Hubo algún momento en que el All Star de la NBA era aguardado con devoción por los fanáticos. Amén de la paridad que históricamente hubo entre una y otra conferencia en cuanto a la conformación de los planteles y la distribución de las grandes figuras, los jugadores se dedicaban realmente a competir más que a montar un espectáculo de clavadas sin oposición. Inolvidable sigue siendo el partido de 1992, por citar un ejemplo, que culminó en un duelo uno contra uno de Magic Johnson y Michael Jordan, ante los ojos de todo el mundo. Parecía más un encuentro de playoff que un amistoso con mucho de show.

Pero aquellos buenos tiempos del denominado fin de semana del Juego de las Estrellas parecen cosa del pasado. Y de un pasado a esta altura muy lejano. Las figuras comenzaron lentamente a mudarse hacia el Oeste y las diferencias comenzaron a sentirse de inmediato en las alineaciones de uno y otro equipo. Por si fuera poco, los propios deportistas empezaron a quitarle seriedad, al punto de que el año pasado se pactó en el camarín que la figura del partido fuera el pívot del equipo local Anthony Davis, figura de los New Orleans Pelicans. Lo sucedido, que fue admitido por los propios compañeros del ganador del premio, al haber trabajado en su favor, enterró cualquier mínima credibilidad que algunos todavía querían darle todavía al compromiso.

Para este año, la liga intentó darle un giro a la fiesta, cambiando el sistema de selección de los participantes. El nuevo modo de elección, que elimina los tradicionales equipos de las Conferencias Este y Oeste, y establece la figura de dos capitanes para que hagan esa labor a través de un simulacro de sorteo. encontró reticencias entre varios actores de la NBA, que lo calificaron como un nuevo "chiste".

La razón esgrimida por los especialistas es que, al haber muchos más jugadores de calidad en la del Oeste, estrellas que tendrían que estar participando del partido de los mejores de la liga se quedarán fuera y habrá otros de menor calidad que lleguen al juego anual que ya carece de valor deportivo.

Por ahora los únicos contentos con este nuevo sistema son los propios jugadores, que siguen siendo los dueños de una noche que cada año pierde televidentes frente a la pantalla chica. Lo sucedido el año pasado en Nueva Orleans fue la mejor prueba del desencanto de la fuga de espectadores, viendo a las estrellas caminando en la cancha y parecer más integrantes de un equipo de los Globetrotters que auténticas figuras de la NBA compitiendo. Ni siquiera el marcador final, 192-182 en favor del Oeste, por lo demás números ridículos para cualquier compromiso medianamente potable de baloncesto, demostró lo poco serio que se tomaron el asunto. Habrá que ver qué sucede en el Staples Center de Los Ángeles el 18 de febrero. Los fanáticos ruegan porque vuelve el espectáculo de antaño. Quieren ver más que un show.