Balance cultural

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No ha sido un buen año para la cultura; cuesta borrar de la mente al Museo Nacional de Brasil en llamas. No suele ocurrir que un edificio de 200 años, con 20 millones de piezas (colecciones de fósiles, un extraordinario meteorito, momias, muestras arqueológicas americanas, griegas y romanas), se calcine en un par de horas ante nuestros ojos.

Tampoco es que la tan socorrida monotemática haya ayudado mucho. Hojee revistas de contenido cultural en inglés y verá que Trump y Brexit siguen monopolizando la atención, aunque explicando menos que lo que rabian. Por cultura, además, no se está entendiendo lo que convencionalmente se concebía por desarrollo artístico, ilustración, historia o asombro ante el mundo y cosmos, que desde muy antiguo viene sirviendo para reflexionar. Fondos e instituciones no han faltado. En Chile, desde este año, tenemos un Ministerio de las Culturas -así es, en plural- y, a la fecha, vamos en cuatro ministros, es decir, indiscutiblemente plural, pero alarmante. A propósito, aún no se nombran directores en el Museo Histórico Nacional y Bellas Artes.

El 2018 cultural ha sido deprimente. A juzgar por cómo se cubrió la noticia, la muerte de Nicanor Parra cobró vida, más por su icónica personalidad y peleas entre sus herederos que por su obra. Si descontamos algunas excepcionales iniciativas, en música casi siempre (en que se dispone de un público exigente y apoyo filantrópico), ¿qué se ofrece? Extensión cultural con mucha gestión publicitaria, eventos ojalá lo más masivos posibles y en que se pueda computar su participación (Puerto de Ideas con "filósofos, activistas y creadores": 27 mil asistentes; Museos de Medianoche, miles más). Premios también; ayudan a sacar de apuro al periodismo cultural dando la impresión de que algo se hace aunque -recordemos- este año no hubo Nobel de Literatura, y algunos de nuestros autores tuvieron que ir a Guadalajara, lo que sirvió para tapar el bochorno del año: FILSA, en coma.

Y ni hablemos de lo que sucede con nuevas publicaciones. En Chile, casi no hay lugar donde escribir sobre libros, lo que hace pensar que independientemente de que se publique más, se lee menos -críticamente, me refiero-, debiendo esperar a que se las lea en serio en el futuro, su trascendencia por ahora en veremos. Y está lo de ese otro escenario, el universitario, secuestrado por el progresismo, que no maneja otros temas que derechos humanos, inclusión, mujer, género, transexualidad y violencia, y ¡ay! de aquel que no rece ni comulgue en esas catacumbas. Pero no desfallezcamos, siempre estará París y habrá mundillos minimalistas en que se las dan de cultos hablando sobre gastronomía y vinos. ¡Salud!

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