Genaro Arriagada: "Ha sido un grave error esta premura de plantear todo a la vez"

El también ex embajador plantea que, en los primeros meses, el gobierno ha abierto muchos flancos en la tramitación de sus reformas estructurales.




Salvo por su asiento en el Consejo Nacional de Televisión, Genaro Arriagada no desempeña ningún rol público. Atrás están sus pasos por el directorio del BancoEstado, la embajada de Estados Unidos y el Ministerio Secretaría General de la Presidencia durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle.

Pero esta casi total privatización no es obstáculo para que este democratacristiano de 71 años, que fue el secretario ejecutivo del comando por el No, colabore de manera informal con algunos dirigentes políticos, entre ellos el presidente de su partido, Ignacio Walker.

En parte por ese rol y en parte por su natural inquietud, el ex secretario de Estado sigue con atención el desempeño del gobierno y de la Nueva Mayoría.

Y, por lo mismo, tiene su propio diagnóstico de estos primeros meses y de la tramitación de las principales reformas.

En el primer gobierno de Bachelet, las mayores complicaciones en el inicio de su mandato se produjeron a raíz de la denominada "revolución pingüina". Hasta ahora, los movimientos sociales han tenido una actitud pasiva y da la impresión de que el "enemigo" está en la tramitación de las reformas. ¿Comparte esa apreciación?                 

La gran fuerza de la reforma educacional es que todos estamos de acuerdo en que es necesaria. Los movimientos sociales, si por ellos se entiende a los estudiantes, ya lograron, con grandes demostraciones en las calles, poner el asunto en el centro de la agenda. "La calle" ya habló y ahora es el gobierno -Ejecutivo y Parlamento- el que debe transformar ese acuerdo en proyectos concretos. En ese sentido, es cierto que más que "el enemigo", la dificultad en la Nueva Mayoría está en la tramitación; no en el objetivo, sino en el medio.

El columnista Ascanio Cavallo planteó que, dada la compleja situación de la Alianza, la verdadera oposición al gobierno y la Nueva Mayoría es la Concertación.

Estamos de acuerdo en el fondo. Las diferencias se ubican en el cómo y aquí la línea se hace difusa, pues los hay de uno y otro lado, en posiciones que podría caricaturizar en dos visiones. Unos creen más en la calle, otros más en la política. Unos creen que hay que imponer dogmáticamente el programa; otros que, siendo claro el objetivo, el método es negociar, dialogar, lograr grandes acuerdos. Unos, especialmente los más jóvenes, creen más en el testimonio. A unos no les importa el conflicto e incluso lo desean; los otros creen que la función del Parlamento y la política es no hacerlos intolerables.

Estas dos almas, ¿cuánto daño pueden hacerle al oficialismo?

El peor daño es que, producto de ellas, no hubiera reforma educacional. Eso sería grave y peligroso. Otro peligro es una reforma que partiera con la desconfianza de una parte muy significativa de los alumnos, profesores, sostenedores, la Iglesia, padres y apoderados. Los que estamos por la reforma tenemos la obligación de ponernos de acuerdo entre nosotros.

¿Cómo se explica que un gobierno que tiene mayorías en ambas cámaras tenga estas complicaciones? 

Con las mayorías ocurre lo mismo que con la democracia: son malas, salvo que no hay otra forma mejor de gobierno. Por eso no basta con votar y aplicar la mayoría; hay que escuchar, comparar experiencias, asegurar qué medidas son posibles de aplicar. Las mayorías deben resolver un conflicto o diferencias políticas, pero no garantizan que las leyes que aprueben sean buenas. Por eso es que es tan importante escuchar y negociar.

¿Hay un déficit político?

Creo que ese es el mayor problema. Lo fue en el gobierno de Piñera y lo es ahora, aunque de formas distintas. Bajo Piñera fueron unos tecnócratas que declararon la obsolescencia de la política. Hoy la obsolescencia de la política la decreta algo difuso, llámelo "la calle", "movimientismo" o como quiera. Esto siempre fracasa. Pero hay una diferencia importante: bajo Piñera, los tecnócratas coparon al inicio el gobierno. Aquí "el movimientismo" se ubica fuera del gobierno, pero dentro de la cultura de la Nueva Mayoría.

¿Y quién es el responsable de evitar que se sucumba ante "la calle"?

