¿Queremos el Dakar?

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Se acabó otro Dakar, su décima versión en Sudamérica, el escenario prestado que se convirtió en definitivo. Ya nadie se pregunta cuándo vuelve a África, sino por qué países del subcontinente cruzará. Y es un hecho que ahora vuelve a sonar la misma canción de los últimos tres años: ¿Regresa a Chile?

Con el cambio de gobierno, Lavigne, el director del clásico del todoterreno, cree que puede darse una negociación favorable y ha lanzado ya sus primeros anzuelos: largada en Santiago para 2019 y los réditos económicos que eso implica para la ciudad.

Los asesores en deporte de Piñera han expuesto su intención de lograr ese retorno, aunque durante su primera estadía en La Moneda pudo percibir de primera fuente el escaso fervor que despertó la competencia cuando terminó en la capital en 2013.

Claro que es en el norte donde a la prueba la añoran el comercio y los pilotos.

Queda la duda de si hay más personas que hayan extrañado al Dakar en estos años en la distancia. Estadísticas de la lectoría de algunos medios para las noticias de esta edición eran bajísimas y eso que desde el comienzo Ignacio Casale mostró sus credenciales para el título que logró en quads y que Pablo Quintanilla sumaba justos méritos para ser favorito en las motos.

Son ellos, además, dos pilotos con mejores pergaminos y más oportunidades de victoria que Carlo de Gavardo y Francisco López, pero que no despiertan el mismo interés público.

Y no hay que olvidar el asunto del gasto en que hay que incurrir y bien se sabe la molestia que eso genera en algunos deportistas y la caja de resonancia que encuentran para expresarla. Porque Piñera será reconocido en los sectores empresariales como un hábil negociador, pero el Dakar no le saldrá gratis; Perú se gastó US$ 6 millones este año.

Lo que vivió la Fórmula E es el último ejemplo. Se criticó amargamente el aporte estatal de US$ 2 millones, porque restaba recursos para sus preparaciones, aunque la mayoría de los fondos no provenían del Mindep y que también existe un retorno importante por hotelería. Como si el público no pudiera ser el beneficiado con presenciar una prueba de carácter mundial, sin importar si hay chilenos en ella; como si el dilema fuera ¿espectáculo o preparación? Uno o el otro, nunca juntos.

Y tampoco hay que olvidar a los opositores de siempre del Dakar, los ambientalistas y arqueólogos.

Surge así la pregunta, ¿vale la pena el Dakar?

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