Sexo, mentiras y Hollywood

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El productor Harvey Weinstein y el actor Kevin Spacey, ambos acusados de numerosos abusos sexuales, se internaron recientemente en la exclusiva clínica de rehabilitación Meadows. Este es el centro más prestigioso del mundo en el tratamiento de la adicción al sexo, una condición que los manuales médicos no reconocen como real y que los científicos califican como una falacia inventada para ganar dinero.




Las limosinas cruzan periódicamente a través del portón instalado en pleno desierto de Arizona. Luego suben por un serpenteante camino de casi dos kilómetros, rodeado de cactus cuidadosamente plantados y elegantes fuentes de mármol. Al final de la ruta, un sonriente equipo de recepción espera a los huéspedes para guiarlos hacia instalaciones con apariencia de lodge que incluyen una piscina olímpica y un sofisticado gimnasio. En esas instalaciones, los clientes pueden disfrutar de clases privadas de tai chi, yoga y equitación.

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Todo esto y más es lo que ofrece Meadows, una clínica de rehabilitación que se ve y funciona como un hotel cinco estrellas, pero en realidad es el refugio preferido de las estrellas de Hollywood que viven alguna crisis. Precisamente, en los últimos días el centro -donde la estadía cuesta 23 millones de pesos al mes- recibió entre sus pacientes a dos de los famosos más controvertidos del último tiempo: el productor Harvey Weinstein, hoy acusado de abusos sexuales por más de 100 actrices y mujeres del espectáculo, y el actor Kevin Spacey, a quien más de una docena de hombres y adolescentes le imputan conductas sexuales impropias e incluso un intento de violación.

Ambos llegaron hasta Arizona en jets privados porque, además de ayudar a superar cuadros como el alcoholismo o trastornos alimentarios, Meadows tiene la reputación de ser la mejor clínica del mundo para el tratamiento de la adicción al sexo. Una condición que hoy es blanco de fuertes críticas de médicos y terapeutas que afirman que, en realidad, esta patología no existe y la califican como una pseudociencia usada sólo como una herramienta para ganar dinero.

Si bien el doctor estadounidense Patrick Carnes, fundador de Meadows, acuñó el concepto de la adicción al sexo en los años 80, hoy no existe ninguna referencia o definición de esta condición en el Manual diagnóstico y estadístico de desórdenes mentales (DSM), editado por la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) y considerada como la "biblia" global en este campo. Además, la Asociación Americana de Consejeros y Terapeutas en Educación Sexual (AASECT) publicó una declaración en la que dice que cuadros como la adicción al sexo o la pornografía no deberían ser clasificadas como condiciones de salud mental. Sus razones básicas son dos: no considera que "exista evidencia empírica suficiente" y tampoco cree que los métodos de tratamiento incorporen la suficiente información "sobre lo que hoy se sabe de la sexualidad humana".

"La adicción al sexo no es real y ha sido rechazada por todas las organizaciones de salud mental más importantes. La única organización que la respalda es aquella que la creó y que prepara terapeutas en su propio modelo de tratamiento", dice categóricamente a

Tendencias

el doctor y terapeuta sexual Chris Donaghue, autor del libro

Sexo fuera de las líneas

. La organización a la que se refiere Donaghue es el Instituto Internacional para Profesionales en Trauma y Adicción (IITAP), también fundado por Carnes y que obtiene casi 350 mil dólares al año producto de la venta de módulos de entrenamiento para terapeutas y la renovación de sus certificaciones.

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Nicole Prause, neurocientífica experta en comportamiento sexual humano y fundadora del centro de investigación Liberos, agrega a Tendencias que en las terapias que ofrecen Meadows y otras clínicas similares hay un problema de fondo: "Cuando se rechazó la inclusión de la adicción al sexo en la quinta edición del DSM se entregó una razón básica: falta de evidencia científica clara. Si un facultativo asegura tratar algo que la ciencia dice que no existe, entonces, por definición, es un charlatán". La experta agrega que la Clasificación Internacional de Enfermedades –un estándar de la Organización Mundial de la Salud- también "está bajo revisión y rechazó la inclusión de la adicción al sexo, lo cual me da la esperanza de que nunca sea añadida a un manual de diagnóstico".

Ante la andanada de críticas, el doctor Carnes salió a defender sus métodos en los medios. En una entrevista con la cadena CBS, aseguró que "al igual que en cualquier otra adicción, la del sexo es un problema donde una persona pierde la habilidad de elegir. Es una enfermedad del cerebro". También dijo que la evidencia en este sentido es "abrumadora" y que "siempre que hay un avance científico se producen controversias". La realidad es que el número de instituciones que atienden adictos al sexo ha crecido a la par de la exposición de figuras que aseguraron sufrir esta condición, tales como el golfista Tiger Woods y los actores Billy Bob Thornton y David Duchovny. Sólo en Estados Unidos el número de terapeutas certificados en adicción al sexo subió de 900 en 2010 a 2.500 en 2017 y cada semana la organización Adictos al Sexo Anónimos de ese país realiza 1.500 reuniones.

