas: "hicimos, para bien, cosas que no habíamos hecho nunca". Buena largada, entonces.

Ahora, ¿se refrendó todo aquello en el campo de juego? A ratos sí, a ratos no. Lo que era obvio en el inicio del proceso, con tan pocas horas de vuelo todavía.

Rueda, y esto también es bueno, no tuvo pudores ni contemplaciones para hacer exactamente lo que había adelantado en las charlas previas: jugar con una nueva dupla de centrales, más alta, hacer pasar más seguido al ataque a los laterales (al menos frente a Suecia), instalar a Sánchez en una posición más fija, cargado a la banda izquierda, poner dos volantes de contención (Aránguiz y Hernández frente a Suecia y Medel y Hernández frente a Dinamarca), entregarle el rol de creador ofensivo o al menos de aduana a Vidal y darle minutos a varios que no los habían tenido nunca (Bolados y Valdés) o que hasta aquí sumaban poco kilometraje (Sagal, Castillo, Paulo Díaz y el mismo Herrera).

¿Resultó todo? No. Claro que no. Los centrales altos fueron un aporte fundamental frente a los centros suecos, pero se vieron muy aproblemados al momento de salir jugando en medio de la presión alta impuesta por los daneses. Castillo corrió y se movió bien, pero varias veces no tenía compañía en los últimos metros y tenía que arreglárselas solo contra el mundo o rematar apenas apareciera un espacio… lo que casi siempre fue sinónimo de atarantarse. ¿Sánchez más contenido y sin bajar tanto? Pudo ser buena idea, de hecho lo es, pero pasa por un momento tan bajo el tocopillano que ni eso ayudó a sacarlo del marasmo actual, de la nube negra y la depresión goleadora.

En todo caso, quizás si el mayor problema se haya visto en el medio. Aunque el equipo ganó mucha intensidad y agresividad para recuperar la pelota en relación a la "era Pizzi" y aunque a ratos (sobre todo ante Suecia) resultaron muy bien el toque de primera y las variantes ofensivas, tanto Aránguiz como Medel sufrieron y perdieron mucho protagonismo en el nuevo esquema, corriendo tras la pelota para recuperarla más que elaborando juego para pasar de la faceta defensiva a la ofensiva. No funcionó mucho su rol, lo que es complejo si ya no hay más un tiempista como Marcelo Díaz ni un conductor tipo Valdivia. En corto: Chile se vio como un equipo partido en dos muchas veces. Y eso suele ser grave.

Finalmente, ya en Santiago, Rueda deberá asumir un rol del que escapó durante el viaje: él es el único que puede y debe decidir si Bravo vuelve o no a la selección. No es tema del plantel y menos de la ANFP. Ni siquiera del jugador. Es un trabajo del colombiano 100%. Si me pregunta a mí, obviamente Bravo tiene que volver. Haya pasado lo que haya pasado (bastante menos grave por lo demás que otras cosas que ocurrieron antes), Chile no se puede dar el lujo de perder a una de sus mayores estrellas. Por competitividad, pero también por respeto. ¿Jugó bien Herrera? Claro, pero ya sabíamos de sus condiciones. Lo que no podemos olvidar es que tanto él como Cortés siguen estando lejos del nivel del capitán de la generación dorada, del mejor arquero de nuestra historia y del responsable directo de muchas victorias de la Roja. Así de claro, así de simple.

Una cosa es que todavía nadie se haya hecho responsable de la horrorosa farra, del mal trabajo y de la falta de humildad que nos dejó fuera del Mundial. Pero otra, muy distinta, es cargar a Bravo con esa culpa. Más aún si es del todo evidente que no pasaron por ahí, precisamente, los problemas. No se pasen de listos, tampoco.

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