El francés Renoir decía que lo importante de su pintura no era la fuerza del dibujo sino la estructura y sobre todo el color. Muchos descubrieron en la observación del arco iris y sus múltiples colores una fuente de inspiración. ¿Qué sucede en esta modernidad futbolera? Todo es monocromático, todo se ve según el cristal con que se mire o la vara con que se mide. O eres blanco o negro. En el pasado existía ese arco multicolor desplegado en los cielos y en la tierra. Se veía futbol de distintos matices. Nos mezclábamos como la colorida paleta de un Turner o un Dalí.

Fascinaba el talento de jugadores sin reparar en el color de sus camisetas y banderas. Recuerdo un combinado Colo Colo y Unión Española con camisetas blancas con ribetes rojos y azules para enfrentarnos al Atlético de Madrid o el combinado porteño de Wanderers y Everton para desafiar a grandes equipos extranjeros. Algo impensado en estos días.

Tal como en la política eres verde o rojo, en el fútbol eres blanco o azul, celeste o rojo y pobre del que destiña. La mirada es tan disímil como creer que los atardeceres son copiados con la misma tinta. Hoy asistes a un partido como un rebaño y que no se mezcle una oveja negra.

Ese fundamentalismo ha hecho tanto daño que los brochazos de intolerancia, violencia y aislamiento han desnaturalizado este deporte. El mercantilismo brutal hace inhumanos esfuerzos para meternos en esa carcelaria burbuja.

Y sumen como se elogia al pícaro endiosando a los más vivos o los más fuertes. Se valida la trampa, las auto zancadillas, la simulación, se empata con los adjetivos y nadie se pone colorado. Y con esos anti valores se conforman desleales familias sicilianas.

Al fin y al cabo para el hincha todo es instinto y para los jugadores, astucia. Como el tigre que no sale de su selva porque desnuda el color de sus rayas temiendo que la presa pueda ser él.

El único perdedor ha sido el fútbol, que vive sonrojado dentro y fuera de la cancha.

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