Manifiesto: Alfredo Joignant, cientista político

Alfredo Joignant



Soy hijo de político, pagué el costo afectivo de la revolución en curso. Mi papá era socialista durante la Unidad Popular. Fue jefe de gabinete de José Tohá, intendente de Santiago y director de la PDI. No tengo recuerdo de que haya estado siempre presente. De todas maneras, no tengo reproches, la política en esa época atrapó pasiones y mentes. Vi a Miguel Enríquez en mi casa, cuando se juntaba clandestinamente con mi padre para arreglar la cagada que estaba entre el MIR y el gobierno. Con el tiempo les tomé el peso a esas situaciones.

Para el Golpe Militar mi padre se despidió de la familia. Por ser director de Investigaciones debía ir a La Moneda. Yo tenía nueve años y mi hermana cinco, no teníamos mucha idea de lo que significaba despedirse de un padre. No hubo llanto. A los 45 minutos llegó una patrulla de militares. El sargento fue muy violento, botó todo y mi mamá lo enfrentó. Nos preguntaron si sabíamos algo de nuestro papá y nosotros mentimos, dijimos que no lo habíamos visto del día anterior. Luego estuvo tres años detenido, siendo muy torturado en diversos campos de concentración, hasta que nos fuimos al exilio a Francia.

Volví a Chile para el fin de la dictadura, imaginaba que la transición venía a través de la muerte violenta de Pinochet. Tenía en el imaginario algo más épico. Te diría que era una imagen infantil, muy setentera, de la revolución y la guerrilla. Y no fue así. Ese tiempo ya había pasado.

Cuando chico me decían el 'pata de cumbia'. Lo que pasa es que me gustaba mucho jugar a la pelota con mis compañeros del Manuel de Salas, pero no era muy bueno. Un compañero me puso ese apodo, porque tenía una forma muy rara de driblear. Debo haber sido como Garrincha, con las piernas arqueadas. Ese apodo me singularizaba y me ponía orgulloso.

Tengo un muy mal recuerdo del colegio en Francia, viví la mala onda. Llegamos a un sector popular, en la periferia de París. Era un barrio malo y me empecé a juntar con patos malos. Matábamos gatos a piedrazos, robábamos las placas de los autos y me metía a peleas estúpidas. Fue un momento pre-pandillero, por suerte no llegue a la pandilla. Compartía con inmigrantes de Marruecos, de Argelia y de otros lugares. Vi la dificultad de integrarse a la sociedad de Francia. Ese fue el inicio del conflicto por el Estado Islámico. Era lo que botó la ola.

El 'pito' me hacía pasar muy malos ratos con las minas. Lo que pasa es que tenía un efecto catastrófico en mí: me daba un sueño terrible y me desganaba. Entonces, casi ni fumaba. Probé como cuatro veces el LSD, en fiestas en casa, no en cuestiones clandestinas como las de ahora. También me gusta mucho el whisky, pero ese ha sido un gusto adquirido con la edad.

Mi hijo, en varios aspectos, es mi antítesis, pero tenemos la música como denominador común. A ambos nos gusta el heavy metal y conversamos mucho sobre eso. También vamos a conciertos juntos. Me ha mostrado cosas súper interesantes, música celta y vikinga que desconocía. Cuando tengo que escribir una columna enrabiado escucho metal. Es un gusto de la adolescencia que mantengo hasta hoy.

Soy fanático del tema extraterrestre. Fui solo al Congreso Mundial de Ovnis en La Serena. Es una afición que comparto con Fernando Villegas, ambos nos comentamos casos y nos enviamos material por correo. Me gusta pensar que hay vida en otros planetas.

Pato Navia es un tuitero masoquista. Soy su amigo y lo alerto cuando se manda tuits delirantes, pero le da lo mismo. A él le encanta que lo destrocen y que lo troleen. Yo no tengo redes sociales, porque terminaría sufriendo, no sé cómo lo hace. Hay varios colegas que se han vueltos rostros, y está bien. Eso no significa que su trabajo termine siendo menos profesional por salir en televisión.

Es falso decir que los políticos trabajan poco. Creo que esa es una imagen que hay que erradicar. De hecho, son enfermos de trabajólicos. Los horarios de ellos son infernales, jamás podría ser político por eso. También me carga cuando la gente dice que todos son ladrones. Son muy pocos los casos donde robaron para enriquecimiento personal. Conozco a gran parte de los políticos, y aunque suene antipopular, puedo decir que la clase política en Chile no es de mala calidad.

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