García Márquez y el poder

El 17 de abril se cumple un año de la muerte del escritor latinoamericano más universal. Genio y controvertido, el premio Nobel colombiano apoyó la Revolución Cubana, fue leal a Fidel Castro e hizo de mediador entre la isla y Estados Unidos. El hijo de Aracataca nunca ocultó su fascinación por el poder y fue cercano tanto a Bill Clinton como al rey Juan Carlos de España.




Cartagena de Indias era una fiesta. El hijo ilustre de Colombia, el escritor latinoamericano más famoso cumplía 80 años y la ciudad se detenía ante los festejos y sus invitados.

Era marzo de 2007 y Gabriel García Márquez era la estrella, el anfitrión que, entre mariposas amarillas de papel, además era aplaudido por dos hitos de su historia: los 40 años desde la publicación de su novela cumbre, Cien años de soledad, y los 25 años de haber recibido el premio Nobel de Literatura.

El acontecimiento fue celebrado en grande. Entre familiares, amigos y escritores, como Carlos Fuentes y el ex director de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha, estaban el rey Juan Carlos de España y los ex presidentes Felipe González y Bill Clinton, de Estados Unidos.

"Ha venido un potentado del nuevo imperio. Sólo faltan el rey pirata, Fidel, y el Papa", dijo el escritor inglés Gerald Martin, presente en la ocasión, que en los meses siguiente publicaría la primera gran biografía sobre el narrador nacido en Aracataca en 1927, y fallecido el 17 de abril de 2014, a los 87 años.

Definido por algunos como un hombre tímido, por otros como un arrogante, García Márquez era un seductor que de alguna manera siempre estuvo ligado al poder y a los líderes políticos de turno. Desde sus años de periodista en Colombia hasta su lealtad a la Revolución Cubana y a Fidel Castro, por quien tenía una admiración sin límites, hasta el final. "Castro, para García Márquez, era no sólo caribeño como él, no sólo socialista, sino un héroe latinoamericano que había ganado sus batallas y que representó, durante tres décadas, la defensa de la dignidad latinoamericana y de su derecho a una existencia internacional e internacionalista", dice Gerald Martin a La Tercera.

"Siento una gran fascinación por el poder, y no es una fascinación secreta", le dijo García Márquez en entrevista a su compadre y amigo, el periodista colombiano Plinio Apuleyo Mendoza. "Aunque Gabo se decepcionó del modelo comunista después de recorrer conmigo la Unión Soviética y los países de Europa Oriental, siempre vio la revolución cubana como una opción distinta", dice hoy Mendoza.

El padre del realismo mágico nunca militó en el Partido Comunista ni en nigún otro. Llegó a La Habana en los primeros días de la Revolución, en enero de 1959, como periodista a cubrir la llegada al poder de los guerrilleros "barbudos" que comandaba Fidel Castro. Ahí se conocerían con el líder militar mientras Gabo compartía un pequeño departamento con el periodista brasileño Aroldo Wall.

El escritor sería el encargado de abrir una sede de Prensa Latina en Colombia y luego seguiría los mismos pasos en Nueva York. Sin embargo, tras presiones de anticastristas renunció en EE.UU. La prueba de fuego ante su lealtad con el régimen cubano fue en 1971 tras la detención del poeta Heberto Padilla, acusado de contrarrevolucionario. El caso provocó una protesta internacional de intelectuales del mundo, a través de una carta que García Márquez no firmó. Entre los firmantes latinoamericanos estaban los autores Juan Rulfo, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, quien luego lo trataría de "lacayo" y "cortesano" de Castro. "Fidel tomó muy en cuenta esta decisión e hizo de él su amigo y confidente", señala Plinio A. Mendoza.

PORTAVOZ Y EL NUEVO MILENIO

Para muchos la relación de García Márquez y el poder está en sus orígenes, en la sangre, en especial en la de su abuelo paterno. "Se remontan a la casa familiar de Aracataca y, en particular, a su vínculo con su patriarca personal, el coronel Márquez. Ahí está la semilla de su fascinación frente al poder: cifrada, elusiva, pero mágicamente real", escribió el ensayista mexicano Enrique Krauze, quien siempre ha puesto el acento en la relación entre García Márquez y Castro.

Una serie de mitos generó el autor de El coronel no tiene quien le escriba debido a su ir y venir entre la literatura y los despachos de políticos y presidentes. Enrique Krauze ha hablado de la "mansión de García Márquez en Siboney". Una casa que le regaló Castro, ubicada en un exclusivo barrio de La Habana.

"Se la regaló Fidel a inicio de los 80, creo que después que se ganó el Nobel", confirma el escritor cubano Norberto Fuentes, al teléfono desde Miami. "Era una vieja casa de la burguesía que García Márquez fue ampliando", agrega. Cercano al régimen, en 1994 Fuentes salió de la isla hacia México gracias a la gestión del colombiano. "Me dio 500 dólares y así empecé mi vida en el capitalismo", dice entre risas, quien cuenta que el autor de El otoño del patriarca podía pasar hasta un año en la isla.

Sobre la lealtad hacia Castro hay más mitos. Por ejemplo, que el régimen tendría un archivo secreto de García Márquez. "En Cuba hay archivo de todo el mundo, incluyendo filmaciones. El tuvo, al parecer, sus romances en la isla, pero, bueno, era un estado policíaco que él bendecía", agrega Fuentes, quien prepara un libro que se llamará Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, Gabriel García Márquez.

"Fidel Castro era un hombre complejo, elocuente, carismático y muy inteligente", dice Gerald Martin. "Me parece casi inevitable que García Márquez, obsesionado (como Maquiavelo y Shakespeare) con la naturaleza y las diferentes formas del poder,  aprovechara su relación con Fidel para acercarse a los misterios de la personalidad de la figura más importante del siglo XX latinoamericano", agrega. Y le fue leal, dice, "sobre todo porque era su amigo".

El escritor medió, a inicios del siglo XXI, entre el gobierno colombiano y el Ejército de Liberación Nacional. Ya en los 90 había sido portavoz de mensajes de Castro para el entonces presidente de EE.UU., Bill Clinton, labor que se repitiría en el nuevo milenio, incluyendo visitas privadas a la Casa Blanca. En una de esas misiones, llevó un mensaje relativo a un "siniestro plan terrorista" que fraguaban anticastristas en Miami contra la máxima dirigencia cubana.

Aquel de marzo 2007, antes de que fuese festejado en Cartagena de Indias como el patriarca de las letras latinoamericanas, el escritor viajó a Cuba para ver a su amigo. Entre anécdotas del pasado, Castro le recordó cuando le hacía comentarios a sus manuscritos, como un juego de amigos, alterando la realidad en la ficción.

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