Fuguet: "Missing no es un ajuste de cuentas, sino un homenaje a mi familia"




"I'm looking for a missing person", dijo al teléfono Alberto Fuguet. Era enero de 2003 y estaba en Orange County, California. Hablaba con un investigador privado encontrado al azar en las páginas amarillas. Buscaba a una persona perdida, su tío Carlos Fuguet. Se había esfumado en marzo de 1986. "No queremos verte nunca más", le había dicho su padre. Y él aceptó. De un día para otro, dejó de comunicarse con su familia. No dejó huellas. Había sido chileno, luego estadounidense, militar en suelo norteamericano en la Guerra de Vietman, hippie, estafador, había estado preso, había sido un problema. Llevaba 16 años perdido cuando Fuguet se puso a buscarlo. La literatura no estaba en sus planes.

Missing no es sólo literatura. No es una novela. Una investigación, se lee en el subtítulo del libro. Probablemente, Missing sea el intento de Fuguet por entender por qué su tío un día se fue y nunca volvió. Por necesidad, también es el esbozo de la biografía de ese hombre; por decisión, el registro de la trastienda de esa búsqueda que el autor de Cortos inició en 2003; por reflejo, un viaje al reverso del sueño americano y, sin duda, el retrato más honesto y descarnado que ha hecho Fuguet de su familia. Odios y reconciliaciones incluidas. Nombres y episodios reales.

"Pero esto no es una traición, no es un ajuste de cuentas, esto es un homenaje a mi familia", precisa Fuguet. "Antes, fui irresponsable porque tiré cosas sin aviso. Quizás dañé mucho a mi familia, ya no la puedo dañar más. Este libro no es sobre el daño. Aquí pido perdón por haber sido un pendejo", explica.

SE BUSCA TIO
A inicios de los 70, cuando Fuguet era un niño que vivía en el suburbio norteamericano de Encino, en Los Angeles, EEUU, Carlos era su tío favorito. Llegaba periódicamente a su casa, en un Mustang, escuchando Jimi Hendrix y Led Zeppelin. Era hippie, olía a marihuana y tocaba el bongó. Años después, ese hombre, ya convertido en el perdido de la familia, se colaría insistentemente en su obra con otras identidades: en el cuento No hay nadie allá afuera, de Sobredosis; en el guión de la película Dos hermanos; en la novela Las películas de mi vida, y en la frustrada cinta Perdido.

Oficialmente, Missing partió en la revista peruana Etiqueta Negra: Se Busca tío era el título del artículo, aparecido en abril de 2003. El escritor por primera vez contaba la historia de Carlos Fuguet con nombre y apellido. El texto hizo que se juntaran varias piezas: "Era más que una crónica. Y era más que un libro", anota en Missing: "Yo debía salir a buscar a Carlos. Salir a terreno y empezar a golpear puertas".

La búsqueda empezó bien. Después de años de una conflictiva relación con su propio padre, Fuguet logró convertirlo en su cómplice, siguiendo los pasos de Carlos. "Sherlock", como le llamaban ambos al detective, rápidamente descartó la muerte del tío y detectó un patrón: Carlos llevaba años moviéndose por Norteamérica.

EN EL CAMINO
Si Carlos se hubiese quedado en Chile, donde nació en 1945, dice Fuguet, "habría tenido una vida muy distinta y mucho mejor". Pero se fue. Prácticamente fue obligado por su padre, que había fracasado en los negocios. En mayo de 1964, Carlos se subió a un avión junto a su hermano y aterrizó en EEUU. Dejó para siempre los estudios de Filosofía en la Universidad de Chile y la simpatía por las Juventudes Comunistas.

Al llegar a Los Angeles empezó a dar tumbos. A los pocos días trabajaba en un hotel, a los pocos meses tenía un auto, ya no extrañaba Chile y, en sus primeras vacaciones, deambulaba por las carreteras americanas. En 1965 le llegó una carta del ejército: EEUU estaba en guerra con Vietnam y su nuevo país lo necesitaba. Pero Carlos no cruzó la frontera, pasó dos años en el paraíso: Waco, Texas.

