Del entendimiento

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El lunes pasado, un grupo de dirigentes de los transportistas se reunió con el ministro del Interior, señor Fernández, para solicitarle medidas. Estaban, parece, algo molestos con los más de 200 camiones que han sido quemados por el brazo armado de la CAM cuando pasan por la región, la cual ese grupo reclama como territorio privado de la etnia mapuche. No es primera vez que dichos empresarios recurren a las más altas autoridades y no es la primera vez que salen con las manos vacías. Fernández sólo les ofreció poner "una caseta más" en la ruta, algo así como un quiosco de diarios con un policía bostezando en las largas noches de invierno. Para coronar el ofertón les donó lo que las víctimas del regalo describieron como una "clase magistral en derecho constitucional".

¿Y qué decir de las palabras presidenciales en su cuenta pública? Nos quedamos con la impresión de que la señora Bachelet preside un país más imaginario que el individuo imaginario de Nicanor Parra.

Su tono frenéticamente político y maniqueo, su llamado a eliminar los "vestigios" del modelo liberal y todo eso mezclado con afirmaciones tales como la del nene que recibió un computador azul tal como él quería suenan, es de temerse, a artefacto verbal muy por encima o muy por debajo del pedestre entendimiento. Agréguese que lo dijo mientras una horda de descerebrados atacaba la Comandancia de la Armada y la Confech anunciaba un paro nacional.

Son la clase de declaraciones que traen el recuerdo de las disquisiciones de Hegel sobre la naturaleza del entendimiento. No es la facultad más alta de todas, explicaba el filósofo, pero permite comprender hasta cierto punto cómo opera la realidad. Agregamos: siempre que visiones y consignas fallidas no interfieran. Hay que andarse con cuidado porque una vez que eso sucede resulta casi imposible rectificar. La lentitud del progreso humano tiene parcialmente esa causa; otro factor es el interés creado por mantener vigentes los idiotismos imperantes. De ahí la condena de Galileo y las manos vacías del gremio.

Fragilidad

Frágil facultad es, en efecto, la del entendimiento. Alejandro Navarro acaba de definir a Venezuela como dueña de la democracia más sublime del planeta y es sólo una de entre innumerables perlas por el estilo que hemos oído estos años. Vivimos, es verdad, una "transformación profunda": la sustitución del sentido común por los cantinfleos, las generalidades y las frases vacías. Es cosa grave porque mucho depende de la calidad de las elites. El ejército mejor armado va a la derrota si lo conduce un inepto y la empresa más fuerte va a la quiebra si su nuevo CEO resulta un idiota.

Chapaleamos en medio de una de esas situaciones de revoltijo histórico que llevan al poder no a una o dos personas deficitarias, sino a enteras subculturas de ese talante.

Chile, hoy

Es el caso, hoy, de Chile. Ha habido cuatro años para evaluar los dichos y hechos de quienes conducen la nación y tal vez hayan sido más que suficientes, aunque si se desea ser más riguroso puede hacerse el arqueo del entero pasado de esa subcultura. La historia está repleta de experiencias similares en mayor o menor escala. Hoy se ven ejemplos con caracteres de farsa o de triste remedo en varios países de América Latina. Estamos sumándonos al elenco.

El desbarajuste se palpa en todo: en las cifras, en los resultados, en los programas, en iniciativas legales contrahechas y en discursos ridículos. Su raíz no es un error o varios, la "descoordinación" o una inadecuada "comunicación", sino la flora invasiva y tóxica de una ineptitud sistémica derivada de un Nuevo Testamento de mala calidad. Alimentados de ese modo, inevitablemente sus devotos se hacen propensos a caer en una equivocación tras otra tal como el alcohólico de la familia cae en una borrachera tras otra. No ayuda a reparar ese déficit la proveniencia del feligrés de dicho evangelio, quien suele emerger del pool humano producido en serie por las "ciencias sociales" tal como se las mal entiende en Chile. Es gente formada con los documentos del mar muerto de teóricos añejos, el carrerismo académico y una erudición más al tanto de la vida, pasión y muerte de Michael Jackson que de cómo usar la regla de tres simple. Vienen además de un medio social y cultural repleto de rabiosas cuentas por cobrar que se arrastran por generaciones y a las que intentan compensar con una inflación ególatra, la cual los persuade de ser los salvadores de la galaxia.

