El último viaje

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¿A dónde iría si supiera o creyera que no podrá viajar más? ¿Con quién? Estas son tres historias de familias que quisieron hacer un recorrido o visitar un lugar antes de que se les pasara el tiempo a uno de sus integrantes.




Conociendo las raíces catalanas

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Montserrat Nogués y María Piedad Esguep.

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"Desde que fui a Barcelona, le encontré sentido a mi historia", dice María Piedad Esguep (36) sobre el viaje que hizo en 1997 junto su abuelo José Nogués (92) y su madre Montserrat Nogués (65).

José o Pepe, como lo llamaban sus cercanos, embarcó a Chile en agosto de 1939, con 29 años, arrancando desde el campo de concentración San Ciprián, en Francia, a donde fueron a parar muchos republicanos que escaparon de la represión franquista tras el término de la Guerra Civil Española. Un familiar en Argentina le compró un pasaje en el barco a vapor Oropesa, que llegó 15 días antes del Winnipeg a Valparaíso.

"Se vino con una mano por delante y otra por detrás, buscando entre las listas a otros catalanes refugiados. Así fue como conoció a mi abuela Rosa, con quien se casó en 1946. En ese momento, mi bisabuelo lo ayudó a encontrar trabajo", cuenta María Piedad.

José se radicó en Chile y no volvió hasta 1971 a sus tierras cuando se declaró la amnistía. "Allá murieron sus papás, familiares y amigos. No le quedó nadie más que una hermana y los mismos refugiados de los barcos que llegaron a Chile", recuerda su hija Montserrat.

En 1997, cuando María Piedad estaba en tercero medio en el Colegio La Maisonnette, su curso organizó un viaje a Francia, su abuelo se lo financió y además aprovecharon de coordinarse para coincidir después en Barcelona. "Él quería mostrarme sus raíces, dónde había vivido y trabajado", agrega. La joven se reunió con su mamá y partieron a Barcelona a encontrarse con José, quien las esperaba en un taxi para llevarlas directo a un hotel en el corazón de la ciudad y luego a comer a un restaurant tradicional. "Nos dijo que lo dejáramos pedir a él la comida", explica María Piedad y luego le dijo: "Ahora vas a empezar a vivir como una catalana porque esto no es un viaje turístico, es un viaje familiar".

Recorrieron El Raval, el barrio de Barcelona donde él había crecido. Les mostró su casa, todavía en pie porque allá no se demuele todo, y los hoteles donde había trabajado como garzón. "A los 88 años me llevó a parques, a las obras del arquitecto Antoni Gaudí, a subir escaleras gigantescas, casi había que pararlo. Él era un hombre muy activo, flaco y deportivo. Pensaba que nunca moriría", dice María Piedad, quien explica que fue una visita muy emocionante. "Conocí parte de mi identidad y la de mi abuelo, quien no se avergonzaba de mostrarme sus inicios humildes. Estaba orgulloso de haber vivido en barrio pobre, de haber tenido papás humildes y de su historia republicana. En Chile, él era el que nos invitaba al Estadio Español y nos regalaba viajes, pero siempre humilde en su austeridad".

Él, por su parte, no ocultó su alegría. "Quién iba a pensar que yo, que pude haber muerto en la guerra y que llegué de refugiado a Chile, tendría esta alegría de estar en mis tierras, mirando como mi nieta las recorre", le dijo a Montserrat en un momento en que se quedaron solos mientras Piedad vitrineaba en unas tiendas.

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"Pepe" Nogués junto a Montserrat Nogués (a la derecha) en Rambla de Cataluña, Barcelona.

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Seis meses después de volver del viaje, José sufrió un derrame cerebral mientras jugaba dominó en el Estadio Español, tal como hacía todas las mañanas desde que había jubilado. Quedó con hemiplejia y en 2002 falleció. "Siempre le digo a la Piedad que somos privilegiadas por haber hecho el último viaje con el Pepe. Tuvo la alegría de mostrarle a su nieta lo que más quería en el alma, aunque también amaba Chile porque decía que fue capaz de darle lo que su país no pudo: libertad", cuenta Montserrat mientras María Piedad agrega: "Soy una afortunada de haber hecho este viaje con él. A ningún otro nieto le mostró Barcelona como me lo mostró a mí".

