El otro cacique incombustible

Álvaro Reyes

Álvaro Reyes, 90 años, sigue ejerciendo como traumatólogo en Colo Colo. El club lo homenajeó el viernes por sorpresa. Desde hace seis decenios ha dedicado buena parte de su actividad al fútbol. Y seguirá haciéndolo mientras el cuerpo y la cabeza se lo permitan. Aquí habla de la pelota, y también de su afiliación al PC, su condición de preso político y su inquietud cultural.



Es un barrio antiguo, tranquilo, con calles abovedadas por los árboles, características que marcan buena parte de La Reina. Hace 20 años que Álvaro Reyes (90) vive ahí, rodeado de vecinos que se conocen y se saludan, que dialogan mientras riegan sus antejardines. Sin quererlo, quizás, buscó ese entorno como un reflejo de su personalidad: de gestos moderados y acogedores. Toda esa calma, sin embargo, contrasta con la extensa vida del médico, que más bien parece un libro, un guión cinemtográfico.

"Cree que ya nada lo sorprende, que se curó de espanto, desgastó el llanto", dice una canción de Manuel García. Y mucho de eso recorre subterráneamente a este hombreo que ha pasado seis decenios junto al fútbol, actividad que, sin embargo, jamás lo convirtió en un ser opaco o carente de facetas. Reyes es médico traumatólogo, de los mejores que han dedicado sus esfuerzos al deporte en el país, pero también ha sido un hombre de inquietudes sociales que le acompañan desde niño. Milita en el Partido Comunista desde 1954 y es consejero del Colegio Médico. No sólo eso: se jugó el pellejo por su causa en más de una ocasión, pasó por centros de tortura y dos veces por la cárcel.

Alegrías ha vivido muchas, también. Hijo de un médico de Talcahuano, con un hermano también médico, cinco matrimonios a cuestas y padre de tres hijos que no siguieron la huella (una periodista, un ingeniero comercial y una psicóloga), siente que su oficio ya no es el mismo. "Cuando comencé, por ejemplo, un desgarro muscular tenía que diagnosticarlo y manejarlo clínicamente, y darlo de alta clínicamente, que era el riesgo máximo. Ahí aprendí que era imposible dar de alta un desgarro antes de la cuarta o quinta semana; con los procedimientos actuales, todos esos períodos se pueden acortar mucho. Si hasta células madres se inyectan para sacarlos adelante", dice.

Y si lo dice, habrá que creerle, pues en 1959 conoció por primera vez un camarín de fútbol, cuando se integró a Universidad de Chile, paro luego pasar por Ferrobádminton, Unión Española, Everton, Colo Colo y la selección chilena.

Por eso, ha conocido a miles de futbolistas, desde cadetes que nunca llegaron a profesionales hasta algunos de los mejores de la historia nacional. Y tiene un diagnóstico claro. "Salvo excepciones mínimas, el futbolista no es, lamentablemente, consciente de su condición de clase; si les hablas de asuntos laborales, poco les interesa. Están muy bien remunerados, la mayoría. Imagínese que entran a jugar fútbol y casi de inmediato tienen auto y casa, bienes que para un trabajador común son el fruto de toda una vida de esfuerzo".

Sostiene que lo que sucede en el fútbol es un reflejo de lo que también ocurre en la sociedad chilena, donde hay abundancia de recursos, "pero algo se ha perdido a nivel espiritual, cultural, social". "El país ha progresado mucho. Desde los años 50 hasta ahora, el salto ha sido inmenso. Ya no hay desnutrición infantil, la mortalidad infantil es muy baja, los jóvenes y niños chilenos son más altos, los índices de morbilidad han mejorado, así como la esperanza de vida al nacer. Aunque muchos de estos son fenómenos que se reproducen en buena parte del mundo", explica. Y matiza que "la Selección parece que es una isla en cuanto a competir".

Afirma que "en el plano del fútbol hay algo que está fallando y esa es una pregunta para los técnicos, los entrenadores, porque yo veo las condiciones de trabajo han mejorado en el fútbol joven y al menos en Colo Colo se prueban miles de niños. En las mañanas las canchas están llenas y en las tardes mucho más aún, llenas de chiquillos entrenando".

Polifacético

Nunca ha ido a una Copa del Mundo, pero eso lo tiene sin cuidado. Reyes es poco amigo de las luces y prefiere aquellas relacionadas con el intelecto. Conversador impenitente, buen lector, auditor habitual de música folclórica latinoamericana y clásica, con Beethoven como favorito, luce una impresionante cantidad de discos de todo tipo y naturaleza. "Mantenerse activo intelectualmente es mucho más importante que el físico, porque ¿qué hace uno con el físico si estás con Alzheimer?".

