"Me afectó que me inventaran fama de fiestero"

PABLO GONZALEZ

Mota González, puntero del RoPS finlandés, habla de su experiencia en el fútbol europeo, de cómo es vivir en una de las ciudades más frías del mundo y de su reputación de indisciplinado. También rememora sus temporadas en Chile y le envía un recado a la UC: "Soy de Católica y me gustaría tener una revancha".



Durante el verano en Rovaniemi no existe la noche. Y en invierno, claro, lo contrario: casi no existe el día. La mitad del año sus calles, bosques y montañas están cubiertos por nieve y los ríos congelados. La otra mitad, sólo hace frío. Es una ciudad extrema en un país, Finlandia, donde todo es extremo. Es una ciudad pequeña, Rovaniemi, pero dueña de dos leyendas que sostienen su reputación. Ahí nació y vive -dicen los libros y Google lo confirma- el Viejo Pascuero; y durante años, además, fue considerada la ciudad más fría del mundo, hasta que en 2013 la Yakutsk siberiana le quitó el cetro. Y con ello, buena parte de su fama.

En esa ciudad aterrizó hace unos meses, un poco por casualidad, Pablo González, el Mota, 30 años, volante derecho formado en la UC, alguna vez regalón de Bielsa y ex jugador, entre otros equipos, de Cobreloa, San Marcos y la U. de Conce. No sabía, dice, con qué se iba a encontrar: el único antecedente que tenía de Finlandia lo vio en un video de Facebook. "Decía que tenía una de las mejores educaciones del mundo, que era un país muy desarrollado y que casi no había delincuencia. Pero no mucho más", dice el Mota, sentado en un restorán de la Rambla de Catalunya, en Barcelona, donde acaba de almorzar con Billy Topp, otro ex jugador de la UC, retirado hace años.

Llegó a reforzar el RoPS, equipo acostumbrado a pelear en la mitad de la tabla y que el año pasado jugó la clasificatoria de la Europa League. Ahí se encontró con Toni Reguero, arquero español formado en el Real Madrid y exintegrante de los Galácticos. También con Sani Kaita, nigeriano, ex Mónaco, y mundialista en Sudáfrica 2010, y con una horda de finlandeses anónimos, que eligieron el fútbol en un país donde es el hockey el que acapara la atención, el dinero y las portadas.

"Algo que me sorprendió es la cantidad de gente apostando, máquinas tragamonedas en todos lados. Vas a un pub, a un supermercado y ahí están. La gente toma mucho, también, dicen que por el frío. Es tan frío que la vida se hace al interior", dice el Mota. Y explica que ese lugar común que define a los nórdicos como personas cerradas y a los latinos como extrovertidos, al menos en su caso se cumplió: "Son distintos, mucho más fríos. Ellos mismos se sienten raros de lo cerrados que son. Y saben cómo son los latinoamericanos, notan tu alegría, que somos más de piel. Entonces caí bien al tiro".

El fútbol también es distinto, dice González. Si en Chile era él el que sacaba ventaja con su físico y explotaba la velocidad, en Finlandia mutó hacia un juego más técnico, pausado. Se convirtió, sin quererlo, en un habilidoso rodeado de seres humanos físicamente superdotados: "Es todo físico, correr, meter. En ese aspecto, nada que decir, pero con la pelota les cuesta más. Uno tenía que poner la pausa". Este semestre el Mota alcanzó a jugar 12 partidos, siempre de puntero derecho, y su equipo terminó séptimo, a siete puntos del último clasificado a la Europa League.

Pero antes de este dulce presente, hubo episodios que lo vinculaban a la noche y a las fiestas. La mala fama lo marcó, confiesa. Hubo un momento, pero no sabe bien cuándo. Si fue mientras jugaba en la Católica o en uno de los equipos de regiones, donde todo es más chico y las cosas se saben. Pero hubo un momento, y desde ahí todo empezó a crecer y ya no hubo forma: "La gente es mal intencionada, habla sin saber. Quizás hay alguien que me vio en un bar, sin saber que era mi día libre, y se pone a decir 'este estaba borracho tal día'. Y eso se lo dice al otro, y ese otro a otro, y se genera una bola de mentira", dice.

