El reencuentro del maestro sin batuta con la Filarmónica

El director Juan Pablo Izquierdo dirige hoy y mañana a la Orquesta Filarmónica de Santiago, de la que fue titular en los años 80, en un programa que incluye a Gustav Mahler, uno de sus compositores favoritos. El Premio Nacional de Música tiene 80 años, ya no es líder de ninguna agrupación y dice que sólo quiere conducir las obras que están más cerca de su corazón.




A Juan Pablo Izquierdo le gustan los ensayos, pero no las batutas. Así como los músicos deben acostumbrarse a leer lo que dicen sus manos, también tienen que asumir que siempre practicarán una sinfonía más de lo normal. El objetivo, como gusta decir al director, es lograr la perfección musical. Exigente y detallista, Izquierdo está por conducir a uno de sus compositores favoritos con la orquesta que él mismo reformó hace 30 años. Muchos de los músicos ya no son los mismos y se siente expectación en las palabras del Premio Nacional de Música 2012.

En el año 2004 dirigió por última vez a la Orquesta Filarmónica de Santiago, pero fue una presentación donde la atención también estuvo puesta en el pianista Alfredo Perl, solista del Concierto para la mano izquierda de Ravel. Las actuaciones de mañana y el jueves en el Teatro Municipal, a las 19 horas, son su verdadero reencuentro, con un programa que sólo consta de la mastodóntica Sexta sinfonía Trágica, de Gustav Mahler. “Estoy en una etapa de la vida  en que puedo darle otra mirada a las obras a las que me siento más cercano. Me interesa profundizar mucho más en ellas, en particular  en las sinfonías de Mahler y Beethoven”, comenta el músico, que en 2015 cumplió 80 años y dejó la titularidad de la Orquesta de Cámara de Chile.

Para muchos en el país, el nombre de Juan Pablo Izquierdo se transformó en sinónimo del austríaco Gustav Mahler (1860-1911), un compositor que hace 35 años aún era considerado una rareza en los conciertos locales. Hoy, las larguísimas y posrománticas sinfonías de Mahler son un éxito asegurado en las audiencias del mundo. En nuestro país, Izquierdo se encargó de masificarlas con sus conciertos frente a la Filarmónica de la época. Hubo presentaciones en la Temporada del Teatro Municipal, pero también en iglesias emblemáticas y hasta en la Catedral de Santiago.

La Sexta sinfonía, probablemente la más amarga de Mahler junto a la Novena y última, tiene una duración sobre los 80 minutos y fue compuesta en 1903 cuando, paradójicamente, el compositor pasaba uno de los mejores períodos de su corta vida. “Se había casado hace poco con  Alma Schindler y empezaba como director de la Opera de Viena. Además, durante la composición nació su segunda hija. Aún así hay un sentimiento trágico que cruza la obra. Para mí uno de los motivos  más importantes  es el llamado Tema de Alma, en el primer movimiento. Es una melodía totalmente romántica, un retrato de Alma Schindler”.

Luego la vida se puso difícil para Mahler...

Sí. Una de sus hijas murió, descubrieron que tenía una grave enfermedad cardíaca y en la Opera de Viena lo batallaron mucho, entre otras cosas por ser judío. También tuvo problemas con su esposa, hubo infidelidades.

¿Cuál es su opinión de esta sinfonía?

Me parece que aquí se vislumbra por primera vez el futuro de la música, el expresionismo en el siglo XX. El propio Alban Berg, (uno de los máximos exponentes del dodecafonismo) dijo que compuso sus Tres piezas orquestales tras escuchar la Sexta sinfonía de Mahler.

 ¿No siempre fue una de las sinfonías populares de Mahler?

No. Me acuerdo de la época en que yo era el asistente de Leonard Bernstein en Nueva York y, de hecho, no era muy conocida. En ese tiempo, tocar esta sinfonía eran sólo desafíos e incógnitas: fíjese que el Cuarto movimiento dura lo que dura una sinfonía de Beethoven. Es más de media hora con una gran orquesta. Bernstein, que era un gran intérprete de Mahler, fue quien la dio a conocer y la popularizó en Estados Unidos, haciéndolo en su estilo.

Usted dio a conocer a Mahler en Chile a muchas audiencias  ¿Cómo recuerda esos tiempos?

Fue un desafío en todo sentido. Creo que la única sinfonía de Mahler que habían tocado era la Primera. El resto lo hicimos por primera vez y era, además, una prueba técnica para los músicos. Cuando recién empezamos, había bastante aprehensión de parte del teatro. Nadie sabía muy bien cómo iba a responder la gente, pero debo decir que fue un éxito inmediato, un hit instantáneo. La Canción de la Tierra y la Tercera Sinfonía tuvieron una gran respuesta. Me acuerdo también de la Segunda Sinfonía Resurrección que hicimos en la Iglesia San Francisco o de esta misma Sexta, de la que se hizo una grabación espectacular, buenísma.

¿Una grabación?

Sí. Era un proyecto de grabaciones  muy bonito, pues consistía en registrar lo que tocábamos en cada concierto y luego, a la semana siguiente, venderlo. La gente los podía comprar en cassette a precios bastante módicos. Nadie quería hacerse millonario con eso. En la misma época se grabó la Sinfonía Turangalila de Messiaen y la Misa en si menor de Bach. El proyecto contaba con Loretta Nass como ingeniera de grabación. Hasta ahora tengo en la casa ese cassette con la Sexta.

¿Qué opinión tiene del panorama musical actual?

Todo ha cambiado. A principios de los años 80, no había suficientes músicos para llenar la Filarmónica. Por ejemplo, no había intérpretes de corno y cuando contraté al estadounidense Edward Brown no solamente lo hice en calidad de solista de corno, sino que como maestro formador de músicos. Así salió una generación entera a la que le enseñó Brown y ahora anda repartida por el mundo. Ahora es al revés: está lleno de músicos jóvenes en todo Chile, gracias al programa de las Orquestas Juveniles que Fernando Rosas creó con una visión e intuición genial. Lo que me preocupa es que los músicos que salen de  las orquestas son muchos y luego se van del país.

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