Remedios de un dolor de nueves

Felipe Mora, Roberto Gutiérrez

Un clásico explicado en sus delanteras. Un fichaje estrella que llega como solución y que no da una; un viejo conocido que pide paso a su sombra. Un fichaje estrella abandonado por la afición que complica el paisaje táctico y que acaba por irse; un artillero delicioso que explota tras su marcha.




Es más que probable que el sábado, en San Carlos de Apoquindo, Mario Salas salga a la caza de la U en el clásico Universitario con un Pájaro como punta de lanza del equipo. Y si lo hace, no será por capricho. Aludirá probablemente el Comandante, de alinear a Roberto Gutiérrez en la delantera en detrimento de Santiago Silva, a la política de rotaciones por la que ha apostado la UC en el último tiempo para administrar el desgaste que supone tomar parte en el torneo local y en la Copa Libertadores.

Pero la apuesta por Gutiérrez, de hacerse finalmente efectiva, no será solamente una apuesta por preservar el tono competitivo del equipo, sino una apuesta por la efectividad. ¿A quién se le ocurriría, de no mediar otra explicación, salir de caza con un Pájaro teniendo en el hangar un Super Tanker?

Pero las estadísticas hablan por sí solas, claman al cielo, gritan. Santiago Silva (Montevideo, 9 de diciembre de 1980), el veteranísimo e incontestable goleador contratado este mismo año para convertirse en la referencia ofensiva del conjunto cruzado en el Clausura (y para hacer olvidar de paso a Nicolás Castillo), ostenta a estas alturas del semestre un promedio anotador verdaderamente alarmante; un gol cada 408 minutos.

El ariete de 36 años, campeón con Nacional, en Uruguay, y con Banfield, Vélez y Boca Juniors, en Argentina; monarca sudamericano con Lanús en 2013; y dos veces máximo artillero de la Primera División transandina; acumula ahora que la UC tanto lo necesita más de 40 días sin ver portería. La última vez que lo hizo fue en partido válido por la Copa Libertadores, ante Flamengo y sus paupérrimos guarismos arrojan un bagaje total de tres tantos en dos competencias y en 1224 minutos.

Pero cómo poner en duda la titularidad del Tanque, el intimidante y corpulento delantero con un tatuaje maorí grabado en su brazo izquierdo, que ha anotado 195 goles en su carrera como profesional y que ha militado en 16 equipos; cuatro uruguayos, uno brasileño, tres europeos, siete argentinos y el de su primera aventura en Chile. Quizás, porque los números de su competidor, Roberto Gutiérrez (Curacaví, 18 de abril de 1983), goleador chileno de raza, uno de esos que ya estaba porque nunca se había ido, resultan mucho más convincentes.

Y es que a la UC parece estar sucediéndole en este semestre lo mismo que le ha ocurrido a su archirrival en el capítulo de las contrataciones. Fichajes rutilantes para la delantera, aparantemente seguros, presuntamente infalibles, que terminan languidenciendo, que no soportan finalmente la comparación con los actores secundarios que los acompañan en el reparto ofensivo. Salir a fichar un Tanque teniendo en tus filas -recuperado ya de su lesión, desde el comienzo del semestre- a un artillero chileno, de conocido olfato y de largo recorrido. O encomendarse a la clase de un deslucido mediapunta argentino para terminar hallando a tu goleador en las entrañas de una población capitalina con el deseo de recalar en la U desde su más tierna infancia.

La comparativa entre Gutiérrez y Silva en lo que va de Clausura no ofrece lugar a dudas. Diez partidos (todos de titular), dos goles y cero asistencias para el Tanque en 880 minutos; y los mismos tantos (2), en la mitad de partidos (5), con una asistencia y en casi un tercio de esos minutos (296), para el Pájaro conocido. El cartel, en esto del gol, nunca deja de ser relativo.

