Prevención del VIH: ¿Qué está mal con las campañas?

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Foto: AgenciaUno

En síntesis, anualmente se invierten cerca de 400 millones de pesos en la campaña de prevención del VIH, pero no tenemos claro si es que ellas están generando algo en las personas y tampoco tenemos claro qué deberían estar generando y en quiénes.


El explosivo aumento del número de personas que han adquirido VIH en Chile reactivó el debate acerca de las políticas preventivas del Estado y en particular de una de sus caras más visibles, las campañas de comunicación masivas del Ministerio de Salud.

La evidencia internacional indica que las campañas de salud, bajo ciertas condiciones, pueden aumentar lo que las personas conocen sobre un tema o contribuir a tomar conciencia sobre una amenaza. También pueden conseguir que cambien su comportamiento, por ejemplo, que se hagan un examen de detección o que usen condón regularmente. Sin embargo, la magnitud de ese efecto es pequeña, de entre un 4% y 10%. Ahora bien, considerando que están dirigidas a audiencias amplias, esos efectos podrían redundar en mejoras trascendentes en la salud pública.

Las campañas efectivas tienen claros sus objetivos y proponen una teoría acerca de cómo deberían operar, es decir, qué les debería pasar a los individuos cuando estén expuestos a los mensajes. Además, se proponen una audiencia objetivo y tienen claro en qué grupos de la población se deberían observar sus efectos. Definen de antemano una estrategia de evaluación para saber si los objetivos se han cumplido. Todas esas definiciones requieren evidencia previamente recolectada que les permite tener una idea clara de a quiénes les están hablando, qué mensaje tendrán sentido para ellos y a través de qué canales tienen mayores probabilidades de alcanzarlos.

Un examen a los documentos técnicos de las campañas del VIH  entre 2010 y 2017 revela que ha faltado definir bien los objetivos y el público al que se quiere llegar. Por ejemplo, en 2017 la campaña tiene objetivos tan diversos como aumentar la percepción de riesgo, destacar la facilidad de prevenir la transmisión, promover el diagnóstico precoz e informar acerca del tratamiento garantizado para portadores. Si bien el VIH es un problema complejo y su abordaje también debe serlo, es poco realista pensar que una campaña de unas cuantas semanas va a conseguir todo esto, más aun cuando no se explicita a quiénes hay que hablarles, en qué tono y con qué énfasis.

Tampoco hay en los documentos técnicos una estrategia de evaluación que permita saber si la campaña está llegando y si está generando algo. En los años 2011, 2012 y 2013 lo único que existe es evidencia de que los mensajes fueron efectivamente emitidos. En 2010 no existe ningún tipo de evaluación, mientras que en el mejor de los casos (2015 y 2016) la evaluación se restringe a la medición de exposición a los mensajes, pero no se abordan los posibles efectos en estos individuos. En síntesis, anualmente se invierten cerca de 400 millones de pesos en la campaña de prevención del VIH, pero no tenemos claro si es que ellas están generando algo en las personas y tampoco tenemos claro qué deberían estar generando y en quiénes.

Más aun, no sabemos lo que piensan o sienten quienes debieran recibir el mensaje, si es que le temen a la enfermedad, si conocen el tratamiento y sus efectos secundarios, si están dispuestos a ponerse un condón o a hacerse el examen, qué los motivaría y qué los detiene, si es que ven televisión abierta o si le darían play a un video en redes sociales. Todos esos antecedentes son cruciales para poder llevar a cabo una campaña bien pensada y planificada, con expectativas realistas y efectos contundentes que puedan ser medibles y que contribuya efectivamente a detener el avance del VIH en el país.

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