Razones para hacerlo tuvo desde la cuna, pues a su casa familiar llegaban las amistades de su padre, entre quienes figuraban escritores como Luis Durand y Mariano Latorre, además de pintores como Arturo Pacheco Altamirano. Así, en el colegio fue, por ejemplo, presidente de la Academia de Letras. Y dice que quizás lo único que le faltó fue escribir un libro, pese a que su propia vida le da material para redactarlo. "Debo reconocerlo, me dio algo de flojera", asegura.

También fue deportista. Contra todo lo esperable, jugador de rugby. Lo practicó desde el quinto de Humanidades (actual tercero medio, cuando conoció ese deporte por un profesor del Instituto Nacional) hasta bien entrados sus estudios de Medicina. "Dejé de jugar cuando tuve que iniciar los ramos de cirugía, por temor a que me pasara algo en las manos", explica sobre los años en que actuó como trescuartos de Stade Français y Universidad Católica, donde además cumplió funciones como secretario de la rama. De la disciplina de los tries y los scrums, recuerda que "era una actividad desconocida para la gran mayoría". "Me atrajo el riesgo, el choque. Uno tiene que vencer el temor a eso y tener autocontrol, tanto como aceptar el golpe del rival como para entrar en contacto sin la intención de dañar al otro. Es de mucha valentía y lealtad", añade.

A su vitalidad contribuyó el hecho de que nunca fue de excesos. Fumó algún tiempo y bebió siempre moderadamente. "Desde niño mi padre, médico, me daba algo de vino en unas de esas copas para licor, que son muy chiquititas, porque consideraba que era conveniente que yo aprendiera a beber. Hasta hoy bebo, pero siempre muy poco. Y eso demuestra que él tenía razón", afirma como uno de los secretos de su buen estado.

También fue inquieto musicalmente. Tenía buena voz y por eso fue integrado al coro de su primer colegio, el Alonso de Ercilla, actividad que continuó incluso siendo adulto, en el coro Schola Cantorum de la Universidad de Chile.

La música, impensadamente, fue el camino que lo condujo al estudio del marxismo. "Yo siempre tuve un pensamiento liberal, de izquierda, y un hermano mío, que es tres años menor que yo y es médico también, me habló de un viaje de un coro a Europa, a un festival. Y resultó que era el Festival de la Juventud en Bucarest, Rumania. En el regreso, tuvo contacto con Luis Figueroa, quien fue secretario general del PC y presidente de la CUT. Hablamos mucho en el viaje y me picó la curiosidad".

Desde ahí inició el estudio sistemático para formarse ideológicamente y en 1954, con 26 años, ingresó al PC, el partido de Recabarren y Lafertte.

Esa decisión lo marcaría, le haría vivir algunas situaciones dramáticas a partir del Golpe de 1973. Poco antes de aquel trágico hito, Reyes -quien trabajaba en la Asistencia Pública- fue llamado a La Moneda, pues el Presidente Salvador Allende había sufrido un accidente menor. El médico lo revisó y le inmovilizó un pie, afectado por un esguince de tobillo.

Aquella circunstancia le permitió conocer a la secretaria Miria Contreras (La Payita, secretaria y amante de Allende), quien lo buscaría apenas producido el alzamiento militar para solicitarle ayuda en la Posta Central. Reyes, sin dudarlo y sin medir consecuencias, la ocultó como paciente y luego la envió a la casa de una amiga que vivía en las inmediaciones de la calle Portugal. Pocos días después, Contreras se refugiaría en la Embajada de Suecia.

El problema, entonces, recayó sobre Reyes, quien fue detenido y torturado salvajemente, pues buscaban información sobre La Payita. Y Reyes, nada sabía. Pese a ello, estuvo 11 meses privado de libertad, la mayor parte de ellos en la Penitenciaría.

"Fueron momentos muy duros, en una celda para dos que ocupábamos seis. Y nos turnábamos para dormir dos en unas banquetas y el resto en el suelo", recuerda. Su situación mejoró un poco, luego de que fuera reconocido por el médico del penal, quien le preguntó que hacía allí dentro, y su cambio a una celda algo más cómoda fue aprobada por sus compañeros de prisión. "Era muy bueno para todos los presos políticos que yo ayudara en la enfermería, porque así podría agilizar los procesos de hospitalización externa de algunos, que eran momentos muy importantes para tener contacto con la familia, con el mundo externo".