No quiero "demonizar" la calle, sino simplemente reconocer sus derechos y sus límites. La democracia reconoce el derecho a manifestarse en la calle y valora esas expresiones como una forma legítima de presionar a los gobiernos, y eso, como demócrata, lo defiendo. El asunto es que "la calle" es una forma de protesta, pero no de gobierno. En la democracia, el gobierno está en las instituciones. Pero, además, hay algo que puede ser muy peligroso, y es que "la calle" genere una "contracalle".

¿A qué llama una "contracalle"?

Lo que quiero decir es que así como ha habido grandes manifestaciones a favor de la gratuidad de la educación, mañana puede haber otras similares, o mayores, en defensa de la libertad de enseñanza. Que así como se movilizan estudiantes radicalizados, también pueden hacerlo los padres y apoderados en defensa de colegios subvencionados, de congregaciones religiosas. Ciertamente, la situación chilena de hoy no es dramática, pero aunque aparezca como un puro ejercicio de memoria histórica, hay que recordar que los sectores progresistas se han equivocado muchas veces al subestimar la capacidad de movilización de los grupos conservadores. No estoy diciendo que esto esté ocurriendo, sino, más simplemente, que si no lo manejamos con cuidado puede llegar a ocurrir.

En ocasiones se ha comparado la reforma educacional con el Transantiago, en el sentido de que ha faltado una mayor influencia política en el desarrollo de la reforma.

El Transantiago sirve para un barrido y un fregado, pero creo que hay algo de cierto. El Transantiago, técnicamente, en el pizarrón, era un gran proyecto. Pero era para un país ideal que no era Chile. Le sobró técnica, le faltó política, si entiendo por esta última el sentido de lo posible. Pero una reforma educacional es 10 veces más compleja que una reforma del transporte urbano.

¿Influye el que haya tantos temas abiertos? Me refiero a que, casi al mismo tiempo, se han enfrentado las 56 medidas para los primeros 100 días, la reforma tributaria, la educacional, al binominal, y se han puesto también temas como el aborto y otros valóricos.

Sin duda. Ha sido un grave error esta premura de plantear todo a la vez.

Hace un mes que desde el Ministerio del Interior se ha intervenido al de Educación, instalando, de hecho, figuras con mayor vinculación política que técnica, entre ellos Andrés Palma, Harold Correa y varios miembros del PC. ¿Le aparece correcta esa decisión?

Conozco a Eyzaguirre y sé que no aceptaría una intervención de su ministerio. Pero creo que gran parte de esos nombramientos van en sentido correcto. Lo que la reforma educacional necesita es más política, más diálogo, más articuladores. Los "clientes" de esta reforma son millones: un millón de estudiantes universitarios, varios millones de padres y apoderados, la Iglesia Católica, miles de sostenedores... ¡Uf!

Eyzaguirre, con sus intervenciones comunicacionales, se ha provocado varias zancadillas. ¿Usted cree que son meros exabruptos verbales o que reflejan algo mayor? 

A Eyzaguirre, para ser justos, hay que mirarlo en sus errores, pero también en sus talentos y logros. Comunicacionalmente ha sido malo y a veces cándido. Su mayor éxito es que ha situado los grandes temas de la agenda. Ahora hay que ir al detalle de los proyectos. Dolorosamente y con contradicciones, pero ha avanzado. Negar esto último es injusto.

¿No se hace un tanto compleja la permanencia del ministro? 

Sería un gigantesco error cambiar al ministro. Juzgarlo por sus errores comunicacionales es muy parcial. El hecho macizo es que tenemos un ministro de capacidad intelectual. Como persona tiene una inteligencia privilegiada, escucha, es honesto, no está metido en trenzas ni tiene conflictos de interés.

Pero, ¿qué pasa si, a raíz de esos errores comunicacionales del ministro, la reforma comienza a perder apoyo ciudadano? De hecho, algo de eso ya muestran algunas encuestas.

Nunca una reforma de esta envergadura va a ser un paseo por un jardín de rosas. Si alguien alguna vez creyó que el impulsor de un cambio de esta magnitud iba a ir en la cresta de la ola de las encuestas, quiere decir que no entendió nada de nada. Pero este no es un argumento para el conformismo, sino a favor del cuidado, la prolijidad de hacer las cosas bien, con sentido de la proporción y la justicia.

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