El fútbol después de Foé

foe

Cada vez que asoma una Copa Confederaciones su recuerdo se asocia necesariamente. Con escalofríos. El del deceso del futbolista camerunés tras caer desplomado repentinamente en la cancha de juego. La primera muerte súbita televisada en directo, de la que hoy precisamente se cumplen 14 años. El deporte cambió desde entonces. O lo intentó.




26 de junio de 2003, Stade Gerland de Lyon. Primera semifinal de la Copa Confederaciones. Juegan Camerún y Colombia. Minuto 78. Los Leones Indomables vencen por 1-0. Y de repente Marc-Vivien Foé se desploma sobre el círculo central de la cancha. A su alrededor no hay nadie. El centrocampista colombiano Jairo Patiño es el primero en percatarse. Se acerca a socorrer a su adversario (que yace inmóvil en el mismo lugar desde el que solía recibir las ovaciones de la hinchada local cuando jugaba en el Olympique), segundos antes de que el alemán Markus Merk ordene el ingreso al campo de los servicios médicos. Los ojos, abiertos de par en par con las pupilas blancas clavadas en el cielo inclemente de Lyon, y su brazo izquierdo, balanceándose inerte al ritmo del traqueteo de la camilla que lo transporta hacia los camarines, anuncian lo peor. Pero el partido continúa. 52 minutos después de caer fulminado sobre el césped, Foé, jugador del Manchester City que acaba de ser padre por tercera vez, muere a causa de una hipertrofia ventricular en una sala del estadio, mientras sus compañeros festejan en la cancha el pase a la final.

Tenía 28 años y el corazón demasiado grande.

La segunda eliminatoria, la que Francia le ganó a Turquía, arrancó minutos después y según el horario estipulado, pero para entonces el fútbol ya no era el mismo. La muerte súbita y televisada de Foé lo había cambiado todo. "El fallecimiento de Marc-Vivien Foé representó un gran shock para el fútbol mundial. Pero esta tragedia incrementó la toma de conciencia en torno a la importancia de prevenir paros cardiorrespiratorios en el fútbol", asegura hoy, en conversación con El Deportivo, un portavoz de la FIFA, 14 años después de aquel recordado episodio ligado para siempre a la historia de la Confederaciones.

Foé no era el primer futbolista en fallecer en una cancha de juego por una muerte súbita cardíaca -ni el último-, pero su deceso, el único acaecido hasta la fecha en un torneo organizado por la FIFA, marcó un antes y un después en el desarrollo de protocolos para la prevención de emergencias cardiorrespiratorias.

Sólo desde la entrada del nuevo siglo, ya habían perdido la vida sobre el rectángulo de juego el rumano Catalin Hildan (2000), el nigeriano Charles Ocheaga Esheku y el serbio Vladimir Dimitrijevic (ambos en 2001) o el brasileño Marcio Dos Santos (2002), por citar algunos casos que adquirieron una mínima relevancia. La de Foé fue una muerte distinta, la primera realmente mediática, la que sentó un precedente. Una defunción en directo y ante millones de telespectadores. Incapaz de ser soslayada. Imposible de esconder bajo la alfombra. Un suceso que reveló la vulnerabilidad real del fútbol.

El expediente Foé, por llamarlo de algún modo, marcó un antes y un después en los mecanismos de control de las emergencias a pie de cancha. La muerte súbita entre los futbolistas dejó de ser tan súbita en la medida en que los clubes y los profesionales médicos comenzaron a formarse y a prepararse para actuar con rapidez. Pero continuó siendo igual de letal.

