El héroe más triste del mundo

KEVIN VASQUEZ

Un recorrido por Valparaíso junto a Kevin Vásquez, el futbolista de Santiago Wanderers que en el duelo de Promoción ante La Calera tuvo que ajusticiar a su propio equipo. El relato de un adalid, de un villano, de un verdugo de sí mismo y del penal más agridulce.



Situó la pelota sobre el punto penal y sintió sobre sus hombros todo el peso del mundo. Era jueves 21 de diciembre y los relojes estaban a punto de marcar las 21.30 en Valparaíso. El agónico tanto de Rafael Viotti para Unión La Calera había trasladado la definición al punto de castigo y tras el error del wanderino Roberto Saldías en el quinto lanzamiento la serie volvía a estar igualada. Tomó aire Kevin Vásquez (20). Miró al arco y escrutó el rostro concentrado de su ex compañero Castellón. Desde el lugar en que se encontraba casi podía avistarse su casa, encajada en una quebrada del cuarto sector de Playa Ancha. Había estado en ese mismo escenario demasiadas veces. 12 años completos desde que se iniciara con siete en las series menores de Santiago Wanderers. Pero esta vez no llevaba puesta la verde del Decano. Esta vez jugaba de visita. Jorge Osorio hizo sonar su silbato, el Elías Figueroa se quedó durante algunos segundos en silencio y el volante reconvertido a lateral derecho tomó carrera, golpeó la pelota y, simplemente, acertó.

"Después de los cinco penales, entre nosotros teníamos que elegir quién iba a lanzar y yo no lo dudé. Me dijeron: 'Ya, Kevin, tú eres el que más practicó en la semana'. Y tuve que hacerlo. No dudé ni un momento el tratar de meter el gol porque era el equipo donde había estado los últimos seis meses y donde nos la habíamos jugado todo el semestre", explica hoy a eldeportivo de La Tercera el joven futbolista.

Con ventaja provisional para el cuadro cementero, la tanda de penales continuó. El propio arquero Castellón restableció la igualada, Lucas Fierro volvió a poner por delante a La Calera y en el séptimo penal, el último de Santiago Wanderers en Primera, llegó el temido error. "Cuando le taparon el penal a Luis Pavez todo se vino abajo. Fue ahí cuando me vino todo a la mente. Fue muy duro porque vi a todos mis compañeros llorando, amigos algunos desde las cadetes. Y lo único que atiné a hacer fue no celebrar e ir a apoyarlos a ellos, porque el fútbol te deja muchos amigos y porque encima yo tenía que volver a Wanderers", rememora Vásquez.

El destino, caprichoso, había obligado al canterano caturro -a préstamo en Unión La Calera- a tener que decidir la suerte en el torneo de sus dos equipos, el dueño de su pase y el propietario de sus servicios. A ser juez y parte de un desenlace de promoción condenado a terminar mal independientemente del resultado. Porque aquel 21 de diciembre en que, con su gol de penal, Vásquez asfaltó el camino hacia el ascenso de La Calera enviando directamente a Primera B a Santiago Wanderers, fue también el día en que venció su cesión. Dicho de otro modo, aquella negra noche en el Puerto Principal, Kevin Vásquez se convirtió en su propio verdugo.

Han pasado ya 15 días desde la consumación del descenso del Decano y las calles de Valparaíso lucen plagadas de turistas. Es verano en la Quinta Región chilena y el hombre más popular del mes en la capital porteña estaciona su Opel Corsa rojo en una de las calles adyacentes a la céntrica Plaza Sotomayor. Es el único de los integrantes del recientemente ascendido plantel de Unión La Calera que cuando el árbitro decretó el final del encuentro en Playa Ancha no se movió de Valparaíso. Porque ésta es su casa. Lo ha sido siempre. "Los días anteriores al partido ya me molestaban un poco. 'No le vayas a hacer un gol a tu equipo, que es el club que te formó', me decían. Y justo se dio esa posibilidad. Pero tenía que hacerlo. Ahora no sé si la gente me conoce más o habla más de mí desde aquello, pero si es así, yo al menos quiero pensar que es por algo de profesionalismo y no por otra cosa", indica, tras descender del automóvil.

Y mientras camina ahora, con paso sosegado y tranquilo, por las angostas calles de los cerros que dominan desde las alturas la ciudad, vuelve a echar la vista atrás, desenterrando las sensaciones vividas el día en que el fútbol le obligó a ajusticiar a su propio equipo: "Por dentro estaba muy contento, por mi familia sobre todo, por todo el apoyo que me dieron y por todo el esfuerzo que hice este semestre en el que todos nos daban por muertos; pero no quise festejar", subraya, de partida.

