Columna de Héctor Soto: "Después de la quebrazón"

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Fue una semana menos violenta, pero sin embargo las noticias fueron mucho peores. La notificación fue extremadamente dura. En los próximos años, Chile en el mejor de los escenarios marcará el paso. El sueño de tocar alguna vez -y en el mediano plazo- el desarrollo volvió a escapársenos. Chile, que como sea en las últimas décadas había logrado describir la trayectoria de un país serio y pujante, que se apartaba del libreto de la mediocridad latinoamericana, volvió ahora a la manada y lo peor es que vuelve sin muchos sentimientos de contrición. Al revés, la mayor parte de la ciudadanía sigue entendiendo que si este era el precio que había que pagar para corregir algunas inequidades -precio que se tradujo en protestas masivas, en violencia urbana desatada de norte a sur, en saqueos, en destrucción irreparable de propiedad pública y privada, en paros y reiteradas interrupciones de la jornada labo-ral-, bueno, al final el resultado no es tan malo. Es lo que correspondía, se cree. No es que París valga una misa. Nada de eso: en el Chile de hoy las cosas se trastocaron y una misa cuesta la totalidad de París. Y no es que nos hayamos vuelto especialmente devotos.

Lo más probable es que por intentar resolver una crisis, que era atendible, sí, nos hayamos terminado comprando otra de dimensiones colosales, que nos va a significar menor actividad, caída de la inversión, aumento del desempleo, menor consumo y más inflación. El Chile de antes pudo haber sido duro y también injusto, pero el que viene ahora será peor. Precisamente, porque no hay mejor caldo de cultivo que una economía golpeada para la frustración y el malestar social, se hace bien difícil pensar que efectivamente estemos yendo a un país donde se crecerá menos pero se pasará mejor. Ojalá la correlación fuera esa. Hay razones para pensar más bien lo contrario, que será bastante más agria, sobre todo en lo que concierne a la asfixia de las aspiraciones de superación que tienen los estratos más vulnerables de la clase media, que son los que precisamente en esta crisis dejaron en claro que su paciencia llegaba hasta aquí nomás. Las frías cifras del futuro, por desgracia, dirán que esa paciencia tendrá que llegar bastante más lejos aún.

Es evidente que viene una batalla política importante para deslindar a cuál sector habrán de cargársele los platos rotos. Hay quienes ya dan por descontado que la izquierda convertirá en insumos venenosos de la discusión pública fenómenos como la cesantía, el encarecimiento de la vida, el alza de los combustibles o la desaparición de fuentes de trabajo que hasta antes de la crisis eran viables. De seguro serán también para el sector las pruebas concluyentes que ofrecerá para probar el fracaso del gobierno y la incapacidad del modelo para responder a las demandas del presente. No por vieja la fórmula es menos maquiavélica e ingeniosa. Primero se alimentan las expectativas populares hasta inflarlas como globos. Enseguida se les atan las manos a las empresas con restricciones, vetos, gravámenes, menos horas de trabajo, presiones salariales, inamovilidades, amenazas y nuevos impuestos. Al final se dice que los hechos hablan por sí mismos y que el desastre prueba que el modelo no funciona.

Para el oficialismo no va a ser fácil desmarcarse de la crisis social asociado a todos los momentos de contracción económica. El desafío comunicacional que enfrentará será enorme y, de partida, al sector más le convendría reconocer que en este plano las cosas nunca se le han dado muy bien. Tendrá entonces que cambiar de switch. El reto ahora consiste en demostrar no solo que la quebrazón no fue culpa del gobierno ni de sus aliados, sino también en instalar que el coqueteo irresponsable de los partidos de la oposición con la violencia fue determinante para la extensión y profundidad que alcanzó la crisis. Ojo, que el tiempo corre. Hasta aquí son pocas -contadas y sobran los dedos de una mano para hacerlo- las figuras de la derecha que se han reperfilado estas semanas. Hay quienes incluso se preguntan si acaso el sector no se está desvaneciendo en la marea del descontento militante. La pregunta no deja de ser pertinente. Porque, tal como en las últimas semanas hay un Chile que se ha manifestado con mayores o menores niveles de indignación, así también existe otro, horrorizado y perplejo, que hasta aquí no ha tenido muchas posibilidades de hablar. Sin duda, ese país en los próximos meses también debería tener algo que decir.

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