Como todos los años desde entonces, Montserrat y María Piedad viajarán en septiembre, Barcelona y recorrerán los mismos lugares que visitaron con él. "Ese viaje fue el inicio de uno nuevo que hacemos junto a la Piedad", explica Montserrat.

Cuatro generaciones juntas

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Margarita Contreras, Alejandra Gallardo y Florencia Baeza.

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"Imagínate lo que es andar con cuatro mujeres arriba de un auto. No sabes la cantidad de veces que tienes que parar para ir al baño", dice entre risas Alejandra Gallardo (40) sobre el viaje al sur que realizó en enero de 2015 junto a su abuela Margarita Durán (94), su mamá Margarita Contreras (70) y Florencia Baeza (8), su hija.

Margarita Durán o "Lela", como le dicen sus familiares, siempre fue el núcleo de su familia. "Una super mamá, pero que no tenía independencia para viajar y salir con las amigas. Sólo cuando quedó viuda empezó a salir mucho con su hermana, principalmente al sur. A ella le fascinaba y por eso nació este paseo", explica Alejandra, su nieta.

Fueron 18 días en algunos de sus lugares más queridos, Villarrica, Pucón, Puerto Varas y, finalmente, Chiloé. Alejandra manejó casi todo el tiempo y su mamá fue su copiloto. En el asiento de atrás iban Florencia con su bisabuela. "Vicentico fue nuestro quinto pasajero. Tanto que lo escucho y es imposible no acordarme de la Flo conversando con la Lela, a veces discutiendo, comiendo chocolates o galletas Obsesión", dice Margarita Contreras.

A Villarrica llegaron sin reservas por lo que tuvieron que dormir en un hostal lleno de mochileros fiesteros y baño compartido. "La Lela se mataba de la risa porque iba al baño y tenía que compartirlo con otros cinco adolescentes todos curados. Pero la verdad es que le importó un comino", dice Alejandra. Madre e hija destacan que en general ese fue siempre el espíritu de la mujer de más de 90 años. "Nunca se quejó y nos acompañó en la mayoría de las actividades. Fue al Lago Caburgua, navegó en el Lago Todos los Santos, trasnochaba con nosotras, se comió decenas de ostras en Curaco de Vélez. No subió al volcán de Villarrica porque nos dio susto de que se cayera en el andarivel y se enojó porque no la dejamos", dice Alejandra.

Antes de regresar a Santiago, el grupo tenía planificado alojar en Chillán para descansar y continuar con la ruta, pero traían tanto equipaje que era casi imposible parar y desarmarlo todo. "No entraba nada más en el auto. Mi mamá se había comprado todo. Ella era independiente económicamente, lo que le encantaba, entonces se compró artesanías, ropa, muñecas para la Flo, casi todo lo que veía. ¡Hasta las conchitas de las ostras se las quería traer!", asegura Margarita.

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Florencia Baeza y MargaritaDurán, en el Lago Todos Los Santos, X Región.

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El plan era hacer un segundo viaje pero el 24 de febrero del año pasado, Margarita Durán sufrió un accidente vascular y tras 14 días internada, murió. "El viaje fue el cierre de esta vida compartida entre las cuatro. Cerramos un ciclo de traspasar crianzas, experiencias y de conocernos como mujeres en la maternidad".

Despidiendo Alemania

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Kathe Richter, en su departamento en Hogares Alemanes.

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Sentada en el living de su departamento en Hogares Alemanes, un centro de atención para adultos mayores, Kathe Richter (99) cuenta detalles de su vida y de su última salida del país el año pasado junto a sus sobrinos Marisol y Enrique, sus familiares más cercanos y queridos porque ella no tuvo hijos. "Cerré así un ciclo con Alemania. Fue mi último viaje porque no creo que vuelva, por mi edad", dice.

