Mejor Waters

Metrograph Opening Night
NEW YORK, NY - MARCH 02: John Waters attends the Metrograph opening night at Metrograph on March 2, 2016 in New York City. Jamie McCarthy/Getty Images/AFP

"Mondo Trasho" es de 1969 y predice quizás toda su estética, ese cine extremo que reflexiona sobre los códigos de la cultura pop con una lucidez y un amor casi posesivo. Puro underground de Baltimore.


No sé por qué volví a ver estos días "Mondo Trasho", el primer largometraje de John Waters. Quizás fue porque Waters fue invitado al Bafici y siempre me ha parecido alguien cuya inteligencia bien puede servir para comprender esa estupidez cotidiana que a veces parece invadir el mundo, sobre todo en semanas como ésta donde comenzamos a aburrirnos de la amenaza de una tercera guerra mundial, el ministro de Educación dijo que sus hijos eran unos campeones a los que les compraba condones; y un diputado de la UDI trató de "terroristas con aguinaldo" a las víctimas de violaciones de derechos humanos.

Mejor Waters. "Mondo Trasho" es de 1969 y predice quizás toda su estética, ese cine extremo que reflexiona sobre los códigos de la cultura pop con una lucidez y un amor casi posesivo. Puro underground de Baltimore, la cinta abre con un hombre de capucha negra que descabeza gallinas con un hacha, para luego narrar el funcionamiento de un mundo delirante donde aparecen violadores fetichistas de los pies, un grupo de asilados de un psiquiátrico, la Virgen María en un corral lleno de cerdos, violencia policial, cirugías plásticas extremas y la presencia indispensable de Divine, que es una suerte de villana inesperada que maneja un convertible y que es la última heredera de la afectada histeria de las divas del Holywood de la época dorada. Anoto esto porque en "Mondo Trasho" casi no hay diálogos (que son reemplazados por gritos de dolor o éxtasis) y las imágenes corren sobre una banda sonora que nunca termina, donde el áspero rock and roll de Link Wray se intercala con música clásica de modo abrupto haciendo que ese setlist funcione como el gran esqueleto narrativo del relato. Que su protagonista (Mary Vivian Pearce) aparezca al comienzo leyendo a Kenneth Anger solo aumenta la violencia emocional de la cinta; esa sensación de que estamos viendo, antes que nada, un melodrama hecho con la basura psíquica de las década del cincuenta y sesenta. Todo esto, además, está grabado en blanco y negro, en un celuloide casi doméstico lo que aumenta la cercanía, esa aura familiar que se eleva en las cintas de Waters sobre la coprofagia, las perversiones y el gusto por el shock que parecen definirlas.

Esto es quizás lo que más me interesa de esos trabajos, pues algo que se repite también en el resto de películas y libros de Waters: la idea de que el cine (y el arte en general) sirve para construir comunidades, pandillas, hermandades, sectas. Eso aparecía en "Mis modelos de conducta" (2010), un libro donde escribía de sus ídolos, amigos y referencias que podían incluir a pornógrafos olvidados o miembros encarcelados de la familia Manson ("hemos envejecido juntos en esa sala de visitas" dice sobre Leslie Van Houten) y se confirmaba en "Carsick" (2014), que relataba cómo salía a hacer dedo a la carretera para tratar de entender cómo funcionaba su país. Las respuestas eran por supuesto, ambiguas, pero el director (ya de 66 años) narraba el viaje con ternura, humor negro y sorpresa, perdido en los caminos paralelos de sus propios afectos. Así, se volvía una especie de Sebald tardío aunque sus referencias literarias no proviniesen de Stendhal sino los escombros de la cultura del entrenimiento, los periódicos amarillistas y los detalles tóxicos de la vida de los famosos.

Aquello era divertido pero también nostálgico, más señales de un mundo perdido. Mal que mal, Waters no dirige hace más de una década (lo último suyo fue "A dirty shame" del 2004) y su modo de encarar el cine, ese arte de guerrilla que no temía saquear bandas sonoras y construir con Divine y sus amigas su propio star system infernal, ya no es posible. Que se haya juntado ahora en el Bafici con su adorada Isabel Sarli, la heroína erótica de las cintas de Armando Bo (que también fue su marido), solo confirma lo anterior. Bo partió como un cineasta casi neorealista pero luego de la mano de Sarli, hizo cintas de explotaition softcore en parajes turísticos bizarros (estancias, cataratas, playas lejanas) donde el componente erótico estaba atado a una especie de violencia tan atávica como irreal. Censurada muchas veces en tanto diva tórrida del cine latinoamericano, Sarli quizás condensaba todo lo que Waters idolatraba. "Ella arde, ella se consume", dijo hace unos años al presentar "Fuego" (de 1969, mismo año de "Mondo Trasho") con tanta alegría como deslumbramiento, mientras recordaba como exhibían sus cintas para el público latino en el Times Square en los setenta.

"Con Divine solíamos ir a ver todas tus películas y alentarte. Éramos grandes fans", le dijo Waters a Sarli en un video que registró el encuentro que tuvieron la semana pasada y donde le entregó un premio del Bafici como reconocimiento. Pero la entrega del galardón fue al final de la grabación. Antes, al comienzo, Sarli dijo que no hablaba inglés desde hace mucho tiempo, quizás desde que murió Bo. "Soy la única que sigue viva, por el momento", dijo la actriz mientras la cámara los registraba a ambos vestidos de gala, los dos sobrevivientes y héroes de un arte despreciado y extremo que solo podían recordar con cariño, como si las películas fuesen un álbum familiar lleno de ese fascinante esplendor que solo pueden tener los fantasmas.

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