Columna de Héctor Soto: La mesa puesta

La Moneda Interior
19.10.2015 Fotografias de La Moneda interior para temas, Politica, Reportajes FOTOS: PATRICIO FUENTES Y./ LA TERCERA

Que el populismo no nos haya secuestrado más que por ráfagas y en episodios aislados no significa que los chilenos estemos completamente blindados.




Enorme desconfianza en las instituciones. Ostensible desprestigio de los partidos políticos. Bajos niveles de participación ciudadana en las instituciones. Amplios sectores de la población que no se sienten interpretados por las instancias de decisión de la democracia representativa. Una clase política en caída libre en términos de convocatoria y credibilidad. Creciente brecha entre las elites, que amplios sectores consideran que están capturadas y corruptas, y el pueblo, que supuestamente es puro, inocente y explotado por aquellas. Todo esto configura un escenario delicado. En Chile, la mesa pareciera estar puesta para que el populismo se dé un banquete y, por lo visto, si el fenómeno todavía no se ha desplegado más de lo que ya lo ha hecho, es solo por efecto de dos circunstancias. La primera es porque la crisis económica ha sido esta vez menos violenta que otras veces: menos violenta que el 2008 y mucho menos de lo que fueron los años 82-84, bajo Pinochet, cuando la crisis de la deuda nos pilló con tipo de cambio fijo. La segunda es que hasta aquí, al menos, aún no aparece un líder populista con el carisma suficiente para instar a los ciudadanos a barrer con el sistema político y para erigirse -como lo hizo Chávez, como lo hicieron los K- en caudillo providencial y gran conductor.

Que el populismo no nos haya secuestrado más que por ráfagas y en episodios aislados no significa que los chilenos estemos completamente blindados. Ya fuimos testigos de muchos de sus cantos de sirena durante el actual gobierno, como cuando la Presidenta, sin ni siquiera haber hecho un simple ejercicio numérico en su calculadora de bolsillo, prometió al país un 21 de mayo educación universitaria gratuita para todos, o cuando la Nueva Mayoría, embriagada en su control de ambas cámaras del Parlamento, discurrió que lo mejor era pasar retroexcavadora sobre lo que había, porque todo estaba podrido y había llegado el bendito momento de volver a fojas cero.

Basta ver las encuestas para constatar que la ciudadanía no se compró ni esos ni otros delirios. Sin embargo, el impulso permanece. Si ya era raro que el gobierno persistiera durante estos años en la misma dirección, no obstante el temprano rechazo a su programa de reformas, más raro todavía es que la Nueva Mayoría, o lo que queda de ella, ahora tampoco quiera cambiar de rumbo. Todo lo contrario: la idea es persistir en el fracaso. Fue esta la razón por la cual el Partido Socialista prefirió matar a Lagos y embarcarse con Guillier, intuyendo, quizás con razón, que el punto de fuga de las reformas al constructivismo-político-del-nunca-jamás quedaba más despejado con el senador que con el ex presidente.

En Chile, el sistema político está herido, pero de ninguna manera en fase terminal. Si todo sigue como hasta aquí, la posibilidad de que Sebastián Piñera vuelva al gobierno es alta, y eso, al menos, volverá a poner la economía en movimiento, que es lo que el país viene exigiendo desde hace rato. Sus muchas distorsiones que la nueva administración habrá de corregir, y en ese empeño quizás pueda remover algunas. Pero que nadie ponga en duda que fracasará en otras. Si gobernar ya era difícil en esta época, hacerlo después de Bachelet es para valientes. Piñera va a enfrentar una oposición social tanto o más contundente que la del 2010-12 y, si su entorno cree que su proyecto no va derecho al desastre, es solo porque él está más sensible que en su mandato anterior a las variables políticas que implica un buen gobierno. Por otro lado, también la sociedad chilena está algo más moderada que hace un lustro y curada de espanto con el igualitarismo refundacional de Bachelet.

Estructuralmente, sin embargo, para Chile es cualquier cosa, menos una buena noticia, la ruptura de la alianza entre el centro con la izquierda que se está materializando por estos días. Ese acuerdo fue el que hizo posible no solo la transición, sino el que contuvo al PS en los márgenes del reformismo socialdemócrata. El riesgo en las actuales circunstancias de que los socialistas deserten de ese lugar para irse a competir con el Frente Amplio por el voto de izquierda más antisistémico, más confrontacional y más duro está ahora más cerca. Si esto se materializa, significa que la izquierda seguirá el errático camino abierto por distintos populismos latinoamericanos de izquierda que no terminaron bien ni en Venezuela ni en Brasil ni en Argentina. Dicho así, parece una locura apostar por ese camino: los saldos de esas experiencias son de terror. Sin embargo, no hay que rasgar vestiduras: de disparates así nunca está libre la política.

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