Ella llegó desde ese país a Iquique en septiembre de 1919, cuando tenía dos años junto a sus papás y hermano, tras el fin de la Primera Guerra Mundial. Su padre, Paul, había conocido la zona en un viaje por el mundo arriba de un barco a vapor donde trabajaba como médico. "Él se enamoró de la ciudad por la alegría de la gente y por la buena situación económica del salitre", recuerda.

Ella hizo su vida en Chile y cuando cumplió 17 y salió del colegio, su papá le regaló un pasaje en barco a Alemania. "Necesitaba conocer mis raíces y familia", comenta, pero la salida se fue posponiendo y finalmente se concretó cuando tenía 22. Era 1939 y dos semanas antes de partir su papá le pidió que se quedara porque la situación en Europa estaba cada vez más complicada. Ella partió igual como un acto de rebeldía porque no la habían dejado estudiar medicina. "Estuve atrapada siete años. Mi papá tenía razón y la Segunda Guerra Mundial comenzó a los dos meses de llegar a Viena, la cual había sido tomada por los nazis. No dejaban salir a casi nadie del país. No hablé con mi familia durante todos esos años", dice.

En un principio, se mantuvo con el dinero que le había enviado su papá antes del comienzo de la ocupación, pero después no pudo recibir más y buscó un empleo. Pese a que nunca había trabajado logró entrar a una empresa de ferrocarriles en Viena gracias a que sabía alemán, inglés y castellano. "Me preguntaron dónde había estudiado esos tres idiomas y les dije que en Chile. Nadie sabía dónde quedaba pero les expliqué tan bien la ubicación, mejor que un chileno, que quedé contratada inmediatamente", asegura. Tras cinco años, aprovechó la oportunidad de un tren que viajaba a Alemania y decidió irse. "Viajamos diez días hasta que uno de los encargados nos advirtió que teníamos que bajar y escondernos en el bosque porque andaban aviones de vuelo bajo con la intención de atacarnos. Corrimos hacia allá y sentí cómo las balas destruían todo el tren. Logré esconderme detrás de un árbol y frente a éste caían miles de balas, a no más de medio metro. Pensé que ese día me moría", recuerda.

Tras llegar a Alemania, Kathe se encontró con el país derruido, incluido su pueblo natal. "No había nada ni nadie. Las bombas destruyeron todo y murió casi toda mi familia, excepto el hijo de un primo. La gran mayoría murió atrapada dentro de los búnkers de sus casas con los escombros", dice. Con 30 años y sin ningún familiar en Europa, Richter quiso volver a Chile y gracias a un militar americano pudo enviarles una carta a sus papás para que supieran de su situación y gestionar su vuelta. "Mi papá ya se había nacionalizado entonces me pudo comprar un pasaje en el barco a vapor Presidente Errázuriz de la Armada Chilena", explica Kathe, quien finalmente llegó a Valparaíso en abril de 1947.

Al volver encontró trabajo en la agencia de viajes Carlson Wagonlit y ahí se quedó los siguientes 54 años. "Como era una de las mejores vendedoras, siempre me regalaban pasajes y adivina a dónde iba siempre: Alemania. Fui casi todos los años y a veces desde ahí me iba a otros países como China o Estados Unidos. A muchos de esos recorridos llevé mis sobrinos", cuenta la mujer que jubiló a los 88 años.

En junio del año pasado, fue el turno de ellos. Marisol y Enrique, sus sobrinos, le regalaron un pasaje a su tía de 98 y fueron los tres otra vez a Alemania. "Creo que fue su forma de darme las gracias porque siempre los ayudé y apoyé. Ellos habían comprado pasajes en clase turista y para mí en business, pero les dije que viajábamos todos en lo mismo o nada, así es que los cambié todos a business y estuvimos dos semanas en Alemania. Visitamos a una amiga en Peine, recorrimos Munich y Hannover. Hasta una silla de ruedas llevaron mis sobrinos por si me cansaba, pero sólo la usé un par de veces", recuerda y agrega: "Fue tan bonito que ya no quiero ir a ningún otro lado".

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Kathe Richter junto a un familiar en Ettal, Alemania.[/caption]

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