François Ozon y un cine donde no todo es maravilloso

El Festival de Cine de Las Condes presenta hoy Joven y bonita, último filme del director francés.




François Ozon (París, 1967) se demuestra un tipo con un discurso interesante. Al menos tanto como su filmografía, cuyo penúltimo capítulo, En la casa, fue galardonado con la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián. Ahora, el director presenta su fatiga más reciente, la perturbadora Joven y bonita, que esta noche se presenta en el Festival de Cine de Las Condes.

Los adjetivos del título se refieren a Isabelle, la protagonista de esta inquietante historia. Pero también valen para la intérprete detrás del personaje, Marine Vacth. Modelo debutante en la gran pantalla, fue nominada a mejor actriz revelación en los últimos César, aunque  perdió ante Adèle Exarchopoulos (La vida de Adèle).

Sea como fuere, Joven y bonita empieza en verano, cuando una niña de buena familia abandona la virginidad con el típico lío estival: "Me interesaba esa edad porque es la época de las primeras veces. Además hoy en día los adolescentes son conscientes de su poder, de su atractivo sexual. Cuando eres tan joven estás convencido de que la vida es eterna y estás dispuesto a transgredir". Mucho, en el caso de Isabelle. Porque el otoño trae de vuelta a la misma joven, pero distinta: se ha vuelto prostituta, por su propia elección.

"HAGO LO QUE QUIERO"

"Quería mostrar lo fácil que es hoy prostituirse. Basta con colgar una foto y un número de teléfono en una web cualquiera y empiezas", defiende el también realizador de Bajo la arena y Tiempo de vivir. Así de sencillo, más o menos, es también el comienzo del recorrido de Isabelle. "Lo que me gustaba era concertar citas, imaginar cosas. Y luego acudir. No saber con quién me iba a encontrar. Era como un juego", relata la chica en la película. De ahí que, cada vez más, Isabelle se vaya adentrando en una vorágine de clientes mayores, problemas y dinero que, en el fondo, no necesita.

Inevitable preguntarse, entonces, por qué lo hará. En la pantalla, no hay veredictos. En la boca de su creador, tampoco. A la certeza, Ozon prefiere el agujero negro. Las cosas suceden, el espectador ya llegará a sus conclusiones. "Me gusta plantear preguntas, aunque no contesto. A veces ni siquiera sabría hacerlo. No tengo todas las respuestas, ni tampoco puedo dar una respuesta en una película".

Sí contesta Ozon, aunque a medias, sobre por qué ha definido su propia adolescencia como dolorosa. "¿Quiere que le cuente mi vida?". Bueno, algo. "No es que fuera desdichada, pero tampoco la época ensoñada de las películas. Fue un periodo difícil, de descubrimiento sexual y relación con la autoridad de los padres también complejos". Suena a uno de sus filmes.

Porque hay muchos críticos que sostienen que sus historias siempre son retorcidas. "Es que yo soy retorcido", se ríe el cineasta. Y, más serio, explica: "Una película donde todo es maravilloso no es cine. Lo que me gusta es afrontar temas que se salgan de la norma".

Al fin y al cabo, él mismo no sigue las reglas a rajatabla. Por ejemplo, consiguió colar en el día de promoción en Madrid una visita relámpago al Museo del Prado.

Y también hace caso omiso de las supuestas normas del business. "Los financiadores de la película normalmente opinan: 'Esta secuencia habría que quitarla'; 'aquí hay demasiado sexo'. Hay un momento en el que hay que decir que sí, porque tu filme necesita el dinero. Pero luego, cuando ruedo, vuelvo a poner las mismas secuencias. Hago lo que quiero".

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