Desde fuera, sobre todo en temporada de compra y venta de jugadores, solemos ver a los clubes de fútbol profesional como unas eficientes -o no tan eficientes, según sea el caso- máquinas de hacer dinero. Las cifras que exigen u ofertan por la joyita de turno, las largas tratativas, las alianzas comerciales, todo obliga a verlos bajo el prisma empresarial. Incluso, la formación de futbolistas de divisiones menores se explica en función de la rentabilidad que les puedan sacar una vez que el muchacho tal o cual descolle con la pelota en los pies. ¿Quién podría hacer un reproche ante un club que ofrezca una gestión económica eficiente?, ¿quién podría quejarse ante una institución por hacer buenos negocios? Obvio que nadie. El conflicto aparece cuando todos los esfuerzos están orientados solo en esa dirección, cuando la única fuerza capaz de guiar a los clubes, de moverlos a la acción, es la posibilidad de generar dinero.

Hace poco, convocado por la Fundación Fútbol Más, participé en la elaboración de una guía para clubes de fútbol profesional, en el marco de una iniciativa de Estadio Seguro: «Guía de Participación Ciudadana para Clubes de Fútbol Profesional». Dentro de ese trabajo, me tocó leer sobre la experiencia de los clubes europeos en torno a la creación de espacios de vinculación con otros actores como los hinchas, las organizaciones sociales, las autoridades, los establecimientos educacionales y los espacios formativos ligados al fútbol, a la vez que también hubo que revisar las orientaciones y acuerdos que organismos europeos han dispuesto sobre el deporte rey.

Desde esta perspectiva es significativo lo que, por ejemplo, dispuso el Consejo de Europa en 2006: "La relevancia de los clubes deportivos como puntos de referencia social dentro de su comunidad y de su entorno social no se limita únicamente a los momentos en que se celebran encuentros y competiciones".

O lo que estableció la Unión Europea en 2016 en el sentido que el deporte en general, y el fútbol en particular, ayudará "a construir sociedades unidas e inclusivas, a desplazar barreras y a permitir que las personas se respeten mutuamente mediante la construcción de puentes entre culturas y por encima de divisiones étnicas y sociales, así como a impulsar un mensaje positivo de valores compartidos, como el respeto mutuo, la tolerancia, la compasión, el liderazgo, la igualdad de oportunidades y el Estado de Derecho".

Los clubes europeos no han dejado de ser unas máquinas de hacer dinero, pero a la vez se han comprometido con las sociedades donde están insertos, asumiéndose como agentes claves del cambio social, en atención, precisamente, a la penetración que tienen.

Por solo nombrar algunos casos, en los últimos dos años Borussia Dortmund ha implementado más de 50 programas sociales orientados a comunidades vulnerables de Alemania; en Holanda, Feyenoord ha enfocado su trabajo social recuperando a los adolescentes de Rotterdam con problemas conductuales; Manchester United ha intervenido zonas conflictivas de la ciudad que sufren por el consumo de drogas y la delincuencia; y el City ha tomado la bandera de la alimentación sana para combatir el sobrepeso que es uno de los males más acuciantes de Manchester.

Más allá de las diferentes acciones aisladas que algunos clubes chilenos han implementado, ¿serán capaces de vislumbrar los beneficios que pueden obtener de la rentabilidad social?, ¿estarán dispuestos a asumir la responsabilidad que los tiempos actuales demandan?, ¿cuánto les tomará aggiornarse para convertirse en verdaderos actores sociales? Son ellos los que ahora tienen la palabra.