El enigma del partido más esperado de la fecha rompió en disparate, en desastre táctico. Y al tiempo, y posiblemente por eso, en una sesión de fútbol de lo más entretenida. Apasionante, vertiginosa, cargada de goles. Lo que resulta un placer para el espectador acostumbra a ser un fastidio para los entrenadores. Un cargo ese, convengamos, que en realidad ayer España no tenía. Fernando Hierro apareció en la foto y se desgañitó en el aliento, pero el juego que se veía ahí dentro no era cosa suya. Por imposibilidad temporal, no por capacidad. España fue un visible desgobierno. Untado de calidad y carácter para levantarse, dotado de memoria e inercia, pero preso (o bendecido) de anarquía.

Portugal también fue un caos. Enseñó el mismo técnico con el que alcanzó la prosperidad en la pasada Eurocopa, pero jugó como si no se conocieran. Una selección medidamente acobardada y frágil que se las apañó para salir del encierro con tres tantos en la maleta. Casi sin pretenderlo.

Un milagro que adjudicar a su puntualidad para aparecer en la cita (buscó el ataque nada más pitarse el inicio, mientras España aún se quitaba las legañas de los ojos), a las concesiones personales de un esperpéntico De Gea (preocupante su tendencia a cantar en el último mes) y, sobre todo, a Cristiano, que de por sí es un milagro indescifrable. El gol por ciencia infusa.

Los goles le persiguen. Parecía al revés, que era Cristiano quien se obsesionaba con perforar el arco contrario, pero ya no está claro quién quiere más a quién. Aunque vayan por lados aparentemente opuestos o lógicas distintas, el gol y CR7 finalmente se reúnen. Siempre. Se le caen los penales de los bolsillos, encuentra mantequilla en las manos de los arqueros cuando sus remates no son precisos o miradas lejanas cuando sus parábolas se insinúan inatajables. No es un asunto de juego, es aparición, puntería y definición. Brujería. Tres disparos, tres goles. Quiera o no, lo merezca o no, su nombre aparece en el marcador. Lo celebra Portugal, que no es otra cosa que su certero artillero, y lo celebra el protagonista besándose un rato a sí mismo para los retratos. Y para tranquilidad del Madrid, como se ganó la portada, el luso no se descolgó con pucheritos.

Cristiano al margen, España no resolvió las dudas que desató su histórico suicidio en la víspera. La autogestión lo presentó igual como un equipo poderoso y poco fiable. Una moneda al aire en la que impresionó justo de lo que más se sospechaba (Diego Costa) y en la que espantó lo que parecía más seguro (De Gea).

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