Vuelve el Waters de siempre: personal y apocalíptico

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El músico lanzó ayer su nuevo trabajo, el primero en 25 años, y donde replica como nunca antes la huella de Pink Floyd.




Pocos artistas en las últimas décadas han intentado con tanta persistencia alzarse como un faro de los tiempos, como un creador cuya obra es un retrato de la coyuntura, casi un compendio del lugar hasta el que ha llegado la humanidad. Pero pocas figuras de la música exhiben una actualidad discográfica tan árida, casi inexistente. No cabe duda que Roger Waters es un caso particular: su discurso y sus espectáculos tratan de crear conciencia en torno al caos actual, pero con temas escritos hace 40 años, tal como lo demuestra la gira que inició hace una semana, donde toda la imaginería de Animals (1977) y The Wall (1979) le sirve para golpear sin misericordia a Trump, o tratar problemas como el calentamiento global. De nuevas composiciones, nada en el último cuarto de siglo.

Hasta ahora. A los 73 años, como si se tratara de la última gran conquista artística de su existencia, el inglés ha derribado su propio muro y ha logrado hermanar ambas caras, adaptando lo más reconocible de su pasado a los nuevos tiempos. El hito se llama Is this the life we really want?, el álbum estrenado ayer, el primero tras Amused to death (1992). Se trata de la producción más cercana a la impronta y el sonido clásico de Pink Floyd que ha editado en toda su trayectoria solista, y quizás de lo más similar a la quintaesencia del cuarteto que ha salido desde los 80.

"Aquí, Waters se apoya en todos los fundamentos estilísticos y líricos que hicieron enorme a Floyd", postula la reseña de Ultimate Classic Rock, en una apreciación compartida con gran parte de los medios especializados, al igual que los elogios. Para los fans, la pieza es una delicia que parte con los mismos latidos que el legendario The dark side of the moon, para luego entrelazar los tracks a través de diálogos televisivos, bombas que estallan o relojes que marchan amenazantes, toda esa gama de trucos que reflejan sus obsesiones privadas.

Los quiebres de guitarras, los paisajes sonoros abrasivos que asoman como escenografía de fondo y ese tono acústico tan frágil como siniestro, también ha sido subrayado por la crítica, cortesía de Nigel Godrich, el productor que le pidió rejuvenecer a su banda y apostar por la modernidad. La faena no fue fácil, tardó dos años e incluso sumó detalles tras el ascenso de Trump. El resultado se puede leer como el testimonio final de una especie única en el rock.

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