Columna de Héctor Soto: Cómo y por dónde empezar

Hoy, Piñera no solo está más dispuesto que hace ocho años a reconocer los aportes de su coalición. El presidente también tiene más conciencia de los errores que cometió al inicio de su primera administración.




Hay diferencias sustantivas entre los inicios del gobierno de Sebastián Piñera el año 2010 y ahora. Hace ocho años, cuando el candidato se impuso sobre Frei en segunda vuelta, se dijo que Piñera había triunfado "a pesar" de los partidos que lo apoyaban. Era tal vez una exageración, pero no cabe duda que el candidato lo sintió así y que por eso mantuvo una marcada distancia con las cúpulas de la entonces Coalición por el Cambio. Esa misma distancia quedaría formalmente acreditada después, cuando el mandatario electo anunció un gabinete de poco peso político y con figuras de destacada trayectoria en el sector privado. Los partidos dejaron pasar la señal porque respetaron la prerrogativa presidencial de designar en los ministerios a gente de confianza suya, pero no hay que escarbar mucho para concluir que la marginación les dolió.

Esta vez las cosas parecieran ser distintas. Piñera quizás no les deba su triunfo a los partidos que lo apoyan. En el 54% de los votos con que terminó imponiéndose hay mucho de cosecha propia. Pero el aporte de Chile Vamos -cuya votación en diputados, dicho sea de paso, alcanzó sólo al 38%- fue fundamental, sobre todo en la movilización del sector en segunda vuelta. El propio Piñera lo reconoció la noche del triunfo, cuando hizo subir al escenario a los máximos dirigentes y rostros de su coalición e incluso a sus contrincantes en la elección primaria. No solo fue una imagen triunfal de fin de fiesta. Fue también el anuncio del gobierno que vendría.

Hoy, Piñera no solo está más dispuesto que hace ocho años a reconocer los aportes de su coalición. El presidente también tiene más conciencia de los errores que cometió al inicio de su primera administración, aunque él jamás lo pondría en esos términos. Sin embargo, la variable que más cambió en estos años es que en la última elección presidencial la derecha se ordenó y dejó de ser ese espacio de caballazos y descalificaciones, de personalismos y escarnios, al cual el sector quiso reducirse durante décadas.

La recomposición del animus societatis fue un trabajo paciente. Quizás merecían más, pero algún reconocimiento ya se le ha hecho al esfuerzo que realizaron las directivas de Cristián Monckeberg por RN y Hernán Larraín por la UDI para restablecer el suelo común de la unidad. Fue también importante la aparición de Evópoli, que dejó entrar aire fresco y comenzó a hablar en la derecha un lenguaje distinto, menos contaminado por los gases tóxicos del pasado. Sin embargo, más allá de estas variables, lo más importante fue que la derecha se enfrentó durante estos años, desde trincheras abiertamente minoritarias y sin ningún peso en el Congreso, a una agenda política descontrolada -el ambicioso programa de reformas de la Presidenta Bachelet- ante la cual para el votante de derecha y para el ciudadano independiente no cabía otra cosa que una oposición unida y frontal. En esto nadie debería perderse: cuando la derecha chilena percibe una amenaza seria y, más que eso, cuando siente que el país efectivamente se le está yendo de las manos -la última vez que lo había sentido fue con Allende-, el sector no se equivoca y vaya que sabe reaccionar con unidad.

Su primer gran desafío para el próximo gobierno será interpretar, con intuición, pero también con bastante cautela, el sentir del rotundo veredicto ciudadano del 17 de diciembre, no cabe duda de que el segundo será mantener unida a su coalición. Son dos retos interdependientes el uno del otro. Y para eso se necesita un programa que no solo corrija los errores que el país ha cometido en los últimos años, sino que también canalice las aspiraciones de la mayoría en dirección a un Chile más pujante, más seguro, más inclusivo y también respetuoso de la autonomía y diversidad de las personas. Bienvenido el voto favorable de Felipe Kast esta semana en la comisión que está estudiando el proyecto de identidad de género, porque prueba que en la derecha hay más diversidad de lo que se piensa. Está bien. Habrá que expresar esa diversidad en la futura administración. El triunfo de Piñera hizo explícito con absoluta claridad lo que Chile no quería: prolongar la experiencia funesta del gobierno de la Nueva Mayoría. Pero no está tan claro lo que efectivamente el país quiere y es ahí donde la apuesta de Piñera, sus equipos y sus partidos se jugará tanto su éxito como su proyección.

El contexto en que el actual gobierno está terminando desde luego que favorece los primeros pasos que el gobierno debiera dar. Si hay un concepto que Piñera reivindicó en términos recurrentes a lo largo de toda su campaña, ese fue el de la unidad del país. No es solo una bonita idea. Es un resguardo que cobra sentido en momentos en que la Presidenta de Chile -nadie sabe muy bien por qué, nadie sabe en función de qué oscuras prioridades de nuestra política exterior- se fue a Cuba, en una visita relámpago y postrera, probablemente a reencontrarse con los escenarios donde vivió -en el viaje a la isla que hizo el verano del 2009, durante su primera administración- algunos de los momentos más humillantes en la historia de las relaciones internacionales de Chile. Quizás lo decidió para una catarsis personal. Respetable. Pero no deja de ser complicado cuando los mandatarios usan la política exterior para saldar traumas personales. Licencias o fugas de este tipo deberían estar absolutamente vedadas en la nueva administración.

Lo mismo vale para el oportunismo ventajero con que el gobierno que se va está manejando las urgencias legislativas. Todos los gobiernos lo hacen, se ha dicho y lo repite el periodismo más indolente. Con una diferencia, claro: este gobierno tiene mayorías en ambas cámaras y, por lo mismo, está en condiciones de repetir en parte, sí, solo en parte, algo de esos mismos amarres que la dictadura impuso a última hora, antes de dejar el poder en marzo del año 90. Son manotazos que ni entonces ni ahora tienen muy buena presentación para la práctica democrática. Por lo mismo, basta.

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