Paul Gauguin, el triunfo del pintor exótico

Plasmó la belleza indígena de las mujeres de Tahití, pero fue ignorado por sus pares impresionistas. Tras morir hace 111 años, solo y pobre, el francés se alza ahora como el artista más caro de la historia: uno de sus óleos se acaba de vender en 300 millones de dólares.




Aunque tuvieron algunos desencuentros, a la larga se hicieron amigos, se pintaron mutuamente y alabaron sus respectivas formas de plasmar la vida en una tela. Vincent Van Gogh (1853-1890) y Paul Gauguin (1848-1903) no sólo compartieron una visión del arte fuera de la Academia; también, una personalidad compleja que los hizo encarnar el estereotipo del artista que lo abandona todo para seguir ciegamente sus pasiones: ambos eran tercos, temperamentales, con problemas emocionales que los llevarían a intentar suicidarse, para finalmente morir solos, pobres y sin la validación del medio artístico.

"Soy un gran artista y lo sé", le escribió Gauguin a su esposa Mette en un arranque de optimismo. Lo cierto es que la mayor parte del tiempo, el francés padecía de una autocrítica extrema. También era escéptico respecto de sus pares y del público, lo que finalmente no lo llevaría a ninguna parte en estos ámbitos. Pero la historia del arte y el correr del tiempo le harían justicia a su talento. Quizás demasiada. Hace algunas semanas, su óleo Nafea Faa Ipoipo? (¿Cuándo se casará usted?), de 1892, fue adquirido por la suma récord de US$ 300 millones, a través de una venta privada anónima. The New York Times, que dio a conocer la noticia, señaló que el comprador más seguro sería la familia real de Qatar, la misma que en 2011 compró el que hasta ahora era el cuadro más caro de la historia: Los jugadores de cartas de Paul Cézanne (US$ 259 millones).

El negocio no sólo sube los bonos del pintor francés, que ya desde hace décadas es reconocido como uno de los artistas más importantes del siglo XIX, al contribuir decisivamente en la instalación del arte moderno: Picasso, Matisse y Munch reconocieron posteriormente su influencia. También se ha creado más expectación sobre la retrospectiva que por estos días se realiza en la Fundación Beyeler, en Basilea, y que reúne 50 óleos, grabados y esculturas del artista, incluyendo la  tela recientemente vendida. La obra pertenecía  a Rudolf Staechelin, un ex ejecutivo de Sotheby's de 62 años, heredero de un fideicomiso familiar de más de 20 obras impresionistas y post-impresionistas, entre las que se encontraba la de Gauguin. Luego de estar en Basilea, hasta junio, la muestra viajará al Reina Sofía de Madrid y a la Colección Phillips, en Washington. El nuevo propietario tomará posesión de la obra recién en enero de 2016.

INDÍGENAS Y MALA SUERTE

Pintada en 1892, justo un año después de su primer viaje a Tahití, Nafea Faa Ipoipo? refleja la nueva imaginería artística que colmó la obra de Gauguin: desde entonces su producción plasmó la belleza exótica del Caribe con paisajes y desnudos audaces para la época, colores profundos y un trazo rústico que se opusieron a la pintura occidental. El francés se divorciaba no sólo de su esposa, Mette, sino también de sus inicios, en 1878, al alero de los impresionistas Pisarro y Degas, los primeros en animarlo a dejar su trabajo como corredor de seguros para ser artista.

Gauguin se hizo su propio camino en el arte, que empezó en 1888 con su amistad con Van Gogh y sus primeros viajes a Martinica y Panamá. Su obsesión por la belleza indígena, eso sí, partió antes, gracias a su madre de raíces peruanas que lo llevó a vivir a Lima entre 1849 y 1854.

Claro que el sello propio vino acompañado de una gran nube negra: en 1892 Gauguin sorteó su primer infarto al corazón y su situación económica se deterioró. Volvió a Francia en 1893, donde sufrió la incomprensión: todas sus exposiciones fueron un fiasco y una de sus tantas amantes, una bailarina javanesa de nombre Annah, saqueó todo su departamento, excepto sus óleos. Recién en 1900 la luz al final del túnel comenzó a brillar, gracias al contrato que firmó con un marchante parisino que le permitió comenzar a vivir de su arte. Le duró poco: en 1903 murió enfermo en un camarote en Atuona, en las Islas Marquesas. Al final, había logrado volver a vivir en ese paraíso que había ayudado a construir con su pintura: un mundo de nativos que sólo sabían bailar y hacer el amor. Claro que la realidad de Tahití era mucho más compleja y difícil que eso, colonizada y empobrecida como estaba. Gauguin siempre lo había sabido.

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