Sexo, cámara, acción: la pantalla y sus límites

Nymphomaniac, de Lars von Trier, La vida de Adèle y otros títulos estrenados estos meses reabren la eterna discusión sobre cuán explícito se puede ser en el cine. Este es el debate encendido que está dividiendo a los críticos y al público en medio mundo.




En diciembre, el Festival de Cine de Les Arcs, conocido como el Sundance europeo, estrenó mundialmente  Nymphomaniac, de Lars von Trier. Después de una campaña polémica que empezó al primer mes de rodaje, la expectación era enorme. Ocho escenas y algunos trailers aparecieron en la web con una advertencia: "El alto contenido sexual de estas imágenes puede herir la sensibilidad de los espectadores". Se dijo que era la primera cinta pornográfica del cineasta danés, se habló de censura y Youtube retiró un clip de su sitio. De ahí que el filme fuera el gran tema de discusión del festival: unos decían que nunca habían visto algo igual y otros creían que era una forma fácil y simplista de provocar.

La película, dividida en dos partes que suman cinco horas de duración, no ha sido un éxito de taquilla en Europa, pero en países como Francia, donde el miércoles se estrenó la segunda parte, reabrió un debate mediático iniciado en 2013: ¿Cuáles son los límites de la representación del sexo en el cine?

Nymphomaniac Vol. 2 fue calificada como pornografía y excluida de las salas de cine en Rumania en un principio: recién el viernes se levantó la prohibición, pero sólo pueden verla mayores de 18 años. Según el crítico Jean-Michel Frodon, ex director de  los Cahiers du Cinéma, esto es prueba de que vivimos en una época en que los tabúes y el puritanismo están lejos de desaparecer.

El estreno, en el Festival de Cannes 2013, de El desconocido del lago, de Alain Guiraudie, abrió la discusión. Se trata de un thriller sobre el romance de dos hombres que se conocen junto a un lago, lugar famoso de encuentros homosexuales. La polémica se dio, no por el tema, sino por la forma explícita de mostrarlo a través de primerísimos primeros planos. Aunque el afiche fue censurado en dos ciudades de Francia, el escándalo fue menor que el que encendió la ganadora de la Palma de Oro del certamen: La vida de Adèle, de Abdellatif Kechiche.

En medio del debate por la aprobación del matrimonio gay, el jurado de Cannes premió a este filme sobre la relación explosiva de dos chicas, interpretadas por Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos. Aun cuando la película es mucho más que una escena de sexo explícito de 20 minutos, toda la atención mediática se fue a ese segmento. Después las actrices acusaron a Kechiche de tratarlas como "prostitutas". Aún así, los escándalos no opacaron la calidad de estas cintas, seleccionadas por Cahiers du cinéma entre las tres mejores películas de 2013.

CLASICOS TRANSGRESORES

La pregunta de los límites de la representación no es nueva y se ha replanteado constantemente desde los orígenes del cine. Hitchcock, Capra, Preminger y otros cineastas se las ingeniaron para burlar el Código Hays de censura cinematográfica, que prohibía mostrar el sexo como algo común y aceptado. El historial de las transgresiones fue largo. Bob & Carol & Ted & Alice, de Paul Mazursky (1969), desafió la moral prevalente al retratar a dos matrimonios swingers, mientras El último tango en París (1972) y El imperio de los sentidos (1976) persisten como los grandes clásicos transgresores del cine de autor de los años 70.

Irreversible (2002), de Gaspar Noé, famosa por la escena de una violación de 10 minutos protagonizada por Monica Belluci, ha sido uno de los filmes que más conflicto ha generado entre los críticos respecto a cuánto puede mostrarse en pantalla y hasta qué punto es justificable la literalidad sexual en términos dramáticos. En este sentido, Nymphomaniac va más allá: Von Trier, además de intentar romper tabúes sexuales -desde el sadomasoquismo hasta la pedofilia-, también transgrede el sentido del cine como el arte de lo invisible, en palabras de Frodon.

LOS LIMITES DE LA MORAL

Lo que aleja a la pornografía del cine es que este último, por definición, evade lo explícito, utiliza los recursos narrativos propios de su lenguaje para sugerir más que para mostrar. Usando la terminología del filósofo Gilles Deleuze, la imagen cinematográfica no suele ser ni transparente ni evidente, sino que se desdobla entre lo literal y lo metafórico. Es por ello que filmes que exhiben el sexo sin ambigüedades, como La vida de Adèle e incluso El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese, no sólo amplían las fronteras de la representación, sino también dividen a los críticos frente a este cambio estilístico que, de paso, expande los límites de lo permisible.

Nymphomaniac ha sido el caso más extremo. En la película, un hombre llamado Seligman (Stellan Skarsgård) encuentra herida a Joe (Charlotte Gainsbourg) y la lleva a su casa. Ambos entablan un diálogo que será el eje de la película: Joe le confiesa que es ninfomaníaca y le relata todos los episodios de su vida sexual. Seligman la escucha y comienza una serie de divagaciones intelectuales y filosóficas a partir de sus experiencias.

Las imágenes de sexo son crudas y los diálogos son una especie de manifiesto pesimista contra una sociedad occidental hipócrita, obsesionada con el amor, represora de los deseos y cárcel de un cuerpo femenino en total desigualdad respecto de su contraparte masculina.

Pero no todos creyeron el discurso de Von Trier: "El guión parece haber sido creado entre escritura automática y resaca después de una noche de borrachera frenética, de bamboleo entre Wikipedia y una galaxia de sitios porno", escribió un crítico de Libération.

Frodon, por su parte, defendió el filme diciendo que además de ser bello e interesante, también refleja la inquietud de un cineasta que busca confrontarse a las fuerzas de la censura económica y puritana.

Al igual que Shame (2011), de Steve McQueen, Nymphomaniac es sobre todo una cinta sobre el calvario de las adicciones y la soledad, antes que una excusa para escandalizar, a pesar de que la campaña publicitaria de Von Trier haya pretendido precisamente eso.

Como se plantea en un artículo del diario Le Figaro, estas películas ponen en tensión un conflicto eterno para los creadores: ¿Puede el arte derribar los tabúes? Jean-Michel Ribes, uno de los dramaturgos franceses más controvertidos de la actualidad, impone al público la responsabilidad de responder a esa pregunta. Y para ello, cita al artista más polémico de todos: "Como decía Duchamp, la obra de arte la hace quien la mira". b

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