La sombra de la Gata

Sus caminos recorridos para llegar al CDA habían sido muy distintos, pero Gastón Fernández (Buenos Aires, 12 de octubre de 1983) y Felipe Mora (Santiago, 2 de agosto de 1993), tenían un misma misión, un solo objetivo; comandar el ataque de la U y devolver la ilusión a un equipo deprimido. Un conjunto que se había reforzado para ser campeón seis meses antes y que había finalizado el Clausura 2016 en la décima posición de la tabla, mucho más lejos de la punta que del abismo.

El 20 de junio de 2016, en la cancha principal del Centro Deportivo Azul, dos de los deseos expresos de Sebastián Beccacece para reforzar su delantera -el veterano mediapunta de Estudiantes de la Plata y el prometedor ariete audino-, fueron presentados como nuevos refuerzos laicos en una ceremonia en la que también se vistieron de corto por primera vez Christian Vilches, Juan Leiva y Franz Schultz. La Gata se enfundó la elástica número 10. Mora se quedó con el 9.

El argentino llegaba con la vitola de jugador estrella, de líder exclusivo. Había defendido la camiseta de seis equipos grandes del fútbol mexicano y transandino y se había dado incluso el lujo de tomarse un respiro en el balompié de Estados Unidos. Sabía perfectamente lo que era ganar, pues ya lo había hecho con San Lorenzo, Estudiantes y River. Con la escuadra Pincharrata, además, había volado todavía más alto, hasta la cima de América, en la Copa Libertadores de 2009. La Gata era una apuesta ganadora, una carta segura.

Su acompañante en el ataque de la nueva U, Felipe Mora, no tenía tanto cartel, ni tampoco tanto recorrido. Era diez años más joven, había vestido la camiseta de un único equipo (Audax), jamás había dado una vuelta olímpica y ni siquiera tenía un apodo felino. Era un depredador en ciernes con todo el futuro por delante, pero no se había criado en el siempre prolífico barrio de Avellaneda, sino en una anónima población de La Florida llamada Los Copihues. Sus amigos y compañeros le decían simplemente Pipe.

En el Apertura 2016, Gastón Fernández tomó parte en los 15 duelos disputados por su equipo, siendo titular en 14 de ellos. Sumó un total de 1.207 minutos de competición y concluyó el semestre como el máximo realizador de la U, con siete goles y un 16,7 % de rendimiento productivo.

Su escolta en la tabla de goleadores de la escuadra azul fue precisamente Felipe Mora. Su silencioso trabajo, siempre a la sombra de la Gata, le reportó cinco goles en 11 encuentros, todos ellos de titular. En los 912 minutos que estuvo sobre la cancha promedió un rendimiento anotador del 20%. A la U de Beccacece, de la dupla Castañeda-Musrri y de la Gata Fernández, apenas le alcanzó para ser séptima.

La llegada de Guillermo Hoyos a la banca estudiantil, en enero de este año, no alteró el orden jerárquico instalado -enquistado casi- en la parcela atacante del equipo. Durante las primeras fechas del Clausura, de hecho, la Gata fue tan titular como lo era antes y Mora llegó a perder más protagonismo. En los cuatro primeros partidos disputados por la U (los que Fernández estuvo disponible), el argentino fue titular, mientras Mora acumulaba tres suplencias y un solo pleito jugado desde el inicio.

Pero a comienzos de marzo, con la marcha de la Gata al Gremio (con un aporte de cero goles y cero asistencias en el inicio del curso) , las cosas cambiaron por completo. Gastón se marchó llevándose su sombra y los rayos de luz comenzaron a iluminar a Mora. Y germinó un goleador. Desde entonces, el delantero floridano acumula ocho encuentros de liga (todos ellos como titular), una asistencia y nueve dianas (más que ningún otro futbolista en el Clausura). Todo ello en 770 minutos de competencia que han coincidido con el repunte en el torneo de la U.

Él será también el hombre a seguir en el clásico universitario, el as en la manga de Hoyos que gana partidos y que muy pronto podría ganar también partidas. El joven delantero que a la sombra de la Gata llamaban Pipe y al que hoy, a plena luz del sol, apodan Niño Moravilla.

Dos distintas formas de llegar a un dolor de nueves se cruzan el sábado en San Carlos.

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