Música y política: Ya no basta con rockear

roger waters

A diferencia de lo sucedido con Obama en 2008, los llamados de las estrellas de la música a repudiar a Trump no tuvieron efecto. El rock parece también haber extraviado su fuego político.




El cierre del "Festival del Siglo" fue, en rigor, la puesta en escena contra Donald Trump más pirotécnica que se haya montado en EE.UU. en los meses recientes. En la última jornada de Desert Trip -el evento que en octubre reunió a las mayores leyendas del rock en California-, el show de Roger Waters exhibió a toda pantalla caricaturas del empresario ridiculizado como Hitler, con cuerpo de mujer obesa en bikini, sosteniendo un órgano sexual en sus manos y con silueta de porcino, mientras un gigantesco chancho inflable sobrevoló la audiencia con el mensaje de -por si no quedaba claro- "ignorante, mentiroso, racista y sexista. Trump es un cerdo". El público, fascinado con el bullying a gran escala, ovacionó cada dardo hacia el candidato.

¿Sirvió de algo tanto esfuerzo contra el enemigo? Casi nada. Como pocas veces, los arengas políticas de las celebridades del espectáculo, hoy más que nunca reproducidas desde conciertos hasta redes sociales, fueron estériles y no se convirtieron en ese apéndice cool y seductor de otros comicios, como sucedió en 2008 con Barack Obama.

A la luz de los resultados finales, iniciativas parecidas a las de Waters también se estrellaron en la irrelevancia, como la cita itinerante Love Trumps Hate, que desde principios de mes tuvo a Jay-Z, Katy Perry, Bon Jovi y Steve Aoki presentándose en los estados clave e incitando a votar por Hillary Clinton; la campaña 30 days, 30 songs, que justo un mes antes de las elecciones publicaba en su web una canción diaria para crear conciencia del peligro de Trump, cruzada que encabezaron Moby, Franz Ferdinand y hasta los disueltos R.E.M.; y los espaldarazos finales de Bruce Springsteen y Lady Gaga en el cierre de la campaña demócrata.

En total se contabilizaron casi 300 músicos apoyando a Hillary o repudiando a Trump. Ninguno de ellos, en un abanico que cubría desde clásicos rockeros hasta superestrellas de la electrónica, pudo ayudar a torcer las preferencias. En contraparte, apenas una docena de artistas se inclinaron por la otra alternativa, destacando el cantante Ted Nugent, republicano orgulloso y miembro ilustre de la Asociación Nacional del Rifle que no disfruta ni de la mitad de la fama que sus pares del otro bando político.

Según The New York Times, el error se fundamenta en una cuestión de tiempo: las figuras adhirieron de modo demasiado tardío a la causa demócrata, debido a los amplios niveles de rechazo que generaba Hillary, por lo que apostar por la ex primera dama no era buen negocio. Consultado por el mismo diario, Andy Bernstein, director de HeadCount, una iniciativa que promueve el voto en los conciertos, apuntó: "Con dos candidatos tan polarizados, la gente no tiene una opinión positiva de ellos. Entonces, los músicos no quieren dividir o chocar con sus fans. Con estos postulantes, la política volvió a ser una palabra sucia".

Como consecuencia, el apoyo a última hora de los astros de la música se terminó percibiendo como un patrocinio apenas accesorio, casi lúdico y que sólo refuerza la fe de los adherentes más fieles, pero que en ningún caso consigue sumar conversos. Un estímulo mediático más que ideológico, donde las canciones son apenas un sonido decorativo y entretenedor.

Como paralelo, en 2008 Obama contó con la simpatía de la escena desde el proceso de primarias, 10 meses antes de los sufragios definitivos, cuando will.i.am, John Legend y Scarlett Johansson idearon el video con el lema Yes we can, inaugurando un vínculo con la música que se hizo indisoluble en su Presidencia, marcado por condecoraciones a Bob Dylan, visitas a la Casa Blanca de raperos como Frank Ocean o la difusión de su listado veraniego en Spotify.

Poco entusiasmo

En una mirada más pasional, el retraso en el respaldo a Hillary también ilustró el tibio entusiasmo por la ex senadora. De hecho, un amplio número de músicos se mostró mucho más hechizado con su rival en las primarias demócratas, Bernie Sanders, debido a su masivo arrastre entre los jóvenes. Bandas de gigantesca popularidad en EE.UU, como Red Hot Chili Peppers, Phish o Wilco, le profesaron su admiración, mientras que otras, como Run the Jewels, lo ungieron como la única alternativa posible para los votantes negros, lo que el político agradeció presentándolos en el festival de Coachella.

Por ello, cuando el pánico por Trump crecía, muchos cantantes prefirieron llamar a no sufragar por el magnate, pero sin mencionar que la mejor opción fuera Hillary Clinton. El ruego se expandió en entrevistas en grandes medios, redes sociales y conciertos que integraban giras globales, plataformas todas lejanas del votante que apostó por el empresario -blanco, mayor, de cuna rural y originario del sur o del medio oeste-, por lo que finalmente el mensaje importó poco y nada en ese sector clave que terminó por definir el camino a la Casa Blanca.

Pero no todo es derrotismo. Algunos períodos de gobiernos republicanos han coincidido con un explosivo florecimiento de la escena estadounidense, como la avanzada rockera que en los 70 hizo frente a Richard Nixon o la irrupción de la generación alternativa nacida al alero de Ronald Reagan y George H. Bush. Por lo demás, Waters seguirá en 2017 girando con el mismo espectáculo que pisotea a Trump, porque ahora sí la fantasía de muros y ladrillos que imaginó a bordo de Pink Floyd se apresta a convertirse en la más pura realidad.

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