¿Santa Olga tiene festival?

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El festival que se gestó en medio de los incendios y que pretende ser el ancla que acelere el proceso de reconstrucción en la zona, se inició justo la fecha en que les avisaron a cientos de familias que debían abandonar los albergues porque comenzarán las clases de los niños.




Primero, le dijeron "no" a su hijo menor de 16 años que quería acompañarlos. Segundo -aunque también "primero"- pensaron al derecho y al revés qué pasaba si por algún motivo inexplicable o explicable, eran alcanzados por algún fuego que pululalara por el sector. Tercero, el jueves dos partieron sin cuestionarse nada más a Santa Olga. Esa sería la única tarde que tendrían a disposición de la emergencia.

Los planes fueron definidos meticulosamente sin el margen de error que terminó por definir el viaje: la primera noche del Festival de Viña del Mar es la que completa los 19 días de Mireya Cáceres (42) y Carlos Contreras (53) instalados en el pueblo que desapareció tras cuatro días de amenaza del fuego. Ambos tienen tres hijos, son feriantes y llegaron en un enorme camión blanco repleto de rayados con lemas de apoyo a voluntarios y habitantes de Santa Olga, para ayudar en lo que sabían hacer a la perfección: cocinar y administrar. "Nos costó llegar y quedarnos porque cuesta que la gente confíe en uno", dice Contreras.

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El día uno, improvisaron una cocinilla e instalaron una mesa sin sillas para poder dejar los platos y servicios que habían llevado. Pese a las carencias materiales, esa primera vez, fue un éxito. La olla de porotos se acabó en cuestión de minutos. Al otro día, decidieron repetir la hazaña a la hora de almuerzo. En pocas horas la pareja se hizo indispensables para los voluntarios y quienes vivían en Santa Olga cuando tenía infraestructura, cuando no tenía olor a quemado y cuando era habitable.

Desde entonces, viven en un micromundo sumergido en historias de tragedias, en discusiones con personal de Estado que les pide retirarse del lugar porque consideran insalubre las condiciones en que cocinan, y funcionan de contención para quienes llegan al lugar que ahora tiene dos largas mesas, bancas, sillas, aislante para el viento y donde el suelo permanece mojado para que no se levante tierra.

La minoría de los afectados, compuesta por unas 50 personas, decidió instalar carpas entre los escombros y hacer su vida donde mismo residían. Ahí, no hay luz si no es por motores genéricos, no hay agua si no es por la donación de bidones y no hay comida si no es por Cáceres y Contreras. También, abajo, en la cancha, están las instalaciones el ejército: el paraíso de los niños, el único lugar donde se puede ver tele y donde todos se pueden duchar. Aunque los adultos prefieren mantenerse arriba, a la entrada del pueblo donde todos se reúnen en la mañana para tomar desayuno, almorzar y vuelven a las siete de la tarde para comer.

Los otros, la mayoría de los afectados, están ubicados en dos colegios de Constitución que tienen fecha de cierre para el viernes de esta semana. Unos pocos consiguieron un bono de arriendo, otros pidieron aceptaron un millón 400 para administrar el dinero ellos, y los que quedan esperan las mediaguas.

Entre los que se mueven por el lugar, cada día más abandonado, está el rumor de que el Festival de Viña del Mar será solidario. El hombre que lo dice, lo supo por la radio. Alguien poco más informado dice que un cantante donó todas sus ganancias a alguna fundación-no sabe que es Levantemos Chile- que ayudará a los afectados por el incendio. Son las nueve de la noche. Están todos conversando o comiendo fideos con pollo al jugo. Galvarino Cáceres (65) y su hijo Juan Cáceres (32) interrumpen para saber si es que hablan del Festival de Talca. "¿Dedicado a nosotros? ¿Cómo?", dice incrédulo el anciano, que además está de cumpleaños y fue celebrado entre voluntarios y habitantes de la extinta Santa Olga con una torta que hizo Cáceres.

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El único lugar para que puedan ver las historias de mujeres que reunió la producción del Festival de Viña del Mar, es la cancha donde está el ejército. Mientras llegan a comer y conversar para actualizarse de las noticias del micromundo que hoy habitan a la improvisada instalación de Cáceres y Conteras, tres militares que llegaron desde Copiapó miran el plasma en un comedor donde caben 200 personas. "¿Dónde está el homenaje a la gente de Santa Olga?", dice uno de ellos en medio de la obertura. Tras la primera tanda comercial, apagan la pantalla.

El resto, los afectados, se mantienen en las laderas del monte quemado, y repleto de banderas chilenas con nombres de familias que marcan su territorio, conversando hasta la una de la madrugada. No ven televisión, ni homenajes.

El festival que se gestó en medio de los incendios y que pretende ser el ancla que acelere el proceso de reconstrucción en la zona, se inició justo la fecha en que les avisaron a cientos de familias que debían abandonar los albergues porque comenzarán las clases de los niños; el día del cumpleaños del anciano al que le dijeron que no se podrá instalar una mediagua donde vivía hasta que no tenga agua y electricidad; y el día en que Cáceres y Contreras ya empiezan a extrañar a sus hijos.

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