La última carta de Jorge Aguilar

El ex campeón mundial juvenil cuenta cómo la fama a temprana edad afectó su carrera. Pasó de tenerlo todo a vivir con lo justo. Hoy enfrenta días cruciales para su futuro.




La transición del anonimato a la fama nunca es fácil. Menos para un adolescente que vive con lo justo en busca de un solo sueño: triunfar en el tenis. De la noche a la mañana, la televisión, las entrevistas, los auspiciadores y la afición pusieron todas las fichas en Jorge Aguilar, un humilde muchacho surgido del Club de Tenis Tobalaba. Su padre era el encargado de las canchas y también de ofrecer clases a los socios del recinto, que en aquella época era bastante modesto.

En ese ambiente de arcilla y cal se crió el pequeño. "Recuerdo que mi primera raqueta la tuve a los dos o tres años. Era de palo, y todos los días me quedaba horas y horas jugando en el frontón", rememora el tenista, hoy de 30 años.

Rápidamente se convirtió en el regalón de los jugadores del club. Precisamente, ellos fueron los que notaron sus condiciones. "Pasaba que a los socios no les llegaba el partner y me hacían jugar. Tenía ocho años, y a esa edad ya era capaz de darle ritmo a la pelota. Luego, una secretaria, que se llamaba Lidia Correa, me dio el empujoncito para ir a los primeros torneos. Jugué el Viruta González con 10 años en categoría de 12. Salí campeón y me gané una raqueta, no sé cuántos tarros de pelotas y unas zapatillas", recuerda. En ese momento sintió que realmente era bueno. Pero el camino no era sencillo...

"En el club organizaron rifas para juntarme plata. Me compraron una raqueta, otro tío me regaló la suya. Tampoco tenía ropa adecuada para jugar y no tenía cómo comprármela. Ahí mi familia se dio cuenta de que no podía financiar mi carrera. Fue duro. Además, soy el mayor de tres hermanos", dice.

Al año siguiente repite su éxito en el Viruta y conoce a una persona que sería decisiva en su futuro: Carlos Herrera. El fallecido presidente de la Federación de Tenis vio en él condiciones únicas. "Don Carlos tenía la idea de hacer una casa del tenis y me decía que, cuando estuviera, lista me fuera para allá", apunta. Y así fue. Doce meses después se instalaría en el flamante centro de San Miguel.

"Me fui a prueba. Marcos Colignon y Luchín Guzmán me vieron y, al mes, me dijeron que me fuera a la Casa del Tenis. Don Carlos me becó, y yo estaba muy feliz. Mi papá también, pero mi mamá no, porque yo tenía apenas 12 años", relata.

Ahí conoció a Guillermo Hormazábal, su gran compañero en esta etapa. "Al mes de que entré, llegó Guille. Lo vi que era un poco superior a mí, porque con 12 años tenía mucha fuerza y sacaba a 190 kilómetros por hora", afirma.

Ambos fueron los grandes animadores de los torneos nacionales. A los 12 años, salieron campeones sudamericanos y, a los 14, jugaron el Mundial, donde cayeron estrechamente en la final ante la Francia de Jo-Wilfried Tsonga y Richard Gasquet. Sin embargo, en la semifinal Jorge Aguilar venció nada menos que a Rafael Nadal. "Yo tenía 14 años y él, 13. A esa edad se nota esa diferencia, pero Rafa tenía una muy buena velocidad de pelota. Le gané 6-2 y 6-1", narra.

Los buenos augurios se cumplirían en Santiago, en 2001, cuando junto a Hormazábal y Carlos Ríos se transformó en campeón mundial Sub 16. 

Adiós al anonimato.

Fama, cucarachas y futuro

De pronto, todos sabían quién era Jorge Aguilar. Un ejército de reporteros quería conocer de su vida. "Quedó la escoba. Televisión, diarios, radio... Me llamaban 20 veces al día al celular; me llamaba Octagon, IMG... Fue rico hacerse conocido a esa edad a nivel nacional y que la gente te reconociera por tus logros. Llegaron los contratos, los auspicios... Pero, ¿sabes? Yo lo veo hoy en día y fue malo, porque tener fama a tan corta edad hizo que la gente pensara que, a los 18 años, íbamos a ser top 100. Mi primer futuro fue a los 16 años, y fue mucho público a verme. Es lo mismo que le pasa ahora a (Christian) Garin. Es una presión grande de la gente y de los auspiciadores, que quieren que ganes siempre". Por eso, aconseja a la joven promesa: "Que Christian haga su tenis y no se preocupe tanto de los resultados. Con su potencial, va a llegar lejos sí o sí".

Al final de su etapa juvenil, decidió romper con la Federación. "A los 17, me salí, porque ellos tenían un acuerdo con Octagon para que me representara, y yo quería con otra empresa. Era chico y no supe elegir mejor. Si me preguntas, creo que fue una mala decisión haber tomado una empresa chilena para mi carrera. Ellos estaban recién empezando y no tenían experiencia. Pero no me arrepiento, igual me ayudaron, aunque pudo ser mejor".

Los resultados no llegaron, la fama desapareció y los recursos también. "Comencé a viajar solo, porque las lucas no daban. Buscaba los hoteles más baratos, y tuve malas experiencias, como en Rumania. Hacía mucho calor y, mientras dormía, sentí que algo me corría por el cuerpo. Pensé que era un zancudo; pero, cuando prendí la luz, vi que era una cucaracha, y el suelo estaba lleno", relata.

Después de retirarse por un tiempo en 2009, se reencantó con la ayuda del empresario Alejandro Madrid; clasificó a Roland Garros y  llegó a ser 167 del mundo. Al año siguiente, el propio Nadal fue a ver un partido suyo en la qualy de París.

Hoy marcha en el puesto 373 y su carrera vive semanas cruciales. Es consciente de que está jugando su última carta en el tenis. La semana pasada comenzó su pretemporada en el Club Providencia, con la meta de volver a reencantarse. Para ello, se pone un plazo: "Va a ser fundamental cómo parta el año. Me voy a probar en los dos futuros de Viña y en el Challenger de Santiago. Si me va bien, o sea si gano uno de los futuros y hago un buen papel en el challenger, me voy a meter entre los 270 mejores, y podré jugar a nivel de challenger. Porque, a los 30 años, ya no tengo la misma adrenalina ni motivación para estar jugando futuros. Por eso, marzo va a ser un mes clave para las ganas".

Y adelanta que baraja dos caminos en caso de no arrancar bien el año. "Tengo que sentarme a pensar en dos opciones: entrenar a algún jugador de alto rendimiento, algo que me gusta bastante; o dedicarme al dobles, algo que no me motiva mucho, porque significaría invertir y partir de cero", sentencia el jugador, que es padre de dos hijas, de 1 y 9 años. Y es en ellas en quienes pensará cuando decida su futuro.

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