Mal juego, declaraciones duras, descontento mayoritario. Esas palabras definen, en parte, el mal momento de la Universidad de Chile. El equipo ha perdido los cuatro partidos jugados en el 2018. Es cierto que sólo uno oficial, el primero del campeonato, frente a la Unión Española, por lo que los cuestionamientos podrían parecer exagerados y más en la línea de la histeria que se vive en el fútbol del siglo XXI.

Pero no es así. La preocupación de los hinchas y la dirigencia, además de la crítica de los medios, obedece a una tendencia iniciada hace mucho tiempo bajo la conducción de Ángel Guillermo Hoyos. El equipo no juega a nada. No tiene fisonomía ni ideas. Se arrastra en la cancha sin sorpresas ni movimientos pre establecidos, redundando en enormes fallas a la hora de defender.

El diagnóstico es claro; la U no muestra los fines de semana el trabajo que seguramente desarrolla en los días previos. Hay un agravante fundamental que hace más inexplicable todo esto. El plantel azul es de lo mejor que existe en el medio nacional. La dirigencia, criticada muchas veces, ha hecho la pega y en los últimos años ha sumado varios seleccionados chilenos más lo mejor de los últimos torneos de otros equipos. Los más destacados en cada torneo han sido rápidamente contratados para seguir engrosando un grupo de jugadores que ya tiene un nivel muy superior al promedio.

Por tanto, el diagnóstico parece claro: el problema es de dirección técnica. No es posible que uno no sepa a qué juega la Universidad de Chile. En algunos cuadros, la crítica radica en un modelo que no es del gusto de los críticos o los hinchas. Aquí es peor. Hoyos no ha podido darle una idea al equipo para, al menos, saber si ejecutan bien o mal ese libreto durante los partidos. En este caso, cuesta encontrarlo.

No se sabe si juega a la posesión o al pelotazo. Si atacan por las bandas o por dentro. Si buscan contragolpear o un ataque construido. En un mismo partido de los azules conviven todas estas variantes, pero de mala manera. Por eso es que el fondo de juego es confuso o nulo.

La responsabilidad es del técnico, si bien los que ejecutan son los jugadores y muchas veces la critica es indulgente con ellos, en este caso el diagnóstico es claro. El adiestrador azul no ha sido capaz de plasmar en cancha su mensaje y en medio de un ambiente que comienza a ser desesperado, varios referentes salieron a hablar. Cuando eso ocurre las señales no son buenas.

Es urgente que Universidad de Chile empiece a evidenciar una fisonomía, de lo contrario, la presencia del técnico se ve cada vez más difícil. La metodología de los abrazos y las declaraciones equivocadamente paternalistas hacia su plantel ya no alcanzan. A Hoyos lo trajeron para que la U juegue bien y eso hace mucho tiempo que no ocurre. Demasiado, tal vez.