Las mujeres a la cocina

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El Barros Luco de la Fuenta Alemana (Crédito: Andrés Pérez).

También resistiré a los que pretendan cuotear a las cocineras de la Fuente Alemana. Por más que los hombres sigan subyugados y oprimidos para acceder al sitial de honor que representa esa cocina, me resisto a creer que la perfección de ese lomito (o lomite) perfecto, pueda ser realizado por un hombre. Aunque me linchen en la Plaza Italia.


A solo pasos de la Plaza Italia, punto de referencia obligado para todo activista que le gusta marchar, se erige un verdadero monumento al feminismo: la Fuente Alemana. Curioso, a metros de donde han desfilados miles de mujeres en las últimas semanas clamando por mayor igualdad, lenguaje inclusivo y educación no sexista, pasa desapercibido el matriarcado que se impone en el interior de Alameda 58.

Así es, aunque pocos lo saben – solo los asiduos al lomito italiano y al rumano – al interior de ese restaurant la dominación de las mujeres es absoluta. En este caso, las mujeres están en la cocina, pero una cocina muy distinta a la tradicional. El verdadero arte de construir un lomito no se hace a puerta cerrada ni en el rincón trasero de un local, se hace a vista y paciencia de los consumidores y donde ellas cobran un papel protagónico, en el centro del local.

Las cocineras son solo mujeres. Jóvenes y más experimentadas. Mujeres de esfuerzo y de un tesón formidable para resistir una demanda incesante de pedidos y una actividad que no para en todo el día. Pero solo mujeres, siempre mujeres. Los hombres están relegados a las labores de auxiliares o a servir las bebidas, ordenados por las mujeres. Limpian y obedecen. A las mujeres.

¿Cuál será la interpretación de la oleada feminista de este singular local donde las mujeres son dominadoras absolutas de la situación? ¿Pensarán en la opresión que deben sentir los hombres que no tienen derecho a ocupar el sitial de honor de una cocinera?

Como escribía ayer la profesora Sofía Correa en La Tercera, el totalitarismo que está ejerciendo la ideología feminista radical que domina a la elite chilena está cuestionándolo todo: lenguaje, educación e incluso la interacción en las calles. Los petitorios son pliegos que resumen siglos de la llamada opresión machista y nuestra arteria principal está adornada de mensajes destinados a amedrentar al macho y se le mira con suspicacia cuando participa como observador de la protesta.

¿Hacia dónde nos va a llevar ese totalitarismo al que ni el oficialismo ni la oposición entienden cómo hacerle frente? ¿Qué resultará de la imposición violenta – a través de actos y palabras – de medidas, acciones y omisiones que se pretende imponer a nivel general y particular en instituciones y procesos sin nada que lo contrarreste?

Es verdad, los machistas –porque el 99% de los hombres chilenos somos machistas- somos herederos y responsables de ese legado de injusticias y dominación que ha perjudicado a la mujer, que ha limitado sus opciones de ascender en la academia y en la empresa, que ha minusvalorado sus capacidades y que ha sido discriminador con sus ascensos y remuneraciones. Es verdad, somos responsables de una cultura de abuso y de normalización del acoso que no corresponde y que debe cambiar radicalmente.

En eso, a consecuencia de la ola feminista se ha provocado una reacción y un empoderamiento de estas demandas que era necesario y que está rindiendo sus frutos. Pero los riesgos de sumarse, sin restricciones ni limitaciones, al discurso completo que se importa de otros países y a cambios radicales que sin evidencia van horadando las estructuras sociales y las formas de relacionamiento al interior de la sociedad, son preocupantes.

Como dice la profesora Correa, se puede avanzar en una transición con armonía. Se puede reconocer que hombres y mujeres tenemos capacidades, prioridades e intereses distintos y que, por la vía de un decreto o de una política pública, no se puede igualar lo que no es igual ni imponer lo que no nos corresponde por naturaleza. Asimismo, se puede y debemos reconocer que hay una deuda histórica y que los hombres, pueden y deben asumir roles y funciones que tradicionalmente han sido reservados solo para las mujeres.

Pero eso no implica que la transición y el cambio cultural deba ser un permanente choque de adversarios y una estandarización total que pretende igualarlo todo, sin reflexión ni fundamento. Yo al menos, también resistiré a los que pretendan cuotear a las cocineras de la Fuente Alemana. Por más que los hombres sigan subyugados y oprimidos para acceder al sitial de honor que representa esa cocina, me resisto a creer que la perfección de ese lomito (o lomite) perfecto, pueda ser realizado por un hombre. Aunque me linchen en la Plaza Italia.

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