Osvaldo Castro: El genio de la pata bendita

Es el futbolista chileno más goleador de la historia. Y, quizás, el menos recordado. Hoy se cumplen 50 años del debut profesional de un delantero irrepetible.




Todo empezó con un viaje de tren entre Copiapó y La Calera, a mediados de los años 60. Y con una conversación fortuita que un ferroviario copiapino,  llamado Sergio Aceituno, mantuvo con un dentista calerano durante su estadía en la capital del cemento. Hablaron de fútbol, de un tal Luis Araya, rutilante estrella amateur en las polvorientas canchas del norte, y también de otro muchacho,  que vendía diarios, lustraba zapatos y trabajaba en una barraca de fierro. A él lo habían visto jugar en la plaza, descalzo, pateando sin piedad la pelota contra un viejo muro que tenía un arco de fútbol dibujado en el centro. La conversación terminó trascendiendo y algunos días más tarde, Julio Ruston, gerente de Unión La Calera, emprendió aquel mismo viaje, pero en sentido inverso.

“La Calera era un punto ferroviario destacado al que llegaban trabajadores que venían del norte y que traían información sobre jugadores formados allá. Al que habían recomendado era a Araya, así que fueron a verlo a él, pero terminaron trayéndose a él y a su amigo, con el que jugaba a pata pelada en la plaza. Ese era el Pata Bendita”, recuerda, a propósito de aquel decisivo episodio, Rino Curotto, vecino, hincha calerano y coautor, junto a Gustavo Crisóstomo, del libro “Campeones de cemento: la historia íntima de Unión La Calera”.

Fue así como Luis Araya y Osvaldo Castro arribaron por primera vez a la V Región, a mediados de 1965. El  primero contaba con una consolidada reputación en el amateurismo en el área de Atacama. Del segundo se sabía poco, muy poco, pero quienes lo habían visto jugar, aseguraban que la potencia de su disparo no era de este mundo. No en vano aquel sobrenombre suyo lo acompañaba desde los ocho años: "Yo jugaba en las colonias con otros chicos, casi todos más grandes que yo, allá en Copiapó. Muchas veces se trataba sólo de patear la pelota contra el frontón. Ese era el pasatiempo. Un día un compañero, viéndome golpear la pelota, se acerca y me dice: tú eres un pata bendita. Y así se quedó", rememora hoy, más de medio siglo después, desde su casa del Distrito Federal, en México, el propio ex futbolista, en conversación con La Tercera.

Pero con el plantel ya cerrado, ni Castro ni Araya -que terminó teniendo un paso testimonial por las filas del conjunto cementero- pudieron realizar su debut profesional aquella temporada. Hubo que aguardar hasta el 15 de mayo de 1966, en partido válido por la segunda fecha del torneo, para presenciar el estreno en sociedad del joven Osvaldo. Unión La Calera cayó derrotado por 3-2 ante O’Higgins, de visita, pero los dos tantos caleranos llevaron la rúbrica de aquella Pata Bendita. El anónimo lustrabotas de Copiapó tenía sólo 18 años.

Zurdazos de cemento

Conformando una temible y recordada dupla con el Mago Manuel Saavedra, el introvertido Osvaldo Castro, el chico formado en el club Pedro León Gallo de la capital de la III Región, no tardó demasiado en convertirse en ídolo. En sus tres temporadas en Unión La Calera, disputó un total de 95 partidos y anotó 72 goles. Su fama, agudizada por las fábulas populares que comenzaron a construirse en torno a su portentosa pierna izquierda, prendió tan rápido como la pólvora. Esa misma que, decían, permanecía flotando en el aire cada vez que ejecutaba un tiro libre. Algunos meses antes de cumplir los 19, el jugador era ya seleccionado nacional. “El Patita llegó muy joven a la Selección y como venía de La Calera y yo había jugado también allí, traté de apadrinarlo un poco. Recuerdo que era un tanto ingenuo dentro de aquel ambiente, muy callado, pero un gran jugador. Una falta cerca del área, casi siempre era gol. Por algo le decían Pata Bendita”, relata, acerca del cañonero copiapino, uno de sus compañeros en la Roja durante la década de los 70, Don Elías Figueroa.

Las historias sobre el endiablado golpeo de balón de Pata Bendita, sobre su “siniestra pierna siniestra” -como llegó a definirla en una ocasión el mismísimo Sergio Livingstone- continuaron multiplicándose con el paso de los partidos. El futbolista, aseguraban, había mandado al hospital al arquero Jesús Trepiana, de Unión Española, tras propinarle un pelotazo en el tórax, y había sido también uno de los protagonistas del denominado “gol desmayado”, aquel que -según detallan los relatos de la época- anotó Pedro Graffigna en octubre de 1966, tras un centro-shot de Castro, sellando el triunfo agónico de Unión La Calera  antes de perder el conocimiento. Pata Bendita, en un alarde de humildad, resta importancia a todas aquellas anécdotas, pero mantiene vivo el recuerdo de la tarde en la que uno de sus disparos perforó, en sentido literal, las redes de un arco en Sausalito: “Fue en Viña del Mar, en un tiro libre desde unos 25 metros. El balón entró por el ángulo de la portería, rompió las mallas y siguió su curso natural hacia la tribuna. Ganamos 2-1”, recuerda.

