Historiador chileno: "Nuestra historia como comunidad ha sido transformada en un verdadero mito"

Con nuevos ejes y apetitos desmitificadores, asoma la Historia mínima de Chile, del académico de la UC Rafael Sagredo




El acontecer histórico chileno ha estado desde siempre, se lee en Historia mínima de Chile, "asociado a la epopeya, a las grandes acciones de carácter público, a protagonistas que inevitablemente resultan ser personajes heroicos; a lo épico, a gestas gloriosas merecedoras de ser cantadas poéticamente, dignas de recuerdo; (…) a sucesos que alcanzan la categoría de dramáticos a lo largo de la narración, siempre centrada en un héroe, individual o colectivo, cuyas hazañas merecen conocerse, transformarse en patrimonio de la comunidad, en historia, la historia de Chile. Una historia plagada de mitos, todos muy útiles para cohesionar la nación".

La historia de Chile puede ser otra cosa, plantea Rafael Sagredo, académico de la UC y autor del libro que acaba de publicar Turner en el contexto de una serie continental de "historias mínimas". Por lo pronto, pueden ser historias de Chile en plural, o bien, historias en Chile: una diversidad de interpretaciones, relatos, aproximaciones y objetos que testimonien el abanico social y cultural de la comunidad que los originó. Que se ajuste a su propio tiempo. Que sea sensiblemente crítica de esa otra "historia de Chile", oficial, convencional: ésa que arrancó en 1839 con el encargo gubernamental a Claudio Gay para que cantara las glorias de la patria victoriosa ante la Confederación Perú-Boliviana.

No es Sagredo el primer historiador que mira cuestionadoramente a la república. Lo inhabitual en este caso es el formato: en menos de 300 páginas, la obra tiene elementos de síntesis, pero mal puede emparentarse con textos escolares o servir de guía para la PSU: acá las fechas, las hazañas, los nombres propios y la vértebra político institucional ceden lugar a líneas temáticas de distinta ralea (del finis terrae colonial a los esfuerzos desarrollistas, de la sociedad mestiza al orden conservador). Arranca con "los habitantes de lo más hondo de la tierra" y cierra con reflexiones acerca de las aulas ("En Chile, la educación para muchos todavía no asegura nada") y la condición moderna: "Tal vez, la verdadera modernidad -progreso, desarrollo o, sencillamente, convivencia republicana- consista en crear la capacidad de superar los momentos de crisis sin quebrar la institucionalidad".

¿Qué hay de nuevo en esta historia de Chile? El mismo libro se lo pregunta.

Lo más nuevo de esta historia es que muestra que nuestro pasado tiene futuro. Que la historia no es un viaje intelectual hacia atrás, sino una proyección hacia el futuro. Es un texto con una visión, una interpretación que, aspiro, sea considerada fundada y novedosa. Por ejemplo, ofreciendo la historia de aspectos esenciales para la población como la salud y la educación, los cuales no aparecen tan edificantes como la valorada trayectoria institucional.

¿Propone que esta trayectoria sea un aspecto menos central?

Nuestra trayectoria institucional, la república y el Estado, han sido exitosas: su sola existencia bicentenaria lo demuestra. Han sido ponderadas y alabadas, sobre todo por los protagonistas, las elites, que de este modo también se promueven y legitiman como detentadores del poder. Pero creo que hay que preguntarse, para complementar esa visión, qué efectos en la vida concreta de los individuos ha tenido esa trayectoria institucional tan ponderada. Así tendremos un panorama más completo y comprensivo.

¿Está denunciando un autoengaño?

Sí. El objetivo, si queremos una sociedad más democrática e inclusiva, menos desigual y violenta, es tomar conciencia de que nuestra historia como comunidad, en muchos aspectos valorable, ha sido sin embargo transformada en la "copia feliz del Edén" y en "asilo contra la opresión", en un verdadero mito. Un mito que naturaliza las instituciones políticas y las formas sociales, la desigualdad y la jerarquía, impidiendo que las primeras se adapten a los tiempos, recojan las aspiraciones e intereses de generaciones de chilenos que han visto frustradas sus expectativas. Sobre todo si las comparan con la historia que les enseñan como historia de Chile.

¿Sugeriría un set de historias de Chile a partir de distintos ejes, antes que la vieja historia general? 

Las historias generales, las historias formadoras de naciones, las historias legitimadoras del poder, están superadas. De hecho, las que podrían sobrevivir se han transformado en conjuntos de monografías, no en relatos panorámicos y totalizadores, como alguna vez fueron.

No muy endieciochado, Sagredo viene llegando de Londres, donde hace uso de un semestre sabático. Entre otras cosas, está investigando sobre las prácticas científicas en la delimitación y demarcación de la frontera chileno-argentina a fines del siglo XIX y comienzos del XX, adentrándose así en la historia social de la ciencia. Y no anda particularmente endieciochado por estos días.

¿Cómo evalúa la relación ciudadana en estas fechas, con los símbolos patrios, las narrativas históricas y la dimensión nacional/populista? 

Cuando hace rato podemos ser ciudadanos, ejercer nuestros derechos y asumir nuestras responsabilidades, y ya no nos contentamos con sólo ser chilenos, es una fiesta que ha devenido fósil, petrificada. ¿Acaso los modelos sociales que proponen celebraciones como la del 18 son los que requieren los chilenos de hoy y del futuro? Para muchos, el 18 es sinónimo de feriado, no de nacionalidad. Resulta una celebración fosilizada, expresión de una historia que no refleja la trayectoria de los sujetos que componen nuestra comunidad y menos que dé cuenta del desenvolvimiento republicano: plural, heterogéneo y dinámico.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.