Porque en efecto Mota González alguna vez tuvo fama de fiestero, de indisciplinado. Incluso de borracho. Y eso, a la larga, cree, lo perjudicó. Quizás a la hora de renovar un contrato o de encontrar club: "Sí hubo un momento en que me afectó, porque dicen que eres bueno para la fiesta, para el trago, para esto otro. Me inventaron esa fama y a veces creo que sí me afectó".

Asegura que jamás llegó tarde a un entrenamiento, menos aún borracho, que nunca tuvo un acto de indisciplina y que cuando salía, lo hacía solo en días libres o vacaciones. Que toma de vez en cuando, con sus amigos ("como cualquier ser humano normal, como lo puede hacer cualquier jugador de la elite mundial incluso"), pero que nunca influyó en su rendimiento. "No fumo, ni tomo drogas ni nada. Sólo me tomo sus cervezas, su vino de vez en cuando. Es que cuando estás de vacaciones puedes hacer lo que quieras. No sé si siga con esa fama o no, pero no me preocupa. Sé lo que soy, sé que siempre estaba 40 minutos antes de entrenar y me quedaba después, porque me gusta. Lo disfruto. Mucho más ahora, que tienes 30 años y te cuidas más", agrega.

No fue por esa fama de la que el Mota habla, pero ese día se la enrostraron. Ocurrió cuando iba a ejecutar un córner en San Carlos de Apoquindo, jugando por Cobreloa contra la Católica el año 2013. González estaba a préstamo en Calama, su pase todavía pertenecía a la UC, y las tribunas Lepe y Fouillioux extrañamente se ensañaron con él. Mientras le gritaban "borracho" y un cúmulo de insultos, le cayó también un número indeterminado de escupos.

El origen de la reacción, dice, fue una foto que se sacó el plantel de Cobreloa tres semanas antes en Iquique luego de derrotar a la UC. Ahí aparecen, entre el resto de los jugadores, Francisco Pizarro y Mota González, todos mostrando cuatro dedos, por los cuatro goles que esa tarde marcaron los loínos.

"Jamás pensé que iba a tener esa repercusión. Me llegaron miles de mensajes al Facebook, al Instagram, de hinchas amenazándome. 'Te vamos a matar', "cuando lleguís a San Carlos te vamos a pegar, te las vay a ver con nosotros', y cosas así. Nunca lo hicimos con esa intención, por eso no entendía la reacción de la gente", rememora. Y agrega: "Me sentí mal, porque yo salí de Católica. Seguía perteneciendo al club, tenía que volver. Que la gente no te quiera por una estupidez, como una foto, te hace sentir mal".

Y aunque luego volvió y sumó minutos, primero con Martín Lasarte y luego con Rodrigo Astudillo, nunca pudo consolidarse. La relación con los hinchas tampoco terminó de cicatrizar. Al poco tiempo dejó el club e inició un recorrido por el norte, alternando temporadas entre Iquique, Cobresal y San Marcos de Arica. En 2016 partió a México, a los Cafetaleros, y a comienzos de 2017 firmó por un club de origen amateur y que en dos años escaló a la primera división ecuatoriana, el Clan Juvenil. Luego llegaría a Finlandia.

De la UC nunca más lo llamaron. Y dice: "Siempre fue una deuda, porque es el equipo que me dio todo, mis bases, mis valores. Y alcancé a jugar muy poco. En otros lados siempre jugué, pero en la UC no lo pude demostrar, por muchos factores. Había jugadores importantes, y eso pesa, y quizás me faltó poner más de mi parte, pelear más. En fin".

Hoy, con la temporada finlandesa terminada por el receso de invierno, y barajando las opciones de seguir ahí o buscar otro destino ("me gustaría seguir en el extranjero"), de vez en cuando piensa en la UC. En una cuarta oportunidad. "Creo que nunca es tarde. Soy de Católica, me formé ahí, y me gustaría tener mi revancha. Ahora estoy en Europa, estuve en México, en Ecuador. Entonces por qué no en Chile", dice.

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