Ejemplos

No hay tema en que eso no se manifieste. Ya sea que hablen del terrorismo, de los pueblos originarios o ancestrales, de los brotes verdes o de la amistad entre los pueblos, es notorio que nunca los cultores del género han examinado los axiomas sobre los cuales edifican sus retóricas. En vez de reflexionar en qué significa terrorismo y en qué condiciones existe se limitan a cacarear el cliché acerca del "terrorismo de Estado", conducta en la que aparentemente caería todo Estado por el solo hecho de perseguir policialmente a quienes cometen actos de violencia. No importa que los hechores no sean miembros de un pueblo entero agitando infinidad de banderas como en las óperas chinas, sino de una agrupación específica, como ella misma lo deja muy en claro en sus comunicados; aun así se sigue parloteando sobre la "lucha del pueblo mapuche". Es la sustitución masiva de la realidad concreta por palabrería insustancial.

Por doquier

Los miembros de esta subcultura son numerosos. Han invadido el Estado "terrorista" que al menos tiene la virtud de pagarles muy bien sus desvelos, pululan en todos los poderes públicos, hacen nata en la burocracia, brotan a raudales en los municipios donde suman miles de empleados fantasmales sin otra materialización física que la necesaria para el día del cobro y han sido capaces, además, de colonizar el mundo universitario, convertido en un paraje donde predomina no el estudio ni el esfuerzo sino el matonaje político disfrazado de acciones combativas. Dominan también gran parte de las comunicaciones, donde o por necesidad o por miedo o por oportunismo o cualquiera combinación de dichas variables un número abrumador de "comunicadores" se limitan a repetir las consignas aprobadas por el comité central de las barras bravas. De hecho han instalado como referente semántico, sintáctico y programático del hablar y el pensar la casi totalidad de su marchito catecismo. Como discurso políticamente correcto dicha palabrería incapaz de resistir el menor escrutinio lógico establece "el marco teórico y ético" dentro del cual es necesario moverse si no se desea ser puesto en la lista de proscritos a la espera de una ejecución a conveniencia de los verdugos, por ahora limitados al veneno que derraman en las redes sociales.

Ilusiones

Lo curioso es constatar que los miembros de esta subcultura más bien incompetente se atribuyen, al contrario, las más altas facultades espirituales. Creen representar los Verdaderos Principios de la Humanidad y saben lo que el país necesita. En ocasiones y para dar muestras de su superioridad citan la larga hilera de artistas y celebridades del entertainment que se pliegan a su confesión religiosa. Es una estadística que debe examinarse con detalle; a menudo la destreza para componer versos aprobados por la Cheka no equivale a capacidad intelectual para discriminar entre lo verdadero y lo falso. Más aun, posar de poeta es cosa distinta a ser buen poeta. El Olimpo no se parece mucho a las "peñas literarias". La presunción de la "intelectualidad de izquierda", instalada en los años 20 del siglo pasado, tiene mucho de alarde y no poco de oportunismo. Un intelectual progresista tenía mejores opciones de ser aplaudido, publicado, premiado y mimado si caía de hinojos ante la Verdad Revelada y aun hoy eso sigue siendo válido.

Hablamos, además, de las llamadas "humanidades" porque en las ciencias dicha prevalencia es inexistente. Hoy, año 2017, son pocos los estudiantes de carreras arduas -¡las terribles matemáticas!– que se hayan visto desfilando del brazo con comandantes y combatientes. Tienen cosas más importantes que hacer.

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