La república del Drugstore

El corazón de Providencia no está ni en la municipalidad, ni en el Parque Inés de Suárez, ni en el Costanera Center, ni en el Portal Lyon. Está en el Drugstore, un lugar que en una ciudad en que todo cambia o desaparece, 45 años después de su inauguración aún se mantiene.




Es sábado al mediodía en el Drugstore de Providencia. Una decena de lectores solitarios elige la tranquilidad del Tavelli mientras que otros, como el ex presidente del Colegio Médico, Pablo Rodríguez, se reúnen a conversar con amigos. De las librerías, entra y sale gente. En la Feria del Libro, por ejemplo, Marco Antonio Núñez, presidente de la Cámara de Diputados, y su hijo Francisco (16) encuentran De animales a dioses, del historiador Yuval Noah Harari. Su colega Gabriel Boric cruza la galería y va al Mercado, algo así como una feria verde, orgánica y natural ubicada al frente de las mesas de La Resistencia Café que se instala ese día.

En su tienda, la diseñadora Paula Zobeck saca un vestido tras otro para una clienta que insiste en probarse algo que le quede bien. Bestias, una tienda de zapatos de cuero hechos en Chile muy hipster, acapara la clientela masculina. Por la calle Andrés de Fuenzalida, en una mesa de la terraza de la heladería Sebastián, se produce el clásico encuentro de sábado entre el escritor Roberto Merino, el periodista Juan Cristóbal Guarello y el antropólogo Pablo Miranda, quienes conversan de todo “menos de fútbol, porque a Guarello le carga que le pregunten de fútbol”, advierte Merino.

A sus 45 años el Drugstore sigue siendo un lugar de paso y de encuentro de amigos y conocidos a quienes les gusta la vida de la ciudad. Mientras los adolescentes tienen su sede en el Portal Lyon, aquí el público es mayor, empieza por ahí por los 30, aunque en los últimos años la mayor oferta de tiendas de diseño atrae a gente más joven que evita los malls.

En el Drugstore lo que se encuentra son escritores, artistas o políticos, sentados en los cafés conversando, complotando o leyendo. Como dice Joan Usano, dueño de la Librería Takk, este es el centro de la clase media acomodada ilustrada y no se ha inventado un lugar que le haga sombra. “Ni el barrio Italia ni Lastarria lo lograron”, apunta el español, que llegó a Chile hace 15 años “por una chica” que “a la semana o al mes” lo llevó a esta galería.

Vecino del sector, Roberto Merino reconoce que tiene fama de vivir en el Drugstore, “pero es muy injusta porque hago más cosas en el día”, asegura. El escritor aplaude tener a la mano una zona arbolada por los lados donde todas las caras te resultan familiares, aunque no se sepa los nombres, y donde se producen encuentros “luminosos o no tanto”, pero en general agradables. “A ciertos lugares les cuesta desprenderse del aura social de sus inicios. El Drugstore fue un lugar ‘in’, como se dice, y pasado el tiempo sigue manteniendo algo de eso”.

Tiempos de Fusión

Este espacio, ubicado entre dos de los tres edificios que levantó el grupo Yaconi-Santa Cruz a fines de los 60, fue aprovechado en una galería comercial con acento europeo. “El desafío era hacer algo grande y novedoso”, dice Manuel Santa Cruz, y recuerda que desde la creación del proyecto pusieron mesas y sillas aprovechando que estaba la librería Studio, un ícono en Providencia que permitía ver los libros y vendía revistas de música de Estados Unidos que llegaban con algunas semanas de retraso. El Drugstore fue creado incluso antes que los Dos Caracoles, cuando aún no estaba en el vocabulario local la palabra mall y sólo existía el café Coppelia tres cuadras al oriente.

Uno de los primeros locales fue una novedosa tienda de serigrafía donde vendían tarjetas y pósters “más artísticos que políticos”, explica Patricio Amengual (66), ilustrador de la revista Hoy en los 80, rockero y hoy garzón de la heladería Sebastián. Por esos años, al frente del Drugstore estaba la disquería Carnaby Street, que ponía el recién estrenado álbum Blanco de Los Beatles a todo chancho. “Este lugar era una especie de Londres. Gallos de pelo largo, muy hippies, una cuestión súper nueva para una generación como la mía, acostumbrada al pelo cortito”, dice Amengual.

Paula Zobeck recuerda la sensación de ir caminando por Providencia y de repente sumergirse por una escalera para encontrarse con un montón de tiendas con música y un café. Ella lo describe como una especia de Soho neoyorkino, pero a la chilena. “Era de cierta onda porque no era masivo. Como ir a una fiesta donde todos se ubican”, dice. Algo de eso se puede ver en la película Palomita Blanca (1973), que muestra la sicodelia del subterráneo del Drugstore con gente “a la moda” de la época.

Los recuerdos del ministro Jorge Burgos también lo llevan a este lugar que frecuentaba en su época universitaria. En la tienda Anatómica, que estaba en el subterráneo, le compró el primer regalo que le hizo a polola y actual mujer, una polera.

“Para ser alguien en la vida o encontrar una polola tenías que venir al Drugstore”, dice el empresario Sergio Mujica, quien se asoció con los dueños hace cinco años y que en su juventud llegaba en micro o a dedo desde su casa en Colón con Vespucio y recuerda que para los alumnos del Saint George’s, que en ese tiempo estaba en Pedro de Valdivia, era un lugar seguro para hacer la cimarra.

