Ricardo Maffei, pintor realista: "Me preocupa ser un artista conectado con mi tiempo"

El discípulo de Claudio Bravo abre mañana una muestra en galería AMS Marlborough, tras siete años sin exponer.




Si hubo alguien que creyó a pie juntilla en el talento de Ricardo Maffei (1953), antes incluso que él mismo, fue su padre Eugenio. Fue él quien lo animó en todo momento: a los 12 años cuando era sólo "el artista" de su curso, lo inscribió en un taller con Mario Toral y a los 20 cuando vio que los seis meses en la Escuela de Bellas Artes no habían dado resultados, pero que su hijo seguía dibujando con todas las ganas, Maffei padre le dio un ultimátum: "Pongámonos las pilas mijito, mire que usted lo único que sabe en la vida es pintar, pero tiene que aprender de técnicas", recuerda hoy el hijo artista. Fue su padre quien lo llevó al taller de su amigo, el pintor Miguel Venegas, que había sido maestro de Claudio Bravo, a quien Ricardo Maffei ya admiraba. "Un día llegué con un recorte del diario donde aparecía una pintura de Claudio, era un traje de motociclista de color naranjo. Le dije a mi papá: 'mire esto está increíblemente pintado, algún día me gustaría lograr algo como eso. Fue entonces que mi papá decidió ir a Europa", cuenta Maffei.

Eran fines de los 70 y Bravo ya estaba instalado en su casa de Tánger, Marruecos. Hasta allá llegó Eugenio pidiendo atención para su hijo. "Con toda patudez le dijo que por qué no volvía a Chile si allí había gente que lo quería y admiraba tanto. A los seis meses Bravo estaba de regreso, arrendó un casa en Zapallar y empezó a visitar el taller de Miguel Venegas donde estaba yo", recuerda el pintor.

El trabajo del padre estaba completo, pero ahora faltaba el del hijo. Ricardo hizo buenas migas con Bravo, quien después de dos años lo recibió en su casa de Marruecos por dos meses para enseñarle a trabajar: ese tiempo lo marcó para siempre. "Me fui a Madrid, pero visitaba siempre a Claudio. Ahí aprendí de disciplina, el tipo era un samurai. Era un personaje que había tenido amistades de la talla de Paul Bowles, Tennesse Williams y Francis Bacon, o sea era un tipo importante y lo hacía notar, pero también era muy generoso", dice Maffei.

Hoy, convertido en el principal exponente de la pintura realista en Chile, luego de la muerte de Bravo en 2011, Maffei expone desde mañana, su última producción en la galería AMS Marlborough, luego de siete años ausente en la escena. En la muestra exhibirá el trabajo que lo ha caracterizado, y que al mismo tiempo lo distingue del estilo más suntuoso de su maestro: naturalezas muertas formadas por tarros de metal, papeles rotos, paños sucios y vasijas de plástico manchadas, objetos propios del taller de un pintor. "El desafío es extraer la belleza de elementos tan ordinarios, a través de la pintura", dice.

¿Cómo logra que sus pinturas no se vean anacrónicas?

Es complejo. La técnica de pintura la domino bien, pero me demoro uno o dos días en sólo componer las escenas, porque claro, trabajo con elementos que son bastante aburridos, entonces el desafío es cómo hacerlos atractivos, lograr que un elemento sea potente visualmente para capturar la atención del espectador. Creo que mi pintura lo logra. Yo utilizo una técnica muy tradicional del siglo XVIII para plasmar escenas de esta época. Me preocupa ser un artista conectado con mi tiempo. Nadie en el pasado pintaría algo así y eso es lo que hace que mi trabajo esté vigente.

¿Alguna vez ha considerado dejar la pintura realista o pasar a otros temas?

Nunca y siempre supe que era una disciplina atípica. Cuando partí el realismo era peor visto que ahora, porque en los 70 dominaba la abstracción y el pop art. Hay pintores que siempre pintan lo mismo como Morandi, y otros que siempre cambian como Picasso. El arte te permite ser libre, ser tú mismo y si eso significa pintar siempre la misma cosa, eso me parece válido.

Maffei se consolidó como artista en los años 90, con una serie de muestras en España y EE.UU.,  al mismo tiempo que dejaba de estar al alero de Claudio Bravo. Hoy sigue trabajando con la galería Marlborough de Nueva York, donde tiene una nueva muestra en diciembre próximo.

Ya en Chile, hace 12 años, decidió irse a vivir con su familia al valle del Aconcagua, en las faldas de un cerro y con una vista privilegiada a los viñedos. Sin embargo, la relación con su esposa, la también artista Paula Lynch, se rompió y el quedó viviendo solo por ocho años en esa enorme casa. Ahora acaba de instalarse en Ñuñoa, donde en una pequeña habitación, con vista al sur, dispuso su nuevo taller.

¿Cómo se siente con esta nueva exposición?

Siempre me pongo nervioso, por cómo van a recibir el trabajo, pero también conmigo mismo. Ahora no he visto mucho las pinturas, las tengo guardadas, porque si las veo, las empiezo a retocar. Siempre se pretende hacer la exposición perfecta, pero es imposible.

¿Después de tantos años siente que alcanzó el nivel de Bravo?

Yo me obsesioné con su técnica y puede sonar pedante, pero creo que logré un nivel similar. La diferencia es que Claudio era como el Chino Ríos, un virtuoso, que daba lo mismo si llegaba cansado a un partido remachaba igual. Yo soy más como Fernando González, que a base de esfuerzo llegué a una buena técnica.

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