Columna de Héctor Soto: Cuestión de densidad

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De una manera u otra la sociedad chilena se ha vuelto algo más densa que en el pasado y a estas alturas resulta muy difícil movilizarla en torno a un solo eje de campaña.




Faltan poco más de 30 días para la elección presidencial y la campaña sigue siendo como ese polvo que los vientos de la primavera levantan a poca altura en las canchas de tierra. Nada tan terrible que impida jugar en ellas y nada tan maravilloso como para lamentar perdernos el espectáculo. Es cierto que la nueva normativa electoral impide el desborde que tenían las elecciones antaño. Ahora las campañas tienen que ser más austeras, pero la verdad es que las imágenes de multitudes a las que antes se asociaban estos ejercicios electorales venían en caída libre desde hace rato. Hoy día, un político debe darse con una piedra en el pecho si encuentra un auditorio donde haya 20 o 30 entusiastas o asomados dispuestos a escucharlo.

Pero en esta atomización o privatización de la política no todo es culpa de las nuevas restricciones al gasto electoral o de la ruptura de los vasos comunicantes entre el dinero con la política. También hay algo que es más profundo. De una manera u otra la sociedad chilena se ha vuelto algo más densa que en el pasado y a estas alturas resulta muy difícil movilizarla en torno a un solo eje de campaña. Quizás la última campaña que pudo articularse en torno a un solo eje fue la del actual gobierno el años 2013, cuando quedó clara la promesa de desmontar el orden neoliberal. Ahí, y no en otra parte, desde la actual Constitución para abajo, estaba la raíz de todos los males. Y sobre esa base la segunda administración comenzó a operar, con los resultados de todos conocidos.

Ya no hay entre las candidaturas presidenciales una promesa tan potente como esa. Ni el país de los ricos ni el de los pobres explican o movilizan por sí solo el Chile de hoy. Tampoco el de los abusadores y el de los abusados. Menos aún el de las elites dominantes y de las masas sometidas. La sociedad de hoy es bastante más compleja que esas caricaturas o radicalizaciones y, unas más, otras menos, las candidaturas así lo entienden. Por lo mismo, les cuesta más perfilarse y desplegarse. Incluso la promesa de Sebastián Piñera, el principal candidato de la oposición, está lejos de poder ser definida a partir del puro rechazo a la obra del gobierno actual. Su comando asume que hay cambios, iniciativas, conquistas, que de todos modos van a quedar. Lo que Piñera promete fundamentalmente es volver a poner a las personas, a la sociedad civil y a la economía en movimiento y es quitarle, por decirlo así, un poco de presión al Estado, atendido que el sector público ya está muy estresado y no tiene cómo dar respuesta a todas y cada una de las demandas del cuerpo social. Asume que el Estado podrá prepararse mejor en áreas determinadas -vía focalización, vía incentivos, vía remoción de cuellos de botella de orden burocrático- para cubrir algunas necesidades, pero evita hacerse ilusiones con la posibilidad de responder a todas.

Puesto que la candidatura ciudadana del senador Guillier finalmente optó por abrazar a fardo cerrado el continuismo del actual gobierno -sea lo que sea que eso signifique-, en principio los actores más afectados a la hora de desplegar una idea de país y un imaginario político claro son la DC y el Frente Amplio. La DC, porque su opción presidencial, Carolina Goic, así como hasta ahora no ha conseguido instalar la imagen del país que quiere, tampoco ha logrado definir su relación con la obra del actual gobierno. La verdad es que ni siquiera está logrando mantener las cuentas en paz con sus propios candidatos a parlamentarios. Este factor volvió a salírsele de control a la mesa directiva de la colectividad en los últimos días, a raíz de la carta suscrita por dirigentes del partido y de la Nueva Mayoría donde se insta a cerrar desde ya un compromiso de apoyo recíproco para la segunda vuelta con la candidatura de Guillier. Bien podría ser este el canto del cisne de la Nueva Mayoría. A lo mejor como proyecto político el esfuerzo es pobre y tiene poca épica, pero la maniobra es coincidente con el desencanto de muchos electores de la centroizquierda que se sienten obligados a votar por Guillier o Goic no porque estén especialmente entusiasmados con los liderazgos suyos, sino apenas porque no quieren que Piñera vuelva a gobernar. La pregunta es qué tan representativo es este grupo. Y qué tanta capacidad de movilización puede generar un sentimiento así. La gran motivación de la acción política, huelga decirlo, suele estar más conectada a la voluntad de meter goles que de atajarlos.

En el caso del Frente Amplio, tampoco hay mucho proyecto de país. Lo que sí hay es un discurso persistente a favor de los derechos sociales y una candidata que intenta explicárselos al país desde el asistencialismo, prometiendo que el sector público proveerá todo. Menos exposición y consenso tienen las ideas de ir erradicando al mercado de distintas áreas, como la educación, la salud, las aguas, el litio o las pensiones. Con todo, lo más potente de esta coalición sigue siendo la emoción colectivista de un gran momento fundacional, la emoción de la asamblea constituyente. En ella convergerá todo, se discutirá todo y de ahí saldría el Chile que tenga que venir. Pero, desencantada la política como lo está, pareciera que no está fácil la ruta para epifanías de este calibre. La gente podría estar prefiriendo cuestiones más concretas: empleos, justicia, seguridad pública, equidad, crecimiento... Se trata de un mix de equilibrios difíciles, donde se cruzan muchas variables. Y de un mix que, por lo mismo, está dejando cada vez menos espacio a la imaginación política mesiánica, de una sola tecla y de corte utópico.

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