Y más tarde dimensiona el extraordinario semestre completado junto a sus compañeros en las filas del elenco cementero: "Fue un semestre muy provechoso en lo personal, sumé muchos minutos, mucha experiencia para mi corta carrera y en lo colectivo desde el principio sabíamos a lo que íbamos. El profe nos dijo que teníamos que estar entre los tres primeros para recién salvarnos. Y nosotros lo que buscamos fue salir campeones. Al final fue el equipo el que sacó adelante todo y por eso yo no podía fallarles en la tanda de penales. Fue un semestre histórico además. Yo no sé si alguien habrá logrado eso de salvarse del descenso y ascender en el mismo semestre". Y puede que tenga razón, pero tampoco son muchos los futbolistas que han llegado a experimentar alguna vez la extraña sensación de ascender y descender en el mismo partido.

Nacido el 27 de junio de 1997 en la Población Diego Portales de Valparaíso, en el límite exacto de los cerros Cordillera y Playa Ancha, la infancia de Kevin Alexander Vásquez Valdivia no fue, en cierto modo, la más sencilla. La prolongada ausencia paterna (su padre debió trasladarse al sur por motivos laborales cuando el futbolista apenas comenzaba a realizar sus primeras armas en Wanderers) dejó al jugador y a sus dos hermanos al cuidado de su madre Patricia (esforzada trabajadora de una empresa frutera), su indiscutible apoyo desde entonces y su verdadera ancla a tierra firme. "Mi papá venía una vez cada tres meses, a veces no venía en un semestre completo y al final terminamos solos con mi mamá. Y mi mamá tenía que hacer magia con el dinero, porque ella no podía dejarnos solos para ir a trabajar. Ese momento fue duro, pero uno era chico y no se daba cuenta. Lo único que hacía era disfrutar. Con el tiempo, cuando nació mi hermano menor, mi mamá volvió a trabajar y nosotros tuvimos que cuidarlo a él. En ese momento, también empezamos a buscarnos nuestra manera de conseguir dinero y no teníamos problemas con ir un domingo a vender ropa a la feria, por ejemplo. Lo hicimos muchas veces. Así nos las arreglábamos. Creo que ahí fue donde fui tomando más conciencia de la situación económica que teníamos", confiesa, con tono emocionado.

Pero entonces apareció el fútbol, como vía de escape y como metáfora de superación. Su debut con el primer equipo porteño tuvo lugar en 2016, un año antes de ser nominado para el campeonato Sudamericano Sub 20 y de poner rumbo, en el segundo semestre del año al no entrar en los planes de Nico Córdova, a Unión La Calera en busca de nuevas oportunidades. "Yo soy wanderino de corazón. Llegué a Wanderers a los siete años y me contagié al momento con este club que tiene tanta historia y también algo diferente, que es que no siempre está acostumbrado a ganar, pero sí a luchar. Una lucha que tiene mucho que ver también con la ciudad, con el aguante y la pachorra del porteño", proclama, mientras a las seis de la tarde el sol sigue golpeando con fuerza los tejados de las casas del Paseo Yugoslavo.

Hoy, a falta de menos de un mes para el arranque del nuevo torneo, el futuro de Kevin Vásquez continúa estando en el aire. Al Chueco (como todos lo apodan, dice, por su "característica forma de caminar") le restan dos años más de contrato con Wanderers, un conjunto que quiere retenerlo ahora ante el interés de La Calera por recuperar en calidad de préstamo a uno de los artífices del ascenso. "Yo quiero estar donde juegue. Quiero seguir acumulando experiencia y me gustaría hablar con ambos técnicos antes de tomar una decisión", manifiesta, en tono salomónico, el centrocampista, héroe cementero y villano (por su profesionalismo y muy a su pesar) en su Puerto natal. "El 'tendrías que haberlo tirado para afuera' creo que es la frase que más he escuchado en este último tiempo. Pero las críticas, en persona, por ejemplo en la feria, siempre han sido con respeto. En las redes sociales más de alguno sí que me ha escrito cosas en mala onda insultándome y cosas así. Me decían, no sé: 'Malo culiao, ¿por qué no lo pateaste para afuera?' y bueno, la noche del partido recuerdo que tuve que pedir un Uber para volver a la casa desde el estadio porque no podía irme en la micro con todos los hinchas de Wanderers. Pero son cosas que pasan", desclasifica.

Y tal vez por eso, porque son cosas que pasan, el autor del penal más triste del mundo proclama antes de marcharse: "Yo no me siento un verdugo. Quizás pueda pedir perdón a los hinchas, pero a mí mismo no". Y el sol comienza a declinar sobre la bahía de Valparaíso.

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