Américo: un día en la vida del nuevo ídolo de la música popular




Son las seis y media de la tarde y San Fernando entero está volcado en la avenida España, una de las principales calles de la ciudad. Niñas y mujeres con guaguas se agolpan en la angosta vía que topa con calle Chacabuco esperando por Américo, por el nuevo héroe de la música tropical chilena, por el que cerrará la inauguración del supermercado Mayorista 10.

Los cintillos se venden a 500 pesos y las banderas a mil, y en la carretera la van del cantante viaja contra el tiempo y al limíte de lo permitido desde Santiago.

Están atrasados y hay llamadas de última hora. Pero este hombre de 31 años, que es bien quitado de bulla y habla bajito, que es hijo del rigor y que se ríe fuerte cuando algo le hace gracia, en peores garitas ha montado guardia.

Se acuerda de cuando viajó con seis personas y todos los instrumentos en una camioneta para tocar en Papudo con Alegría, grupo sound donde cantó hasta 2002. De las veces que no le pagaron y de las muchas otras que cantó en tugurios impresentables por 40 mil pesos o menos. Pero ahora es distinto. Viajar directo al show en un auto privado es "un lujo". Porque este es su mejor momento y hay que aprovechar. Para ayudar a la familia y a hermanos. Para espantar las sombras de una infancia "bien sufrida" en la población Parque Lauca de Arica.
 
A la altura de Rancagua, el móvil se transforma en un camarín improvisado: el tiempo apremia y el ariqueño saca su camisa blanca, un neceser con  cremas y empieza a cambiarse. Terno negro, camisa semiabierta y zapatos de charol. Gel en el pelo y algo de base en la cara. Américo está listo para subir al escenario y confirmar, por primera vez en esta ciudad, por qué es el hombre del momento.

Porque eso fue lo que buscó toda la vida. Tenía 10 años cuando le dijo al diario La Defensa que uno de sus ídolos era Zalo Reyes. El de Un ramito de violetas leyó el diario e invitó al pequeño prodigio de la canción cebolla al Festival de Arica. Cantaron Historia de un amor y el de Conchalí se lo prometió al oído: "Yo te voy a apadrinar y vai a ser famoso, ya vai a ver". Américo nunca le cobró la palabra, pero hoy entiende que fue un gesto simbólico. Que esa fue la bendición de uno al que hoy reemplaza como el nuevo ídolo popular.

En San Fernando lo reciben como a un beatle. Con peluches y un desborde que nadie genera por estos días. Américo se persigna tres veces y hace una finta para saltar a la tarima con el pie derecho. Ahí se transforma. Este ariqueño tímido se come el escenario con pasos de salsa y el gesto dramático del que sabe que la canción se transmite con emoción. Cinco mil personas piden que vuelva, pero este es un show de 50 minutos y hay que dosificar. Un día después, el jueves 17, tocará tres veces en una noche y eso lo ha hecho mil veces. Y está dispuesto a seguir haciéndolo, "porque esto es lo que hago".

Sube a los empujones a la van y una mujer se aplasta contra el vidrio chillando que lo ama. Américo agradece humilde y se acuerda de dos compañeritas de la escuela donde estudió -la D-21 Tucapel- que lo perseguían todos los días hasta la casa. Como jugando, pero quizás también con otra intención. "A lo mejor les gustaba por lo pelusón", teoriza  como si no lo hubiera pensado nunca. Pero lo traiciona una risa pícara: este que se crió en la calle, el regalón de un pintoresco bolerista del norte -Melvin "Corazón" Américo- siempre supo que esto iba a pasar. Que más pronto que tarde se convertiría en ídolo.

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