En 1969, un año antes de que un misil teledirigido de Pata Bendita enmudeciera el Estadio de Maracaná, en un duelo amistoso entre Brasil y Chile, Deportes Concepción se hizo con el pase del delantero. De su mano o, mejor dicho, aferrado a su pierna izquierda, el conjunto lila vivió una de sus épocas doradas. Sus 61 goles -36 de ellos rubricados en 1970, quedándose a un solo tanto del mejor registro histórico del fútbol chileno, en poder aún del colocolino Luis Hernán Álvarez, desde 1963- permitieron a Osvaldo Castro transformarse también en icono de la hinchada penquista. Rolando García, compañero durante su estadía en la Región del Bío Bío, recuerda así a Pata Bendita: “Cuando había un tiro libre, yo siempre me ponía al lado de él y a veces cuando el Pata venía corriendo estaban tan asustados que yo daba el pase a un compañero dentro del área y era siempre gol. Y él se enojaba muchísimo. Era un jugador increíble. Un referente. Pateaba muy fuerte y eso que tenía un pie muy chiquitito. Calzaba como un 37 y cuando él pateaba, el pie se le perdía dentro de la pelota”, rememora.

Siguiendo los pasos de otro chileno ilustre, Carlos Reynoso, Pata Bendita fue transferido al América de México en 1971. Allí llegó su consolidación definitiva: “El Pata salió joven de Chile, en una época en la que costaba muchísimo firmar un contrato en el extranjero, pero era un jugador que llamaba mucho la atención por lo goleador que era. Un futbolista muy inteligente y con mucha fuerza”, explica Miguel Ángel Gamboa, compañero de Castro en la selección chilena y su rival en el torneo azteca.

Vestido de azulcrema, Pata Bendita se consagró también máximo goleador del campeonato mexicano, ganándose la admiración de los fervientes seguidores de las Águilas. Incluso de los más ilustres, como el desaparecido humorista Roberto Gómez Bolaños. “Chespirito tenía muy grabados a los jugadores del América. Y hablaba de ellos en sus películas. En una de ellas, quién sabe por qué, salía yo”, recuerda con modestia el copiapino.

Tras despuntar como goleador en las filas de Jalisco,  Osvaldo Castro recaló fugazmente en Chile, en 1978, para defender la camiseta de la franja. Fue allí, en la UC, donde coincidió con otro formidable pateador, Jorge Aravena, quien años más tarde acompañaría a Pata Bendita en uno de sus cumpleaños en Ciudad de México. “Si no se habló tanto de él en Chile fue porque acá tenemos la mala costumbre de minimizar el nivel del fútbol mexicano, pero Osvaldo fue un jugador excepcional,  admirado y respetado allá en México”, proclama el Mortero.

Récord olvidado

Tras volver a tierras aztecas, de las que jamás regresaría, Pata Bendita vistió en el ocaso de su carrera las casaquillas de Coyotes Neza, Atlético Potosino y Pumas de la UNAM, club en el que colgó los zapatos en 1984 y para el que trabaja como técnico formador hasta el día de hoy.

Con un total de 373 goles logrados en equipos de Primera División de Chile y México y en partidos de Clase A del combinado nacional -con el que disputó el Mundial de Alemania de 1974- Pata Bendita es, a luz de las estadísticas, el jugador chileno más goleador de todos los tiempos. Una distinción que ni él sabía que ostentaba: “Yo fui siempre una persona muy tranquila. Hacía bastantes goles, pero nunca llevé la estadística”, se excusa el hombre de 68 años, quien llegó a ser reclutado por Los Carneros de Los Ángeles de la NFL de fútbol americano, para desarrollar con el balón ovalado esa exquisita pegada, “mezcla de fuerza, coordinación, sensibilidad y movimiento” -como él mismo la define- que marcó toda una época.

“Aquí en México, en cualquier lugar de la República, me conocen, porque hice buena historia. El chileno a veces se olvida, pero yo no guardo rencor a nadie. Me conformo con que algunos de los que me vieron jugar, todavía se acuerden. Hoy los tiempos han cambiado, pero algunas historias siempre quedan”, culmina, a modo de despedida, Osvaldo Castro, cuando se cumplen 50 años de su debut profesional, del día en que el arco de fútbol dibujado sobre el viejo muro de Copiapó se convirtió en un arco de verdad, un arco incapaz de contener el disparo de una pata bendita ni de soportar todo el peso del tiempo.

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