"Va a estar 91 minutos", cuenta muy contento Ramiro Urenda. Se refiere, claro, al show de Tulio Triviño y compañía que hoy a las ocho y media de la tarde va a presentarse en Parque Feliz, una gigantesca feria de entretenciones que se está realizando por tercer año en el Parque Bicentenario en Vitacura a beneficio del Pequeño Cottolengo. Esa organización es desde hace esos mismos tres años la principal preocupación de Urenda, director de empresas como Derco o Masisa, que puede que no sepa mucho de espectáculos infantiles, pero que desde ayer y hasta mañana tiene a 1.139 voluntarios trabajando y 169 empresas colaborando para recaudar fondos para esa institución que acoge a cerca de 600 personas, niños y adultos, con discapacidad intelectual grave.

A eso está dedicado este ingeniero comercial que desde los 25 años sólo ocupó cargos de gerente general, salvo por los meses que trabajó en la redacción de El ladrillo, el documento que estableció las pautas del sistema económico que implementó Pinochet. "Aunque quizás no sea tan bueno mencionar eso en esta entrevista", dice él.

¿Por qué no sería tan bueno mencionarlo?

Porque hoy a los que escribieron El ladrillo no sé si les va a llegar un ladrillo en la cabeza (se ríe).

¿Está orgulloso de haber participado en ese trabajo?

Totalmente. La discusión y conflicto respecto de ese período de Chile no está en el plano de haber elegido una economía de mercado, sino en el de los derechos humanos.

Urenda, que hoy tiene 66 años, estudió ingeniería comercial en la Universidad Adolfo Ibáñez en Viña del Mar y luego se dedicó por un tiempo a la docencia. En ese periodo, 1975, se casó con Corinne Warren, a quien conoció como alumna y con quien lleva más de 40 años de matrimonio. Estaba con las maletas listas para ir a hacer un doctorado a la Universidad Stanford en Estados Unidos, cuando lo llamó Manuel Cruzat, uno de los empresarios emblemáticos de los 70 y principios de los 80, líder, junto a su cuñado, Fernando Larraín Peña, del grupo que fue conocido como "los pirañas" y donde trabajaron varios de los actuales grandes empresarios chilenos. "Cruzat agarraba los cinco mejores puntajes de la universidad y los contrataba. Yo tenía los pasajes comprados y fui a hablar con él para decirle que no, pero salí con un sí. Tuve que darles explicaciones hasta a los suegros. Pero me quedé y no me arrepiento", dice.

Cuando el grupo adquirió la editorial Ercilla le pidieron que se hiciera cargo de ella pese a sus 25 años: "Éramos unos Cuesco Cabrera", cuenta Urenda, aludiendo al personaje con que el humorista Coco Legrand parodiaba a los yuppies que florecieron en esa época. "Cabros jóvenes y arrogantes porque entendíamos de economía de mercado, de la Católica y de la Adolfo Ibáñez, que tomamos cargos increíbles en este grupo gigantesco que crecía y crecía y era dueño de cuanta cosa hay".

¿Usted era uno de ellos?

Sí, me creía la muerte y dejé las cagadas más gigantescas que te puedas imaginar en todas partes porque no tenía ninguna experiencia. Creía que sabía de todo.

Eso, hasta que se produjo la crisis de 1982, una de las más graves que ha tenido el país, la que liquidó al grupo y terminó con muchas de sus empresas intervenidas. "Ramiro, no hay un peso para pagar sueldos ni para la imprenta, para nada", le avisaron. "Estábamos todos cagados de susto y no sabíamos qué hacer", recuerda. Un día sacando algo de un clóset se cayó un libro. Lo recogió y pensó: ¿Cuánto costará imprimirlo? Ahí empezó a crear la idea que hizo famosa a la revista Ercilla: regalar libros en un momento en que la situación económica y cultural del país estaban en el suelo. El medio comenzó entregando una selección de títulos chilenos, entre ellos varios de los que eran parte de los programas escolares, y en menos de un año distribuyeron cerca de ocho millones de ejemplares. "Pasamos de vender 10 mil revistas a 300 mil. Se recuperó la industria, la imprenta, Ercilla y después esta idea fue un fenómeno mundial".

