Columna de Fernando Villegas: Fantasilandia

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En los años 50, los radioteatros fueron uno de los tres grandes medios de entretención narrativa junto al cine y la novela. A los primeros se los oía en familia, con fervor. Los ciudadanos que en esos años eran nenes y ahora valetudinarios no han olvidado Adiós al Séptimo de Línea. También fueron oídos y son recordados programas como Residencial La Pichanga, show animado por un vasto elenco de cómicos y cómicas, entre ellos La Desideria. Y sin embargo las entregas de esos artistas, locutores, técnicos, especialistas en efectos de sonido, talentosos humoristas y los guiones que preparaba el genial Jorge Inostroza son como la nada misma comparadas con la superproducción ofrecida al entero público de Chile por La Moneda y sus huestes, estreno absoluto acaecido el lunes siguiente a los comicios de primera vuelta. Ya sabíamos de la profunda inmersión del cartel político gobernante en el océano del cuento de hadas y del marketing implacable perpetrado por expertos provenientes de esa inagotable cantera de progresistas, las agencias de publicidad, pero en ese lunes de epifanía se batieron todos los récords.

De cifras y hologramas

Quizás los futuros tratadistas describirán lo sucedido ese día como uno de los primeros experimentos en gran escala de una puesta en escena del concepto de moda, la "posverdad". Es por ese territorio que transita el carnaval de exitismo iniciado aquella mañana. La cinta inaugural la cortó la Presidenta cuando, radiante como una novia, abrazó a Guillier, resplandeciente como el novio, para luego ambos encaminarse de la mano a los esponsales de un Gran Triunfo y la continuación del Gran Legado. Para calentar motores al espectáculo ya se había sumado horas antes, en calidad de telonera, la candidata Beatriz Sánchez, quien saltó al escenario en estado de desbordante e incandescente entusiasmo para a la pasada, en otra muestra de la paranoia ancestral de las izquierdas, acusar de actos conspirativos a las agencias de estudios de opinión. El carnaval ha proseguido con toda clase de abrazos y gestos del elenco para proyectar una sensación de un éxito supuestamente ya logrado, mientras, simultáneamente, de rodillas se le mendigan votos al Frente Amplio.

A propósito, ¿qué es la "posverdad"? Es uno de los engranajes de una jactanciosa máquina retórica que pretende convertir la mentira y el desvarío en un "Fiat Lux" orbitando en las más elevadas esferas de la sociología y la filosofía. Sus sortilegios recuerdan los misterios de la masonería, los triángulos, plomadas y copias al yeso de esculturas grecorromanas, sus arañas de luces encendiéndose súbitamente para ilustración del iniciado y el oportuno espaldarazo del Soberano Gran Inspector de la Orden o siquiera del Caballero del Hacha Real.

O quizás para examinar el carnaval del triunfo y su forzado parecido con el Himno a la Alegría del ya lejano plebiscito del 88 no se necesiten tratadistas, sino siquiatras. En efecto, la "posverdad" de los incapaces de descubrir y/o tolerar la VERDAD se parece a las fantasías neuróticas de quien pretende huir de una situación intolerable, pero al mismo tiempo se distingue de aquellas pues de sus dulces embelecos se despierta tarde o temprano, mientras al contrario la posverdad persuade a sus víctimas que fantasía y realidad coinciden y/o no hay realidad en realidad, sino "constructos"; también puede insinuar que todo lo que nos rodea es un holograma a gusto del consumidor. No por nada una secta insiste en que la Tierra es plana y un sumo sacerdote de esa fe prepara en estos días un cohete casero para ir en persona a verificarlo y darnos la noticia. Y sin embargo aun dicha hiperbólica tesis y lanzamiento espacial palidecen al lado de quienes festejan la victoria de un candidato que salió segundo a 14 puntos de distancia del primero, el éxito de una elección que aniquiló a uno de sus partidos, el valor de un legado que ha arruinado al país y la gloria de un triunfo parlamentario que disminuyó severamente su cuota en el Congreso y descuartizó a varias de sus figuras "emblemáticas". Es la posverdad en acción.

