Crítica de libros: La muerte tiene sus ironías

Al cumplirse 20 años de la partida del escritor siciliano Leonardo Sciascia, una nueva traducción de la magistral novela A cada cual, lo suyo, permite reparar en la sorprendente vigencia de su obra.




Le debo al escritor Armando Uribe la fascinación por la obra del siciliano Leonardo Sciascia. Y si menciono esto aquí y ahora, algo que a más de alguien podría parecerle un gesto impropio, se entiende que no es por pagar una deuda de gratitud privada de manera pública: Uribe no tan solo conoció y trató a Sciascia, sino que en su momento fue capaz de transmitir con suma lucidez y una encomiable economía de palabras el tremendo entusiasmo que la obra del italiano le provoca. Corresponde entonces hacerme cargo de ese mismo entusiasmo e intentar explicar por qué Sciascia es un escritor insoslayable.

La excusa para el presente homenaje proviene, por una parte, del calendario de los muertos eminentes: este año se cumplen dos décadas de la partida de Sciascia. Por otro lado, y no ajeno a la primera razón, está el hecho de que se acaba de publicar una nueva traducción de A cada cual, lo suyo, una de las mejores novelas del siciliano. Del libro se puede decir que es una construcción literaria perfecta, de la que se desprenden, además, algunos de los rasgos esenciales de la literatura de Sciascia.

En primer lugar, hay que referirse al humor: aunque la mayoría de sus novelas pertenece a lo que comúnmente se entiende por género negro (el hombre fue uno de los primeros, si no el primero, en delatar a través de la literatura los escalofriantes excesos de la mafia siciliana), siempre es posible encontrar giros graciosos entre tantos asesinatos infames cometidos, por lo general, a sangre fría. Así, cuando el protagonista de esta novela, el inolvidable profesor Laurana, abandona la casa de cierto párroco que le ha parecido sumamente simpático, no puede evitar la siguiente reflexión silenciosa: "Pero en Sicilia, quizás en toda Italia, hay tanta gente simpática a la que habría que cortarle el cuello…".

Manno, el farmacéutico de un pueblo que no tiene nombre, y que por eso mismo representa a toda la isla, recibe un anónimo que lo condena a muerte. Días después, el hombre es asesinado junto a Roscio, su amigo y eterno compañero de caza. Se diría que por casualidad, el profesor Laurana alcanza a leer parte del escrito amenazante mientras se encuentra en el cuartel de policía, y de ahí en adelante el buen hombre llevará a cabo una investigación que se rige por el siguiente axioma: "El grado de impunidad y error es alto, no porque sea bajo el coeficiente intelectual del investigador (o no solamente o no siempre por eso), sino porque los elementos que un crimen presenta suelen ser absolutamente insuficientes; son crímenes, digamos, cometidos u organizados por gente con toda la buena voluntad de contribuir a tener alto el grado de impunidad".

Leonardo Sciascia es un gran escritor, porque la mayoría de sus personajes son gente compleja, inteligente e impredecible. Además, la amplitud de su mirada es sorprendentemente amplia: cada novela suya (novelas breves, siempre breves) contiene un detallado mapa geográfico y político de lo que podríamos llamar, por convención, la italianidad. Estos atributos se despliegan a través de una prosa elaborada, rica en giros de estilo que, misteriosamente, jamás conducen a que el lector se fije en la construcción literaria, pues toda su atención, y aquí la gracia del hipnotista, queda fija en los pormenores de la historia relatada.

Maestro del suspenso, hábil administrador de la ironía implícita en casi todos los asesinatos que conforman su obra literaria, Sciascia fue un hombre corajudo, y si sabemos algo acerca de los oscuros procederes de la mafia siciliana, se lo debemos a él y no a otros.

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