Fueron años de excesos. Instalado en la base Fort Hood, Carlos, con 21 años, en Waco todos los fines de semana se internaba en una nube de drogas, whisky y mujeres. Entonces apareció Suzette, una rubia de 17 años, de 1.87 metro, con la que se casó después de la primera cita. Con ella se hizo hippie, descubrió el amor libre, fue engañado y se separó. Para 1972 llevaba un buen tiempo tocando los bongós y las congas. Una noche conoció a su segunda esposa.

Se llamaba Bárbara y le sobraba el dinero. De su mano, Carlos se empapó de la onda disco de los 70, vestido con trajes de terciopelo y botas de plataforma. Viajaban a Las Vegas, bebían, apostaban, perdían. Carlos estudió contabilidad, en 1975 se nacionalizó estadounidense y al poco tiempo estafó al Seminario Fuller de South Pasadena. Administraba su dinero, pero les robó 10 mil dólares que gastó en joyas, viajes, ropa y cocaína. En 1976 estaba preso en Los Angeles.

Se convertía en un rolling stone (vago). "Se perdió por EEUU. América alienta a perderse. Todo el arte de EEUU está basado en perderse", dice Fuguet. Sabe, claro, que Carlos no vivía en el glamour de una película: "Creo que Missing es antiamericana y anti sueño americano. La inmigración no siempre funciona. Para muchos es una pesadilla".

Para Carlos siguió así: a los 31 años estaba de vuelta en la casa de sus padres, en Orange County, en libertad condicional y "cero futuro". Aburrido, solo, agobiado, decidió partir de nuevo: se compró un sobrio traje gris y un viernes en la tarde llegó a una automotora diciendo que trabajaba para Paul Anka en Las Vegas. Dejó un cheque sin fondos por 17 mil dólares y salió con un Cadillac Fleetwood azul de 1977. Tres años después, tras vivir en Reno y Nueva Orleans, volvió a la cárcel. Salió a los dos años.

UN ESCRITOR EN CASA
En marzo de 1986, Carlos llamó desde Baltimore a la casa de sus padres para saludar. Las relaciones, como siempre, estaban tensas. Pero el llamado terminó peor de lo que esperaba: "Deja de molestarnos, deja de existir. Solo me has traído problemas. No queremos verte nunca más. No me interesa que seas hijo mío", le dijo su padre, quien a los pocos meses moriría de cáncer al esófago. No pudieron encontrarlo para avisarle. Se había mudado y tenía otro trabajo. Los lazos familiares estaban cortados.

Cuando Alberto se puso a escribir Missing, los vínculos con su familia, después de años, se habían sanado. Alguna vez, a su abuelo materno le había bastado leer la primera página de Mala onda para pedir que se llevaran el libro de su vista. Era un novela "corrupta y degenerada", cuenta hoy el escritor. Tenía demasiados mensajes privados. "Herí a mi familia durante un tiempo. Pero todos nos fuimos calmando, madurando. Tal como hay familias que tienen que vivir con un niño enfermo o con problemas mentales, la familia de un escritor tiene que entender lo que es tener un escritor en la familia", dice.

Fuguet escribió Missing con las bendiciones familiares necesarias. Era lo mínimo. "Es muy distinto tratar de conquistar a los asiduos a tal librería del Drugstore, que hacerte cargo de una vida dañada. No era literatura, esto era vida. Por muy buena que sea la literatura, al final es un juego, es lápices y papel".

Sin la literatura en la cabeza, el 14 de junio de 2003, Fuguet, dateado por "Sherlock", llegó a la zona empresarial de Denver. Rastreaba las huellas de Carlos. Tenía pocas esperanzas; estaba seguro de que en Las Vegas le iba a ir mejor. Pero inesperadamente, en el lobby de un decadente hotel, Missing encontró una razón de ser.

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