Estuvo en la editorial Lord Cochrane, reclutado por Roberto Edwards, y en Donnelley & Sons, en ese momento la imprenta más grande del mundo, lo que lo tuvo un par de años viviendo en Chicago junto a su señora mientras sus hijos estaban en la universidad. "Fue lindo como pareja, entretenido, pero como trabajo fue bien aburrido", explica. De vuelta en Chile en 2001 recibió dos propuestas: una de LAN y otra de Derco. Siguió el consejo de su amigo Alfredo Moreno, ex ministro de Sebastián Piñera y actual presidente de la CPC, y se decidió por la compañía automotriz de la familia Del Río. "Era una empresa con unas posibilidades de crecimiento espectaculares, con un equipo notable, de un grupo muy querido, en la que pude trabajar bien, con muchas libertades", dice y agrega que la empresa factura hoy diez veces lo que ganaba cuando llegó y es la principal distribuidora de autos, maquinaria y repuestos de la región.

Un Google a la chilena

Hace más de 20 años, a Urenda le diagnosticaron mal de Crohn, un trastorno intestinal autoinmune que causa la inflamación del aparato digestivo. En los últimos años lo han operado tres veces. Dice que tal vez fue producto de esa enfermedad, pero sus inquietudes empezaron a cambiar. Ya no le hacía tanto sentido estar viajando por trabajo más de la mitad de su tiempo y estar poco con la familia.

Se le metió en la cabeza que había que humanizar la empresa. "Me rayé un poquito. Encontré un gallo irlandés, Brian F. Smyth, que tiene 20 años de experiencia ayudando a organizaciones de diferentes partes del mundo, y escribió el libro Managing to Be Human, que me impresionó mucho. Tiene la teoría de que mientras más humana es la empresa, más rentable. Lo contacté, lo traje a Chile y después contraté a otra empresa para que lo apoyara".

Bien poco ladrillo todo eso, ¿o no?

Nada, pero este gallo es muy conocido. Un gallo con carisma, con liderazgo. Me convenció, y puse a la empresa detrás de este asunto. Pero me falla.

¿Qué significa que falla?

Que se convirtió en un baño de lágrimas. La cuestión era saber cómo estábamos desde el punto de vista humano, y la gente lloraba y se hacían mierda al jefe, entonces era una diarrea de problemas. Y se peleó el consultor irlandés con el chileno, y tenían que trabajar juntos, y se descontroló todo.

¿Qué quería lograr?

Lo que hoy es un Google, que la gente tuviera más libertad para trabajar. Quería que estuvieran felices, pero o culturalmente no estábamos para eso o quizás lo implementamos mal.

Sus prioridades ya habían cambiado y por eso decide dejar Derco, un proceso que no se da de un día para otro, sino que le toma cerca de 24 meses hasta que a los 64 años pasa a ser director de la empresa, deja la gerencia general y va a tocarle la puerta al Pequeño Cottolengo.

Por mi culpa

En agosto de 2015 grandes empresarios, políticos, académicos, periodistas, recibieron una invitación a comer a la casa de Ramiro Urenda y su señora, Corinne. "Eran cerca de 300 personas, de lo más pirulos", dice. Sentados en el jardín encarpado algunos se preguntaban por qué estaban ahí, no había cumpleaños, ni aniversario ni razón aparente para festejar. Había un escenario al que en un momento se subió Andrea Tessa a cantar y casi al final de la comida, el dueño de casa. Ahí les agradeció a su familia y a todos los demás, les explicó que distintas maneras habían marcado su vida en lo profesional o personal y contó que había decidido dedicar su tiempo al Pequeño Cottolengo, organización que existe en 30 países y que en Chile dice él, recoge "a lo que la sociedad desecha, porque no tiene ninguna productividad".

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El Pequeño Cottolengo.[/caption]

Urenda no llegó a esa institución sólo porque andaba buscando una obra social que le diera sentido a su vida. "Yo siempre he sentido una culpa", dice y explica que tres de sus nueve hermanos nacieron con una discapacidad intelectual grave y sabe lo difícil que es, incluso cuando se tienen los recursos, hacerse cargo de personas que sufren este tipo de trastornos. Es un problema genético que también portan otros de sus cuatro hermanos, lo que significa que tienen hijos o nietos con esa condición. En cambio, él no tiene el gen. "A mí me ha ido bastante bien, me fui a Estados Unidos, tengo mi jet, piloteo por todas partes del mundo, he cumplido mis sueños y siento que nunca lo he hecho con mucho esfuerzo. Me siento injustamente favorecido y dije: tengo que arreglar las cuentas aquí. Esto no me tiene feliz".