En 2012 una investigación de la Universidad de California (UCLA) determinó que la actividad cerebral de los adictos al sexo autorreportados no difería de la que presentaban aquellas personas que simplemente tenían una libido alta. Pero dos años después, otro análisis de la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, reveló que el comportamiento sexual compulsivo se asocia con la actividad cerebral anormal que provoca la adicción a las drogas.

Luego, esa investigación fue refutada por investigadores de la propia UCLA. David Ley, sicólogo clínico estadounidense y autor del libro El mito de la adicción al sexo, explica a Tendencias que la adicción al sexo se ha convertido más bien en la excusa moda para el mal comportamiento de los hombres ricos y poderosos: "Nadie ha demostrado ninguna causalidad entre el sexo y la morfología del cerebro. En lugar de eso, lo más probable es que lo que vemos en estos individuales es que son gente con una libido alta y una alta tendencia hacia la busca de sensaciones. Sus comportamientos sexuales son expresiones de sus cerebros; no estamos hablando de que esas conductas sean las que modifiquen sus cerebros".

En doce pasos

El programa inicial que ofrece Meadows es similar al de otros centros que dicen tratar la adicción al sexo. Dura seis semanas y, según dijo Carnes a USA Today, no se trata de unas "vacaciones, sino que de una especie de campo de entrenamiento". En la clínica no reciben a más de 12 a 24 pacientes al mismo tiempo y se prohíben los celulares, los televisores, los computadores, los videojuegos, las novelas y las revistas.

A cada persona se le asigna un terapeuta que lo monitorea durante cinco sesiones de grupo a la semana y los internos también pueden participar de sicoterapia asistida con caballos y clases de expresión artística. El problema, señalan los opositores a estos centros, es que la terapia no es más que una versión más elegante del famoso programa de 12 pasos, usado por grupos como Alcohólicos Anónimos.

En realidad, dicen los investigadores, tras los impulsos de quienes se declaran adictos al sexo hay múltiples factores que requieren un enfoque más complejo que el que ofrecen las clínicas. David Ley explica que menos del uno por ciento de la población experimenta realmente problemas con el control de sus conductas sexuales. Entre esos individuos, en su mayoría hombres, hay rasgos compartidos: "Uno es el narcisismo. Es bastante común en estos hombres ricos y poderosos que son atrapados en estas conductas y luego reportan que no se pueden controlar. El segundo grupo que reporta estos problemas son individuos que crecieron en familias o sociedades con una moral religiosa extrema o negativa hacia el sexo. Ellos no están preparados para manejar sus deseos sexuales adultos en la diversidad de experiencias de la sociedad moderna".

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Algunos expertos plantean que, literalmente, no existe un diagnóstico específico para individuos como las estrellas de Hollywood que parecen no demostrar empatía o respetar límites. En este caso, algunos investigadores proponen que quizás lo más apropiado sería abordar el problema como se hace con trastornos de personalidad como el narcisismo. En ese caso, lo que se busca es ayudar a desarrollar preocupación y empatía por los demás. "Muchos de estos individuos tienen una constelación de trastornos. Pero aún si usamos sólo ese lente para intentar entender a todos estos sujetos, estaríamos sobre simplificando el problema", señala a Tendencias el doctor Eli Coleman, director del programa de salud sexual de la Escuela de Medicina de la Universidad de Minnesota.

Para Chris Donaghue, quienes son etiquetados como adictos al sexo necesitan educación sexual positiva, además de "construir confianza en su propia sexualidad. Alguien que piensa que es adicto debería ver a un terapeuta certificado, es decir, un especialista entrenado en sexualidad humana y sexología y no a un experto en adicción al sexo que no está entrenado en ninguno de estos aspectos, sino que se centra en un modelo fallido y que sólo busca avergonzar a la gente".

A futuro, comenta a

Tendencias

el terapeuta sexual Steven Ing, la sociedad debería dejar de limitarse a reaccionar y adoptar una conducta más proactiva para evitar casos extremos como los que se dan en Hollywood: "Todos los depredadores sexuales alguna vez fueron hermosos bebés que nunca quisieron convertirse en monstruos, pero aún así lo hicieron. ¿Qué pudimos hacer para evitar que se desarrollaran de esta forma? Al parecer, bastante. Pero aún somos tan reticentes a tener la más mínima educación sexual en nuestras escuelas que la idea de ayudar a los niños para que se vuelvan hombres que aprendan a manejar su sexualidad de manera inteligente sigue siendo lejana". Según el experto, hasta que "les enseñemos a nuestros niños a manejar sus necesidades sexuales de una manera honorable y legal todos somos cómplices de su fracaso".

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