Manuel Fuentes: "Me secuestraron un martes 13"

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#CosasDeLaVida: No me asusté mucho, creía que me iban a robar y listo. Mi primera reacción fue un poco bobalicona: "Voy a escribir una crónica", pensé.




Llegué por primera vez a América Latina en marzo del 96. Llevaba un año y medio dirigiendo la oficina de EFE en la región de Extremadura y de repente me preguntaron si me quería ir de subdirector a México. Lo hice, pero cuando me ofrecieron ser el jefe de información política en Madrid, regresé a España y me entró una nostalgia enorme. Me llevé música, rancheras y corridas, pero las tuve que regalar porque me daba una pena extraordinaria oírlas. "Quiero volver a América Latina por encima de todas las cosas", dije.

Tras un paso por Chile volví finalmente a México. Ahí estaba el martes 13 de marzo de 2003. Tenía un desayuno en el Hotel Meliá de la avenida Reforma, la principal de Ciudad de México, algo así como la Alameda. Al salir, como a las 10 y media, en lugar de seguir la recomendación que les dan a los extranjeros, hice lo de siempre: tomé un taxi de la calle. Era un escarabajo manejado por un chaval joven que me anduvo haciendo muchas preguntas sobre mi vida. Hay algunas que uno responde por cortesía y otras que ya entran en un terreno más raro: "Entonces, si eres periodista, debes ganar buen dinero". En un momento, aunque las dos pistas de la izquierda estaban libres y el semáforo en verde, se puso detrás de un autobús y sentí como si estuviera esperando a alguien. Pero no pasó nada.

Al terminar el recorrido, justo cuando me iba a bajar entraron dos tipos y me golpearon. Me di cuenta que era un secuestro exprés, un delito bastante extendido en México. No me asusté mucho, creía que me iban a robar y listo. Mi primera reacción fue un poco bobalicona: "Voy a escribir una crónica", pensé.

Uno a cada lado, me dijeron que me quitara la corbata y cerrara los ojos. Me pusieron una pistola en la pierna y me dieron varios puñetazos en la cara. Dijeron que había un auto siguiéndonos y que venía al mando de "la operación", un comandante de la Policía Judicial Federal, la policía con peor fama, la más corrupta y la que está coludida con las organizaciones más peligrosas de secuestradores y narcos. Me quitaron el reloj, el celular y la billetera con cuatro tarjetas. Yo utilizaba la misma contraseña en todas, se las di y empezamos a dar vueltas.

Esa fue la parte tranquila de mi secuestro. Les pregunté si podía hablar y me dijeron que sí. Les pedí, si era posible, que se quedaran con todo, pero me devolvieran mi agenda por aquello de que un periodista vale lo que vale su agenda. Después, como para relajar un poco la tensión, les dije: "¿Saben qué día es hoy? Pues es martes 13", y se echaron a reír. Definitivamente la cosa como que pintaba, dentro de lo que cabe con muchas comillas, bien.

Pero no.

El asunto es que habían hecho un primer intento para sacar dinero de un cajero y no lo habían conseguido, en un segundo y un tercero pasó lo mismo. Creía que les estaba dando la contraseña correcta, pero estaba bloqueado y me entraron dudas de todo. Cuando los del auto que nos seguía les contaron por celular que la contraseña no funcionaba el escenario cambió. El tipo que estaba a mi izquierda se bajó y entró otro más corpulento y ahí sí que me golpearon. Curiosamente no sentía nada, era como un muñeco que va de un lado a otro, pero no sentía dolor.

Entonces dijeron la frase definitiva: "A este pinche gachupín (la forma despectiva que tienen en México para llamar a los españoles) le vamos a partir la madre. Vamos a llevarlo a la casa de seguridad". Partir la madre es el equivalente a decir "pitearse" a alguien.

Antes de que me ocurriera este episodio yo era levemente creyente. Mi madre había muerto hace unos ocho meses y cuando me dijeron que me llevarían a la casa de seguridad para torturarme, intenté conectarme con ella. Pensé con los ojos cerrados: "Sé que estás aquí, ayúdame. Te necesito, no sé cómo salir de ésta". La ayuda me vino en forma de memoria visual: me imaginé llegando a un cajero automático -hasta el día de hoy me acuerdo, el de Presidente Masaryk esquina con General Mariano Escobedo-. Abría la puerta y tecleaba el número. Ahí me di cuenta. ¡Me había equivocado en el último dígito!

Les di la clave y pudieron sacar el dinero. Obviamente nunca me devolvieron la agenda, pero no tenía ánimo para pedírsela. Casi cuatro horas después me dejaron en Iztapalapa, un municipio que llaman "Iztapalacra" por lo peligroso. Me subí a otro taxi e hice todo el trayecto en silencio. Esta es una cosa muy loca, es como si no lo hubieras vivido tú. Llegué a la oficina y todos estaban preocupadísimos. La señora de la limpieza, Catalina, cuando me vio se puso a llorar.

Me fui a mi casa, al lado de la oficina. Cerré todas las cortinas y me metí a la cama. Quería descansar, pero tenía mucho ruido en la cabeza. Me metí a la ducha y estuve un buen rato. Pensé: no puedo quedarme constreñido. Es como cuando alguien choca y luego tiene miedo de volver a manejar. A mí no me puede pasar, dije. Por eso salí y me puse a andar en dirección a la escuela de teatro donde estudiaba mi novia. Tardé como 40 minutos.

Por supuesto nunca escribí nada y me quedé con dos sentimientos muy tóxicos: el miedo y las ganas de venganza. Me puse en manos de una sicóloga holística que me ayudó muchísimo. En la agencia me ofrecieron irme de México, pero no quise. Viví casi cinco años más allá y en enero de 2008 me vine a Chile.

Desde entonces cada vez que viene un martes 13 me hace gracia. Yo ese día tenía la sensación de que llevaba una nube negra encima. Hoy me cuido mucho de esos pensamientos porque son una especie de profecía autocumplida.

* Manuel Fuentes (53) es español y director en Chile de la agencia EFE.

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