¿Es más feliz ahora?

Sí. Duermo mejor. Porque siento que tiene un efecto relevante lo que hago.

¿Y antes?

No mucho...

Ya como vicepresidente ejecutivo del Pequeño Cottolengo, fue a conocer instituciones que se dedican a lo mismo en distintos países y vivió dos semanas en una de ellas en Francia. Ahí participó en un encuentro sobre la fragilidad que quiere replicar aquí en Chile el próximo año. "Quizás lo más fuerte de este cambio es que a través del contacto con la gente frágil, como un niño con parálisis cerebral, te das cuenta de la tuya. Los humanos somos frágiles, pero en la vida nos dedicamos a rodearnos de cosas para no sentirnos así. Nos compramos autos, ropa y veinte mil leseras y dejamos de ser humanos. Quizás ahora duermo mejor porque me siento más libre y más en contacto con lo que yo soy. No tengo necesidad de estar aparentando que soy CEO.

¿Y descubrió cuáles son sus fragilidades?

¡Ufff!, la arrogancia es una, mi salud otra, mi materialismo es mi fragilidad total. Antes de estar en el Cottolengo era un consumista empedernido, un loco suelto. El auto de última moda y toda la payasada. ¡Espantoso! Seguimos viajando mucho con la Corinne, pero ya no se me ocurre ir a un mall. Estoy cambiando y estoy mucho más chocho… Pero me costó cualquier cantidad. Los primeros meses que dejé Derco me arrepentí totalmente.

¿Por qué?

Porque tú te acostumbras al poder, al cariño de la gente.

¿Cómo fue dejar de recibir el sueldo de gerente?

Duele, cuesta, pero tiene que doler. De hecho voy a vender mi avión, no por un problema de caja, sino que porque quiero tener dinero disponible, porque esto sale plata. En un niño gastamos un millón cien mil pesos y el Sename nos aporta 230 mil pesos mensuales. El sistema de mercado no te va a pagar por un niño que -supuestamente- no sirve para nada. ¿Cómo puede ser que el Estado no haga nada por esos niños porque no son recuperables?

Justamente El ladrillo es un programa que contribuye a reducir el Estado y los servicios sociales. ¿Qué piensa hoy al respecto?

Creo que no se contradice. El Estado tiene que hacer lo que el sistema de mercado no hace y tiene que ser todo lo grande que sea necesario y dedicarse a las cosas donde el mercado funciona imperfectamente. Pero no tiene ningún sentido que tenga Chuquicamata si los privados los administrarían mejor el cobre y una serie de cosas. (…) Ahora yo me he tenido que poner en el otro lado de la vereda. Por formación profesional, suerte y todo eso, fui gerente general desde los 25 años y ahora tengo que estar tocando puertas para pedir plata todo el día.

¿Y cómo es?

¡Duro, poh! Porque empiezan a no responderte. Tengo amigos con los que nos queríamos cualquier cantidad y que no me contestan el teléfono, que dicen: "Este huevón de Ramiro me va a pedir plata", y yo les insisto, les insisto y no me importa perder amigos.

¿Cuántos amigos ha perdido desde que está en este trabajo?

Hartos, sobre todo del mundo empresarial.

¿Y qué le pasa a usted cuando ahora sus amigos no le contestan cuando los llama para pedir ayuda?

Me ha producido dolor, pero lo que yo digo es que tengo amigos mejores ahora. Estoy más contento. Me he hecho amigos de los curas del Cottolengo, que son parte de la Congregación fundada por Don Orione. Son espectaculares. Y eso que yo les tengo pica a los curas.

¿Por qué?

Porque yo estaba muy metido en la Iglesia y era candidato a ser cura. No fui porque encontraba el colmo no casarse y ahora la Iglesia no me gusta nada.

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¿Cómo pasó de querer ser sacerdote a pensar eso?

