El universo artístico de Alfredo Jaar en cuatro obras

El ganador del Premio Nacional de Arte se radicó en EE.UU. en 1982 y desde allí construyó su carrera.




LAS PUERTAS DEL MUNDO SE ABREN

En sus primeros años en EE.UU., Alfredo Jaar apeló a su profesión de arquitecto para hallar un trabajo que financiara sus incursiones en el arte, su real pasión. Tres años, de 1982 a 1985, fue el período necesario para que el artista se adaptara a la Gran Manzana y descubriera sus falencias: una escena insular que marginaba a los artistas latinoamericanos, africanos y asiáticos. Jaar supo que su misión era romper esas barreras, lograr traer el mundo a su mundo. Viajó a Serra Pelada en Brasil para realizar su primer gran proyecto fotográfico, donde mostró la explotación de 100 mil hombres en una mina de oro al noreste del Amazonas. Las fotos de Gold in the morning (1986) se exhibieron en la Bienal de Venecia en cajas de luz y luego en los andenes del metro de Nueva York. Así, Jaar se situó en el mapa mundial del arte, cuando al año siguiente fue invitado a Documenta Kassel, Alemania, el encuentro más importante de la disciplina.

RUANDA, EL PROYECTO MÁS AMBICIOSO

A incios de los 90, Jaar realizó varios viajes a Africa. El más importante fue en 1994 a Ruanda, visita que coincidió con el genocidio de más de un millón de personas por parte del gobierno de ese país. Impactado, el artista dedicó los siguientes seis años a expresar la tragedia a través del arte. Hizo películas y fotos, sin embargo, para Jaar la imagen entró en conflicto con la realidad. "Saqué más de tres mil fotografías de escenas horribles. Entré en crisis...a pesar de ser tan dramáticas, no llegaban a comunicar el horror", explicó. En 1995 exhibió en Chicago Real Pictures, cajas de luz sin imágenes, pero acompañadas de textos que describían con crudeza lo que éstas mostraban. Luego vino El silencio de Ndwayezu, un millón de diapositivas apiladas, todas de la imagen de los ojos de un niño africano.

UNA MIRADA A LOS CONTEXTOS LOCALES

Cuestionando aún la inocencia de la fotografía, Jaar recurre a otras estrategias artísticas. Su método consiste en introducirse en contextos locales y detectar aquellos problemas de las comunidades que nadie ve, para ponerlos en evidencia a través del arte. El resultado suele generar una catarsis en los protagonistas. En 2000, por ejemplo, se trasladó a Skoghall, una localidad sueca conocida por su pujante industria papelera, pero carente de identidad cultural. Jaar construye con papel y materiales precarios un museo provisorio, que resulta un éxito: se repleta de público y es inaugurado por el alcalde de la ciudad. Tras 24 horas, quema el museo con la esperanza de hacer visible el vacío que significa vivir sin arte.

CHILE Y EL REGRESO A LAS RAÍCES


Años antes de que fuese un artista de fama mundial, Jaar dio sus primeros pasos en Chile, donde ya revelaba su inquisitiva mirada sobre el arte. Entre 1979 y 1981 realizó Estudios sobre la felicidad, una serie de acciones donde le preguntaba a los transeúntes si eran felices, a través de encuestas y pancartas desplegadas en paraderos y anuncios publicitarios. Al año siguiente partió a Nueva York, para volver en 2006 con una muestra individual al Edificio Telefónica: por primera vez los chilenos tuvieron acceso a su trabajo. Eso sí, desde 2010, existe en Chile una obra permanente de Jaar: hundida en la explanada del Museo de la Memoria está Geometría de la conciencia, que apela al interés del artista por el respeto a los derechos humanos. Una sala en penumbra se ilumina con 500 siluetas de detenidos desaparecidos, torturados y personas comunes, además de espejos que reflejan al público y que recuerdan que todos somos víctimas de la historia.

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