Los tres focos del incendio Bravo

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Éstas son las claves desde las que observar la guerra desatada en la Selección tras el quiebre entre Claudio Bravo y Arturo Salah.


1. El capitán

Claudio Bravo, excelente portero, discutible capitán, se acostumbró a interpretar el fútbol y la vida desde su propio ombligo. Así ocurrió desde que asumió la jefatura de la Roja, ya hace diez años. Sus polémicas han tenido la característica de anteponer el yo sobre el nosotros, y además de una manera radical, sintiéndose por encima de sus interlocutores y de los escenarios. Ya sean compañeros , jefes, empleados, espectadores o la misma Selección. Su historial de exigencias y conflictos es amplio. Y siempre ganó. Sacar adelante todas sus imposiciones, por caprichosas que parecieran, fue multiplicando su convicción de poder hacer y deshacer a su antojo. La diferencia es que en esta ocasión (colocar a un preparador de arqueros afín en sustitución de los actuales, de la cuerda de Salah) por primera vez se encontró con un no. Rotundo. Y su respuesta ha sido desproporcionada, equivocada en los roles y nuevamente egoísta.

2. La ANFP

El organismo que gobierna la Selección, por razones de sobra conocidas, se ha ganado su mala reputación. Y su peor característica en cuanto a la relación con los futbolistas de la llamada generación dorada ha sido la de la debilidad. Ha dejado el mando caprichoso a los jugadores incluso a costa de agredir a su propia tesorería o a los conceptos mínimos de disciplina. El miedo a enojar a los referentes ha convertido el santuario de la Roja en un estado de anarquía y libertinaje. Ha trasladado a los pesos pesados del camarín la sensación de que son los que mandan. En la era anterior y en la actual. Por una vez, aunque de una forma confusa y poco argumentada, la ANFP ha decidido hacer prevalecer su criterio. Y se ha encontrado una respuesta incendiaria de la que en el fondo es responsable por su fragilidad consentidora previa.

La solución

Por la gravedad de la herida y la edad del causante de la misma (35 años cumple en abril), no cabe mucho espacio para la reconciliación. La era de Bravo en la Selección escribió probablemente su punto final. Pero sí quedan secuelas a resolver. Imprescindible, por ejemplo, resulta escuchar a Reinaldo Rueda, el supuesto adalid de los nuevos tiempos. El arquero asegura que antes de incendiarlo todo, el técnico le dio su palabra, como si estuviera al tanto y de acuerdo con sus exigencias. El seleccionador pone a prueba en este conflicto su autoridad y su sentido de la verdad. Y la propia ANFP, más allá de que las formas utilizadas no sean admisibles y el denunciante no sea quién para imponer, debe demostrar su limpieza en uno de los asuntos aireados: si los empleados que trabajan con la Roja lo hacen por méritos profesionales o por simple amiguismo del que ahora manda.

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