La torta…

Tal vez las fantasmagorías evacuadas por perpetradores de jingles y spots de televisión terminen, entonces, siendo la parte fundamental del legado de S.E. Al menos ahí está la raíz del predominio de una política convertida, hoy, en pura manipulación de "imagen". Entiéndase que en estos días el mecanismo opera mucho más a fondo y no significa lo que antes significaba; ya no se trata simplemente de maquillar una mala imagen nacida de la realidad, sino de CREAR una bella realidad a partir de la imagen. El doctor Frankenstein creó un monstruo sobre la base de cadáveres; los publicistas del régimen van más allá y crean una Reina de la Primavera a partir de un adefesio.

Esta actividad, el photoshop progre, ha ido convirtiendo la política en caricatura de sí misma. Ilustra, como un aguafuerte, la demagogia y el populismo. La acumulación de dicha práctica ha terminado, como lo estamos viendo, en un desvergonzado afán por transformar los programas que ya eran vagos y absurdos en fragantes ofertones espolvoreados con mentiras y clichés, estos últimos reiterados porfiadamente con la misma confianza inconmovible con que mentía Goebbels, seguro como estaba de que la discreta inteligencia del ciudadano promedio permite cualquier cosa.

Podría argüirse que la promesa imposible de cumplir acoplada a un público incapaz de examinarla son partes constitutivas de la política y ninguna ha sido inventada por la NM ni por Avanza Chile, menos aun por el Frente Amplio, que en sí y para sí tiene ilusiones de ser criatura distinta. Y es verdad que catalogada como "demagogia" la falsa promesa fue ya extensamente analizada por Platón y Aristóteles. Hasta ahora, sin embargo, se movía en el espacio de la exageración, no en el del puro y simple disparate. Esa es la novedad de los tiempos. El delirio conceptual adquirió carta de ciudadanía. Por eso un examen de los programas y sus financiamientos dan la impresión de no haberse, los candidatos, percatado que fuimos expulsados del Paraíso y las manzanas no se arrancan tan fácilmente del árbol. Se ha llegado al extremo de que lejos de refutar un absurdo se invita al hechor a formar parte del respectivo comando. Así continúa la tarea pedagógica de convencer a la ciudadanía de que todo sería posible si no fuera por el culposo egoísmo de las élites, a las cuales, dicho sea de paso, se llama entonces a estirarles el cogote. De la política normalmente mentirosa y oscura hemos pasado al satanismo y la magia negra.

Consecuencias

El fenómeno no se desvanecerá en la nada como las gigantografías que por obra de los elementos se irán deshaciendo donde las pusieron. Ya nos advierten que hoy la ciudadanía es "más demandante", lo cual en la práctica significa que NO cesarán de exigir, pero no más calidad sino la profusa mala mercancía que ya se les ha ofrecido. Esta distinción entre las distintas clases de demandas, las que aspiran a la excelencia y las que se satisfacen con caca, es difícil de hacer en estos días porque se ha instalado con gran fuerza adhesiva la superstición clave de estos tiempos, a saber, que el sano y responsable acceso de las masas a la política es lo mismo que el absceso supurante del ego indisciplinado y enceguecido. No hay "empoderamiento" en quien le hace a su candidato una lista de demandas como la del niño al Viejo Pascuero, no hay progreso en el desboque de turbas vociferantes ni avance en la proliferación de escolares recitando los versículos de un devocionario repleto de fósiles decimonónicos. Tampoco hay desarrollo social en el subdesarrollo mental de sesentones con nostalgias ideológicas por su perdida adolescencia. Se nos insiste en que todo eso es propio de una población "empoderada", pero esa clase de empoderados no heredarán la tierra, sino la ruina. Espere, que viene aun más: los nuevos mistagogos están por decirnos que la Tierra es plana y sostenida por cuatro elefantes que se apoyan en el caparazón de una tortuga.

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