20 años del britpop: el dispar legado del último estallido inglés

Popularizado por Blur y Oasis, la prensa inglesa dice que hay pocos rastros de su éxito en el pop actual.




Febrero de 2013 marcó la evidencia más categórica. En la entrega de los premios Grammy, un numeroso grupo integrado por tipos barbudos, con facha de granjeros, armados de banjos, mandolinas y guitarras acústicas, y con melodías que parecían facturadas en una montaña del Medio Oeste, se llevaron el premio al Album del Año. El aplauso fue generalizado, la prensa habló de una nueva tropa de veinteañeros ávidos por redimir el cancionero norteamericano más profundo, pero aún existía un detalle: el conjunto no había surgido de algún establo de Oklahoma o Arkansas, sino que había nacido y crecido en la estilizada Londres.

Mumford & Sons se consagró como una de las bandas británicas más aclamadas de esta década e hizo que la prensa de su país proclamara que el pop de la isla se había ido asemejando de manera paulatina a su símil estadounidense. Que, al menos en los sonidos más masivos, se había diluido de manera irremediable ese carácter festivo y deslenguado más propio de un hooligan que de un vaquero. "Esta vez, EE.UU. ganó la guerra entre América y el Reino Unido por el dominio de la música", escribió en marzo el columnista Tim Jonze en su blog de The Guardian.

"Por eso hay que recordar con cariño ese momento en que el pop británico tuvo el descaro de tratar de ganar algunas batallas", remató en esa misma línea, ilustrando el hito que esta temporada llevó a Inglaterra a rememorar la última vez que lograron desnivelar la balanza: la irrupción hace 20 años del britpop, el último gran fenómeno exportado por el Reino Unido, género que rivalizó con el grunge y que tuvo su Big Bang en 1994, con los álbumes Parklife, de Blur, y Definitely maybe, de Oasis.

La misma efeméride que  empujó al circuito inglés a preguntarse cuánto de ese triunfo aún late en el pop de esas latitudes, observando otros casos americanizados, como Arctic Monkeys, ungidos como los nuevos guardianes del patrimonio, pero que en sus últimos discos prefirieron grabar en ranchos californianos, bajo la alianza con Josh Homme, emblema de las guitarras de evocación desértica.

"Sin embargo, mucho del mundo construido por el britpop ha perdurado", ataja John Harris, autor del libro Britpop!: Cool Britannia and the spectacular demise of english rock. "El britpop revitalizó el mundo alternativo, porque instauró una línea de producción donde las bandas empiezan en un pub, graban un disco, saltan a las revistas y luego disfrutan de éxito mundial. Esa es la dinámica de muchos grupos ingleses desde Blur y Oasis", dice el escritor, en una tesis que en la última década recae en The Libertines, Kasabian o Kaiser Chiefs.

Pero antes de ellos, el pop de los 90 se alzó como una fuerza capaz de reciclar a la Britania más auténtica -desde el fútbol hasta The Beatles- y dueña de un suceso que hasta el 2000 se convirtió en un 10% del PIB inglés, que validó la arrogancia y la frivolidad ante la lapidación flagelante del grunge y que se vistió con glamour de bajo costo. "El britpop no inventó nada, fue más un asunto de actitud, ya que consagró el hecho de que los artistas puedan circular dentro de distintos sonidos en su trayectoria, que puedan hacer un disco diferente al otro, incluso dando palos de ciego. El grunge o el aggro metal tienen un patrón de sonido muy igual, en cambio aquí había nombres tan disimiles como Blur o Suede", enumera Cristián Arroyo, líder de Canal Magdalena, una de las bandas locales que mejor replicó a los británicos, en alusión a créditos como Supergrass, Pulp, Elastica, Kula Shaker o Placebo. Incluso, insignes como Jarvis Cocker o Damon Albarn desarrollaron carreras de nulo vínculo con sus ex bandas.

"En Chile, en esos años, lo más rockero era hacer pop. Era algo distinto. Y ahora lo que más se hace aquí es pop, por lo que ahí hay una huella interesante del britpop, un triunfo. Los alaridos del grunge estaban en todos lados, pero ¿por qué teníamos que padecerlos? Queríamos pasarlo bien, cantarle a la belleza y no al lado oscuro", sigue Arroyo, observando una variante: su extendido arrastre en Chile, con nombres como Santos Dumont, Solar, Glup!, Jirafa Ardiendo, Los Bunkers, Polter, Phono o Primavera de Praga.

Según Ariel Núñez, productor de la discoteca Blondie, el fenómeno aterrizó con retraso y se extendió de 1998 a 2004, lapso donde el recinto realizaba hasta cuatro fiestas al mes del estilo, las que luego se redujeron a la mitad. Los dos primeros títulos de Oasis despacharon 20 mil copias en el país, aunque todos los héroes pasaron por Santiago muchos años después de su suceso. En la escena local, la conclusión es clara: el britpop sigue siendo rentable, pero enquistado en el mercado de la nostalgia, bajo el suspiro de un público que ya supera los 30 años.

De hecho, Piero Duhart, voz de De Saloon, apuesta a que el estilo no perderá su devoción chilena. "Si Pearl Jam cerró Lollapalooza, perfectamente lo podrían hacer Blur o Primal Scream", comenta, bajo la garantía de un sonido que, en el título de uno de los hits de Oasis, pareció sentenciar su destino: vivir para siempre.

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