En 2004, el húngaro Feher perdió la vida en Portugal y el brasileño Serginho falleció en Brasil en el transcurso de un duelo ante Sao Paulo. En 2005 fue el italofrancés David di Tommaso y un año más tarde el egipcio Mohammed  Abdelwahab. El escocés Phil O'Donnell y el paraguayo Sixto Rojas fallecieron sobre un terreno de juego en 2007, el mismo año en que la muerte de Antonio Puerta, el 28 de agosto, tres días después de perder el conocimiento durante el primer partido del campeonato entre el Sevilla y el Getafe, conmocionó al fútbol español. Tras ser reanimado con un desfibrilador en el estadio -que quizás no habría estado allí de no haber sido por Foé- al futbolista de 22 años terminó perdiendo la vida a causa de una displasia arritmogénica del ventrículo derecho.

Su muerte removió más de una conciencia. En España, pero también en Italia, donde esa misma cardiopatía congénita es más frecuente de lo habitual. "Es un tipo de arritmia que afecta a un gran número de personas en algunas zonas de Italia. Y allí los protocolos, los controles y los chequeos son más estrictos que en otros países", explica al respecto Luis Vergara, médico del deporte e internista de la Red de Salud UC, especialista en casos de muerte súbita.

A recomendación del Comité de Medicina de la FIFA, el 2 de octubre de 2013, diez años después de la muerte de Foé, el entonces Comité Ejecutivo de la FIFA decidió que el desfibrilador externo automático (DEA) debía estar a disposición en la banda en todos los partidos de sus competencias. Además, un gran número de mochilas de emergencia cardiorrespiratoria, dotadas de un desfibrilador externo automático, fueron distribuidas a las asociaciones. "Lo fundamental es estar preparado para dar una respuesta rápida, porque está demostrado que por cada minuto que demora la atención, la posibilidad de subsistencia disminuye entre un 10 y un 20%. Una persona que esté más de 3 ó 5 minutos en paro cardiorrespiratorio tiene muchas posibilidades de contraer secuelas neurológicas si logra salvarse", enfatiza Vergara.

En los últimos diez años, los electrocardiogramas y chequeos pre participativos se han vuelto obligatorios en el fútbol, tanto en los planteles profesionales como en las series menores de los clubes, y los exámenes médicos son ahora mucho más exhaustivos. La presencia del desfibrilador portátil es obligatoria, por mandato de la FIFA, en todas las instituciones de fútbol profesional, así como en sus respectivas sedes deportivas; y los registros de futbolistas fallecidos por muerte súbita en el ejercicio de su actividad son cada vez más frecuentes.

Y aunque nombres como el de Dani Jarque (2009), Besian Idrizaj (2010), Naoki Matsuda (2011), Piermario Morosini (2012), Alen Pamic (2013), Carlos Barra (2014), Gregory Mertens (2015), Patrick Ekeng (2016) o Cheick Tioté (2017), entre tantos otros, se hayan unido en los últimos años a la triste lista de jugadores fallecidos por muerte súbita, los avances y protocolos médicos han conseguido salvar también más de una vida. Como la del ex futbolista del Real Madrid Rubén de la Red, quien dos años después de sufrir un síncope en plena cancha se vio obligado a colgar los botines a los 25 años, aquejado de una patológica cardíaca. Pero pudo vivir para contarlo. O Fabrice Muamba, el ex jugador congoleño del Bolton que sufrió un desvanecimiento en 2012 en White Hart Lane (con 23 años), y gracias a la rápida asistencia médica logró salvar milagrosamente la vida luego de estar durante 78 minutos clínicamente muerto.

Según los últimos datos oficiales, entre 2008 y 2012 la Comisión Médica de la FIFA, previo reporte de 129 de sus 208 federaciones asociadas, contabilizó 84 muertes de futbolistas profesionales por problemas cardíacos en el transcurso de un partido o un entrenamiento. Su media de edad era de 25 años.

Hoy, en un nuevo aniversario de la partida de Marc-Vivien Foé y en plena Copa Confederaciones, resulta inevitable no hacer un balance sobre lo logrado. Y sobre el camino que le queda todavía al balompié por recorrer, pues aunque para morir uno nunca está preparado, es responsabilidad del fútbol -ese deporte tan popular, tan millonario- estarlo para más muertes sobre sus pastos.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.