El país empatado

Elecciones municipales



Entre las numerosas novedades de la elección parlamentaria, una de las más silenciosas será el escaso entusiasmo de los candidatos por presentarse a la sombra de sus candidatos presidenciales. Esa foto -que era tan peleada hasta hace unos pocos años- ya no tiene tanto valor. La probable excepción serán los de Chile Vamos, porque las apuestas a ganador para Sebastián Piñera siguen siendo muy altas.

Lo que no ha tenido nada de novedoso ha sido la puja de los aspirantes para entrar en las listas parlamentarias y, sobre todo, para asegurarse el mínimo de competencia dentro de ellas. Al final, las razones del aumento de la competencia tendrán más que ver con cosas como el número de parlamentarios o el volumen de los que no repostulan que con el cambio del sistema electoral. Para decirlo de otra manera: es altamente posible que todos los que demonizaron al sistema binominal y lo acusaron de distorsionar la voluntad popular durante 27 años despierten el 20 de noviembre con un Congreso no demasiado distinto del que existió en esos 27 años, sólo que un poco más estrecho en espacio.

Esto se debe a que todos los sistemas electorales terminan por favorecer a las mayorías, como es lógico (excepto que se trate de Maduro o de regímenes dinásticos, del tipo de los Castro o los Kim), y el único debate consiste en cuánto se protege a las minorías. Los sistemas electorales apuntan a dar el poder a las mayorías y el control a las minorías, y a dar relevancia al tamaño: cuanto mayor sea la minoría, mayor es su capacidad de limitar al poder.

Ya no se necesita una pesadilla política para que el 20 de noviembre amanezca como minoría lo que ha sido llamado Nueva Mayoría. Piñera, nada humilde, ha requerido a su coalición que obtenga 78 diputados (sobre 155) y 13 senadores (sobre 23), lo que le daría la mayoría absoluta en ambas cámaras, una posición de ventaja que sólo se les brindó a Frei Montalva en 1965 y a Bachelet en 2013, pero que no ha sucedido en un siglo en favor de la derecha.

Este no es uno de esos chistes de Piñera que la izquierda le reprocha con gravedad sacramental, sino un dato: el nuevo sistema electoral le ofrece esa expectativa a Chile Vamos si la coalición logra la unidad completa. Si no, habrá sido una farra más de la derecha. Pero si se impone el primer escenario, ¿querrán los derrotados volver a cambiar el sistema electoral?

(El examen se ha estado dando en estas mismas horas, porque aunque el plazo para inscribir las listas vence el 21 de agosto, el Servicio Electoral ha pedido "encarecidamente" a los partidos que anticipen en 10 días sus listas, aun en forma confidencial, para alcanzar a revisar las declaraciones patrimoniales).

No son inteligentes los que quieren aparecer en todos los lados de la línea y que juegan a la ambigüedad huidiza con las ideas; diríase que, al contrario, tal ambigüedad es expresión de una inteligencia corta o, cuando menos, políticamente corta.

La repartición electoral es así de dramática porque el país está empatado. Votos más o menos, el electorado chileno está dividido en dos porciones de similar tamaño, con un grupo que se inclina hacia uno u otro lado del espectro por razones muy diversas, que van desde la simpatía personal (Bachelet) hasta el castigo del gobierno anterior (Piñera).

Este grupo define las elecciones, pero es indeterminado, líquido, voluble, tanto en tamaño como en configuración: es el grupo que refleja la total liberación de la ideología, el desprendimiento de cualquiera de los fardos históricos con que cargan los poco más de cuatro millones de votantes que aún tributan a las nociones de izquierda y derecha. Es un grupo liberado de esas cargas, pero no del interés por la política, porque vota; no es la misma masa, muchísimo más voluminosa, de los que no votan, no se interesan y con suerte se enteran de que hay elecciones. No, este es un grupo libre, pero con sentido de la responsabilidad cívica, que cree en el voto y en su capacidad de enrumbar al país. Una buena campaña tendría que ser no tanto la que se dirija a los propios partidarios -aunque siempre es importante contener la fuga de votos-, sino la que logre alcanzar a este grupo que inclina las elecciones.

La idea de un país empatado es difícil de tolerar en las cabezas muy convencidas. Pero parece ser el estado propio de una sociedad situada en la encrucijada del desarrollo, que a menudo debe decidir entre la distribución y el crecimiento, entre la colaboración y la competencia, entre el Estado y la empresa, entre el colectivo social y la familia. En una sociedad con estas disyuntivas parece lógico que prevalezca la moderación (el equivalente político de la incerteza), que las fuerzas electorales mayores sean coaliciones (el equivalente político de la diversidad), y que las coaliciones expresen esos énfasis alternativos que marcan la vida diaria de los que votan. En una sociedad así parece lógico que el maximalismo tenga cierto aire de frivolidad académica y que conserve una posición en los márgenes.

El filósofo español Fernando Savater ha atribuido recientemente las oscilaciones entre derecha e izquierda (fuerzas a las que llama "afinadoras permanentes de la democracia") a una tensión entre las libertades sin control y el control antilibertario, tensión subyacente, ya no a la democracia, sino a toda la historia humana. Derecha e izquierda serían, en esta visión, modulaciones de las ideas complementarias de que toda riqueza es social y toda autonomía es individual.

No es necesario ir tan lejos para advertir que los candidatos más inteligentes (a cualquier cargo) son aquellos capaces de proyectar en qué lugar de esas opciones se ubican, y de convertirlas en ideas en las que asoma una visión del país. No son inteligentes los que quieren aparecer en todos los lados de la línea y que juegan a la ambigüedad huidiza con las ideas; diríase que, al contrario, tal ambigüedad es expresión de una inteligencia corta o, cuando menos, políticamente corta.

Las elecciones parlamentarias se llenan de este tipo de candidatos, falsificaciones políticas que después apestan el Congreso y el debate legislativo. Las de noviembre próximo le dan cierta oportunidad a la sorpresa, debido al volumen inédito de su renovación. Pero elegir parlamentarios pelmazos es uno de los costos de la democracia, que por eso sigue siendo, como decía Churchill, "el peor sistema de gobierno, excepto todos los demás".

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