TVN: El fuego amigo

TVN es una estructura que proviene de otro tiempo, tiene demasiadas reglas encima y ha crecido hasta operar de modo casi independiente del gobierno de turno. El modelo fue diseñado para funcionar así y anduvo bien por un par de décadas, lo que no es poco. De hecho, los gobiernos anteriores de Bachelet y Piñera se toparon con el mismo problema, pero no les importó demasiado (más allá de las escaramuzas por determinados reportajes) porque la tele no estaba en crisis. El colapso de la industria cambió las cosas.


El entretenimiento es capaz de sintetizar la vida de modos inesperados. Ayer, en medio de la competencia de Rojo, una de las participantes se dislocó un hombro bailando. Todo andaba bien hasta ese momento, el programa funcionaba en su mecánica diaria y los pequeños rituales que esta entrañaba se ejecutaban de modo tranquilo en el pequeño mundo de relaciones que se despliega ahí a diario. La lesión de la bailarina lo cambió todo por un rato: la producción tardó un poco en reaccionar, se vio desorden al aire. Pura sincronía: el accidente ocurría en el mismo momento en que hay una polémica sanguinolenta entre Francisco Orrego, el presidente del directorio del canal y Jaime De Aguirre, director ejecutivo del mismo. Una guerra sucia amplificada por la indignación pública pues a la filtración de contratos y documentos confidenciales, las peleas por la prensa y los ajustes de cuentas de todo tipo; se suma el hecho de que el sueldo de De Aguirre luce excesivo para una industria en crisis, algo que se extiende a otros ejecutivos y rostros. Por supuesto, no hay salida clara y las tensiones han escalado hasta hacerse insostenibles al punto que luce delirante el modo en que Orrego parece obsesionado con De Aguirre, haciendo que nos olvidemos de de dos cosas que quizás resultan esenciales ahora mismo para comprender lo que pasa en TVN.

La primera tiene que ver con el sentido que posee la televisión pública para un Estado como el chileno: ¿cuál es su valor real? ¿Cómo debe relacionarse el gobierno con ella? No hay respuestas demasiado claras. TVN es una estructura que proviene de otro tiempo, tiene demasiadas reglas encima y ha crecido hasta operar de modo casi independiente del gobierno de turno. El modelo fue diseñado para funcionar así y anduvo bien por un par de décadas, lo que no es poco. De hecho, los gobiernos anteriores de Bachelet y Piñera se toparon con el mismo problema, pero no les importó demasiado (más allá de las escaramuzas por determinados reportajes) porque la tele no estaba en crisis. No había que preocuparse, para qué. El colapso de la industria cambió las cosas. La crisis económica convirtió al debate en urgente porque había un agujero económico que podía devorarse al canal. Así, la capitalización de TVN terminó leyéndose como un salvataje de última hora aunque lo que subyacía (y subyace ahora, en medio del culebrón de estos días) era la idea de que cualquier discusión sobre el asunto remitía obligatoriamente al diseño del canal y, por lo tanto, al modo en que la industria de la televisión completa había funcionado en los últimos treinta años.

Pero ahora mismo, aquel debate enmascara otro bastante más mezquino: el control de las imágenes que el gobierno de Piñera puede llegar a tener en la TV. Ese es el verdadero problema, algo "más efímero y deleznable" (como decía el asesino de un cuento de Borges) que el sentido que tiene la televisión pública para la sociedad. La causa de Orrego es tan básica como transparente: recuperar para su sector la gestión de los contenidos en TVN, ordenar la pauta, poder decidir por fin la imagen del país que se ve en la pantalla. Pero no se puede. O no se puede como se quisiera, de modo absoluto e inmediato. El gobierno no es el propietario de TVN. Por el contrario, el canal tiene un directorio repartido por cuotas, un director ejecutivo que un sector del oficialismo identifica con el progresismo (Lavín lo reveló: los whatspps de la UDI sangran por él) y emite todos los días una colección que bien pueden resultar imágenes problemáticas (de Informe Especial a Rojo, pasado por la carne molida del matinal) para el sector. Así, en un mundo poblado por las fake news y las hogueras de las redes sociales, a ciertos sectores de la derecha les debe doler todos los días al prender la televisión.

Y ahora mismo, el gobierno no tiene nada de eso. TVN es un animal herido y trata de sobrevivir como puede. Es puro fuego amigo. Por supuesto, hay cierto aroma de dejavú en el aire. El cierre de La Nación el año 2010 aparece como un fantasma insistente sobre todo porque como pocos políticos, Piñera entiende bien del asunto. Fue dueño alguna vez de Chilevisión y trabajó con De Aguirre codo a codo: sabe que la gestión de un canal de tv no es un problema abstracto. Piñera sabe que la tele crea realidades, que cualquier contenido es político y que no hay diferencia entre las noticias y el entretenimiento. Sabe que si no tiene el control de las imágenes no tiene sentido que el canal exista. Y ahora él y el gobierno no lo tienen. La actitud de Orrego, su empecinamiento a modo de cruzada, lo prueba de modo tajante en un espectáculo tan mañoso como triste.

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