Primero, cuando avisé que no iba a ser cura, el sacerdote que era íntimo amigo mío no me habló nunca más. Después por mi cercanía con la Iglesia fui descubriendo escándalos y cosas que no comparto. Por mi señora, que es inglesa, me acerqué a la iglesia anglicana y tuve la oportunidad de conocer pastores casados y es algo mucho más natural. Pero con estos curas del Cottolengo estoy fascinado, los encuentro transparentes, abiertos. Además yo también estoy cambiando, estoy teniendo menos prejuicios.

¿Con respecto a qué está teniendo menos prejuicios?

Se me ha abierto el mate. Yo, por ejemplo, tendía a encontrar tonta a cualquier persona de izquierda. Ahora no. Cuando me metí en el mundo de la actividad social -que me apasiona- me di cuenta de que en ese mundo tan terrible hay mucha más gente comprometida y trabajando activamente desde el lado de la izquierda que del de la derecha. Estoy descubriendo la calidad humana de esas personas. Pueden estar más equivocadas en algunas cosas que nosotros, los que dominamos la parte macro; podemos complementar, pero si nosotros -los empresarios y las personas que tienen poder- escucháramos más a las personas que están en el mundo social, nos iría mejor. Aunque esté cambiando últimamente, ha existido un cierto desprecio -que parte por mí mismo- de las clases dirigentes y de los que tienen poder económico hacia las personas que están en el mundo social.

¿En qué se nota ese desprecio?

La mejor demostración es el desprestigio de los empresarios y del mundo privado que son responsabilidad casi exclusiva de los propios empresarios, no son ataques políticos intencionados de la izquierda. Es por la falta de escucha a distintas posiciones. Además, los empresarios hacen donaciones para callado y eso es una estupidez. ¡La caridad hay que exponerla! Si uno tiene una preocupación por el país y, más allá de su propio ego y como líder, quiere cambiar la cultura, tiene que contarlo porque eso llama a otros empresarios a hacer lo mismo. Porque si no se preocupan de los problemas sociales o medioambientales, van a desaparecer. Pero salvo Alfredo Moreno, que habla en otro lenguaje, no hay empresarios hablando de estos temas; siguen con el déficit fiscal o la tasa de interés.

¿Cuál es su explicación para eso?

El mundo empresarial tradicional no ha reaccionado con la rapidez con que está cambiando el mundo y debe entregar la administración de las empresas a los jóvenes. Además, sigue existiendo esta cosa equivocada de que basta con generar empleo y pagar impuestos. Tienen que entender que son poderosos e influyentes y que es irresponsable que no se hagan cargo de los problemas sociales.

Por eso, entre otras cosas, Urenda ha estado colaborando estrechamente con Alfredo Moreno en los encuentros 3XI, una serie de jornadas que reúnen a personas de distintos ámbitos a conversar con el objetivo de abrir espacios de confianza, algo que es una necesidad transversal en la sociedad chilena.

¿Qué es lo que finalmente quiere lograr usted?

Desde el punto de vista personal, quiero ser feliz, sentir que he hecho el bien y que he sido agradecido con la vida. Pero también, ayudar a cambiar la cultura: que los chilenos se dejen de leseras -porque este es uno de los países más ideologizados del mundo-, que se enfoquen en las cosas que nos unen más que en las que nos desunen y que se preocupen más de hacerse cargo de los problemas.

El Parque Feliz en el Bicentenario

Esta es la tercera versión de esta feria organizada por Amigos de Cottolengo que se realiza en el Parque Bicentenario. Sus objetivos son recaudar fondos que permitan financiar las necesidades de la institución y que las personas conozcan el trabajo de esta institución. "No es la gran fuente de financiamiento; es la gran fuente de creación de conciencia", dice Ramiro Urenda.

Entre las atracciones se cuentan juegos mecánicos, actividades para grandes y chicos, una exposición de autos de lujo, un bazar y algunos shows. Hoy están Mazapán a mediodía y 31 Minutos (20:30 horas), mientras que el domingo se presenta Cantando Aprendo a Hablar (12:30 horas). Ambos días funciona de 11 de la mañana a 21 horas. Las entradas se venden en www.puntoticket.com.