En esos meses se produjo el momento más emotivo de todos. Un lujoso bus se detuvo frente a la Penitenciería y bajó un grupo de personas solicitó ver al "doctor Reyes". Era la selección chilena, que un par de horas después partiría, desde Pudahuel, al Mundial de Alemania 1974.

Reyes, quien había compartido con parte de ellos en Colo Colo, no lo podía creer: "Fue una sorpresa absoluta. El grupo lo encabezaban los más izquierdosos, con Caszely y el Pollo Véliz. Esas cosas lo reconfortan a uno, le dan sentido a lo que haces".

Luego de recobrar la libertad, se encontró sin mayores posibilidades de volver a ejercer la medicina, sobre todo en el fútbol. Pero en ese mismo fin de semana, un domingo, partió al estadio Santa Laura a acompañar a Nicanor Molinare, el relator deportivo que en ese instante era su concuñado. Molinare partió a la caseta de transmisión de su radio y Reyes bajó tímidamente al block J. Un palmoteo en la espalda y un abrazo lo sorprenden: "Desde mañana comienzas a trabajar aquí", le dijo el bilbaíno Abel Alonso, presidente de Unión Española, y luego presidente de la ACF (antecesora de la ANFP) cuando Chile clasificó a España '82.

"A Abel lo considero mi amigo y le tengo el máximo agradecimiento. Lamentablemente no lo veo desde hace años, pero nunca he olvidado todo lo que hizo por mí. Incluso él me visitó en la Penitenciería una semana antes que los seleccionados. Esos gestos quedan en el corazón", dice, emocionado.

Luego vendría otro período de detención, cuando en la clínica Chiloé, en la calle del mismo nomber al llegar a Franklin, atendió a algunos heridos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. "Teníamos convenio con la Vicaría de la Solidaridad y la gente llegaba y la atendíamo sin preguntar nada", especifica. Por eso, estuvo cuatro meses detenido, pero esta vez con menos riesgos. "Quizás porque era ya conocido de mucha gente", dice. "Siempre le digo a mi mujer que aún no sé cómo aún estoy vivo", dice al respecto.

Después de todo eso, resulta increíble que la energía siga fluyendo. Tres veces a la semana pasa las mañanas, desde muy temprano, como jefe médico de las divisiones menores de Colo Colo. Ahí mantiene vigente su vocación. "Ya no puedo correr en la cancha a atender a nadie. Me cuesta caminar, porque con los años uno pierde muchísima masa muscular, pero a mi oficina van todos los chicos con algún problema físico y yo los diagnostico, ordeno los exámenes, les hago el seguimiento. Y seguiré haciéndolo mientras pueda, me encanta, aunque debo reconocer que en el momento de salir del primer equipo tuve un sentimiento de pérdida", dice.

Lo único que ha perdido en su relación con el fútbol es la asistencia a los partidos en el estadio. "Ya no estoy en condiciones de asistir. Me cuesta mucho caminar y estar dos horas sentado de manera incomoda me resulta imposible. A veces veo partidos en televisión, pero también me ocupan otras cosas".

También explica que el fútbol en el que él se inició era muy diferente al actual. "Hoy está todo profesionalizado. Todos los equipos tienen médicos, kinesiólogos, nutricionistas y otros profesionales de apoyo. En los 50, muchos jugadores tenían panza y hoy no podrían entrar a una cancha. Y algunos de ellos eran estrellas y seleccionados".

Por toda esa experiencia y aporte, con 40 años dedicados a Colo Colo, los albos decidieron homenajearlo el pasado viernes y darle su nombre a la clínica del estadio Monumental. "Lo llevamos engañado", dice Graciela, su mujer, quien dejó de ejercer como abogada el año pasado para convertirse "en su secretaria, enfermera, asistente y todo". "Graciela dejó de ejercer para apoyarme", señala Reyes, quien sufrió una fractura de cadera que lo mantuvo inactivo durante unos meses, pero que no le restó impulso vital. Una vez recuperada la movilidad, volvió al Monumental, con Graciela a su lado.

"El día del homenaje le dije que se arreglara bien, porque íbamos al cumpleaños de una amiga muy pirula. Cuando llegó al estadio comenzó a sospechar que algo raro pasaba. Le decían que sólo le iban a hacer un regalo hasta que el presidente de Blanco y Negro apareció y le explicó de que se trataba. Y al final fue, de verdad, una emoción muy grande para él porque no sabía nada", comenta Graciela. "Me lo tenían muy oculto y me conmovió. No lo esperaba, de verdad", dice él.

Sobre hasta cuándo seguirá asistiendo, no hay respuesta, mientras camina a la salida de su casa, cómoda y sencilla. Por cierto, pintada de rojo.

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