Las camisas de la tienda de Mario Ramírez o la exclusividad de Palta -que acuñó el término “paltón” para los cuicos de la época- provocaban atochamientos de gente. A Paula Zobeck, en cambio, no le iba tan bien. “Mi tienda pasaba llena, llena, llena, pero nadie me compraba porque no se atrevían a ponerse mi ropa. Yo escuchaba los escándalos de las mamás que le decían a sus hijas ¡cómo te vas a poner esa cosa!”. Se le acumulaban los meses de arriendo y sus amigas le decían que buscara un estilo más comercial. Hasta que apareció Madonna con el disco Like a Virgin (1984), los guantes y los encajes... “¡Yo tenía todo eso! Le debo todo a Madonna”, agrega.

En la misma época en que esos diseños comenzaron a tener salida, a un costado del Tavelli abrió la disquería Fusión, de la familia Fonseca, donde se vendían vinilos, casetes y luego CD. Desde ahí Carlos Fonseca hizo su pequeña revolución: como no le gustaba mucho lo que veía y escuchaba en esos años ochenteros, empezó a promover nuevos grupos y artistas en la misma disquería. Entre ellos, un compañero de universidad que le contó que tenía un grupo. Se llamaba Jorge González y lo llevó a la tienda para hacer un par de sesiones de grabación. Fueron los inicios de Los Prisioneros.

Los vecinos de Fusión tienen buenos recuerdos de esa época: cada Navidad, Mario Fonseca –el padre de Carlos- les regalaba el casete que quisieran de la tienda. “Yo elegí uno de Camilo Sesto y otro de José Luis Perales”, recuerda Luis Herrera, quien trabaja en el Tavelli desde 1985.

Think Tank Tavelli

El Drugstore es un polo literario. Actualmente existen seis tiendas que venden libros: la Feria Chilena del Libro, Takk, Catalonia, Contrapunto, Nueva Altamira y Baobab, pero en un momento llegaron a ser nueve, por lo que circulaba el mito urbano de que era el lugar con más locales de este tipo (de libros nuevos) en el mundo, y de todas maneras el de Chile. Quizás por eso ha sido un hábitat natural de escritores. Gonzalo Contreras, por ejemplo, es asiduo desde mediados de los 80. Llegó por la Altamira, librería de Pilar Fernández de Castro y su marido Jorge Edwards, que era sede de encuentros literarios y lanzamientos. “Cualquiera que leía iba a la Altamira. Éramos todos muy amigos de la Cocó, la Rosario López (la encargada).

Era lo más encantadora. Uno llegaba a contarle las resacas de la noche anterior”, recuerda. El autor de La ciudad anterior recuerda que en los 80, ese lugar, y especialmente el Tavelli, fueron un punto de encuentro desde donde surgió la nueva narrativa y se pensaba en el futuro del país sin dictadura. También era así para los políticos: “Se transformó en un hábito del progresismo el reunirse a discutir en el Tavelli”, dice Núñez, mientras el ministro Burgos cuenta que durante sus 12 años de diputado por Providencia hizo parte de su trabajo distrital en el Drugstore. Llegaba en bicicleta, se instalaba en una mesa con un café y recibía hasta cuatro personas para escuchar sus planteamientos. Hoy, entre los habituales del lugar se menciona a Soledad Alvear, Carolina Tohá, Marco Enríquez-Ominami y Andrés Velasco.

La amenaza fantasma

Sergio Mujica dice que lo pensó bastante antes de entrar a la sociedad. Uno de sus peros era el Costanera Center, que estaba en construcción. Los malls siempre han amenazado con quitarle la atención al Drugstore, y para impedirlo en el último tiempo los dueños buscan darle una línea más parecida a la que tuvo en su origen: diseño más independiente y vanguardia, características que se habían desvirtuado con la presencia de peluquerías o de un pabellón de la Cámara Chilena de la Construcción donde se exhibían artefactos para el baño. María José Poblete, gerenta comercial del Drugstore, dice que hoy son ellos los que van a buscar tiendas y locatarios en ferias de diseño e internet y adelanta que en marzo habrá 15 tiendas más, llegando a unas 120 en total. Uno de los nuevos locales será ocupado por un restaurante juvenil que instalarán los dueños de Azotea Matilde y de Candelaria Bar.

Tras la apertura del Costanera Center y pese a los temores que hubo al comienzo, el espíritu y público del Drugstore se mantiene. El dueño de Takk explica que ayuda mucho la sinergia que existe entre locales, como entre los locales vecinos. “El Sebastián y el Tavelli tienen un aura especial porque hay librerías. Y las librerías tienen este aura especial porque existen cafeterías que tienen mucho prestigio y recorrido. Hay una dialéctica positiva y virtuosa”, dice.

Rodrigo Barros, garzón del Tavelli Drugstore hace ocho años, le da el crédito a la familiaridad que existe en la galería. Para comenzar, dice, quienes circulan por ahí tienen un nivel cultural distinto: saludan y dan las gracias. “Yo también soy cliente y me gusta que me saluden por el nombre y me digan ¿lo mismo de siempre?”, agrega y enumera las preferencias de sus clientes habituales. Adriano Castillo (el compadre Moncho) pide cortado con medias lunas; Roberto Merino es de expreso tres cuatros; Rafael Gumucio, chocolate caliente con prensado jamón-queso; Daniel Alcaíno y Daniel Muñoz prefieren el expreso con soda grande.

Los encuentros ahí no tienen hora de término, tal como dice Gonzalo Contreras: se puede estar una mañana completa. “La gente que está ahí siente intimidad. Si tú quieres tomarte un café solo y leer el diario, nadie te va a joder. Puedes conocer a muchos de los comensales, pero tal vez te sientes con ellos o tal vez no. Merino puede estar en la mesa de al lado, Augusto Góngora en otra, con Gumucio nos saludamos de lejos, y eso es muy agradable. Hay una cosa de familiaridad sin abuso de confianza. Es como los cafés de París”, dice el escritor.

Larga vida al Drugstore.

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