Desert Trip concluye con la energía de The Who y el discurso de Roger Waters

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Ambos artistas ofrecieron sólidas presentaciones, escalando entre lo más memorable del evento que culminó anoche.




Si toda nostalgia aspira a paralizar el reloj y perpetuar en el tiempo la imagen de los mejores años, The Who se remite perfecto a la definición, incluso cuando más de la mitad de su contingente partió hace rato –aquella que integraban nada menos que el baterista Keith Moon y el bajista John Entwistle, soberbios en sus especialidades- y cuando sus novedades discográficas del último tiempo han causado un impacto apenas discreto.

En vivo, los ingleses siguen siendo una maquina robusta y visceral, esa agrupación que en el primer lustro de su trayectoria ganó más reputación por su vida en directo que por la integridad de su obra: 50 años después, lo demostraron la noche del domingo en el festival Desert Trip de California, con una performance que califica entre lo más rotundo de la cita (solo rivalizando con Neil Young y Paul McCartney).

Desde el arranque con el clásico I can't explain, el guitarrista Pete Townshend lanza zarpazos fieros desde su guitarra, como si el planeta siguiera congelado en ese legendario festival de Monterrey de 1967 que los hizo explotar en Estados Unidos. Con facilidad, el músico y autor este entre los más versátiles y virtuosos de su instrumento, influencia clave en una estela generacional que va desde Rush y Led Zeppelin hasta Pearl Jam. Por lo demás, no todo es técnica: la magia de The Who en el siglo XXI radica en que replican los mismos trucos que los inmortalizaron como bestias de escenario, entre los que destacan el brazo en alto de Townshend para luego girarlo una y otra vez contra el aire, en señal de una embestida electrizante. Con solo ese movimiento de extremidades, como lo hizo en Who Are you, The kids are alright y My generation, más de alguno en California soltó un par de lágrimas.

El vocalista Roger Daltrey acusa un natural deterioro de su garganta, aunque nada que no le permita imponer su rúbrica enérgica en el material más reconocido de la banda (viajan desde Tommy hasta sus capítulos ochenteros) y,  tal como su camarada, tira el micrófono por los aires, lo enreda en su rostro, lo gira como si fuera a atacar a las primeras filas: en un público sorprendentemente apático –quizás derrotado por el calor asfixiante que ha marcado las jornadas- los británicos detonaron la chispa ausente en otras presentaciones.

Roger Waters quiso aplacar decibles y partió por el rumbo opuesto: una suerte de viaje sideral donde dominan la introspección, los detalles instrumentales y, casi en contraparte,, la magnificencia de la puesta en escena, hasta ahora la más embriagadora del evento. Una travesía que recorre casi de modo cronológico sus mejores capítulos en Pink Floyd, partiendo por la psicodelia críptica de Set The controls for The Heart of The sun, para luego viajar a la alienación progresiva de One of these  days o la austeridad melódica de Fearless, del disco Meddle, tema que solo ha incluido en su tanda más reciente de conciertos.

Luego hay espacio para las joyas conocidas por todos de The dark side of The Moon y Wish you were here, donde el show ingresa a una suerte de segunda parte: más maciza en lo instrumental, menos contemplativa y con una seguidilla de referencias políticas que incluyen insultos a Donald Trump ("eres un cerdo" o los calificativos de "mentiroso, racista y sexista" pintados sobre un chancho gigante que sobrevuelan el público, clásico en los recitales del inglés) y menciones a la causa palestina.

Para el bajista, el mundo aún es un lugar lleno de paranoia y conflictos según la mirada de Marx, el retrato orwelliano de sociedades estandarizadas como ovejas y cerdos, y con fisuras que aún remiten a la Guerra fría,, Hitler y Stalin.

A momentos pueden sonar a ideas enquistadas en el siglo pasado, pero curiosamente reimpulsadas por Trump, el candidato que gusta de hablar de muros y divisiones, tal como los Floyd hace casi cuatro décadas. Su  banda es otro acorazado de categoría, ocho músicos que lo secundan  a la hora de fabricar una imaginería y una fantasía que resiste la marcha de los años.

Desert Trip sigue el próximo fin de semana con el mismo cartel y las mismas ambiciones: que el desierto de California se levante como el último gran refugio que cobijó a los héroes musicales de la era en que nos tocó vivir.

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